Atenea
No sentía ganas de levantarme hoy.
Sentía que mi cama consumía mi cuerpo y mi energía, que mi mente la invadía los malos pensamientos, mi ojos casi no pestañaban mirando a un punto fijo del techo.
Un molesto sonido me distrae y miro a mi mesa de luz que se encontraba al lado de mi cama, mi alarma marcaba que ya eran las nueve y media, y yo no me había podido levantar aún.
Total, si no voy al Instituto, ¿quien lo notará? Ni siquiera los profes creo.
Apago la alarma de mi celular y me toco la cabeza por la punzada de dolor que me invade, supongo que dormí mucho. Ayer ni siquiera fui al gimnasio, llegué y me tiré en mi cama. No cené la noche anterior y mi estomago se queja por eso.
Ojalá pudiera evitarlo, sentir el vacío en mi pecho, que el nudo en mi garganta se formara y que las lagrimas no cayeran más por mis ojos.
Estoy cansada.
Y eso se nota en mi mirada, estoy cansada mentalmente.
Me parece raro que mi madre no se encuentre en la cocina cuando entro en ella, supongo que ya se debe de haber ido al trabajo. Es enfermera en el hospital policlínico de Roma, es comprometida y le encanta su trabajo, eso se siente cuando trata a los pacientes con paciencia y les dedica una sonrisa sincera.
Desearía yo también tener algo que me motive cada día, hace años no sé que se siente tener ganas de vivir.
Me hago mi desayuno y lo como mientras miro por la ventana que tiene un sofá adelante. Ahí me siento a tomar mi desayuno mientras escucho música con mis audífonos y observo a la gente pasar.
Se siente tan tranquila la casa a la mañana, hay puro silencio.
Después que termino de tomar mi café y comer mis tostadas, me dirijo a mi habitación y me cambio de ropa para que no se me haga tarde para ir al gimnasio antes de las clases.
Es lo único que encontré para calmar mi ansiedad y no lo pensaré dejar.
Me recojo el cabello negro en una cola alta, agarro mi botella de agua y me vuelvo a poner mis audífonos antes de salir de casa.
Pude ver a mi madre sacando el auto del garaje y conducir a la par mientras yo caminaba, me vio por el espejo retrovisor y me saludó sonriente. Contenta de verme supongo, ya que la vi muy poco ayer por estar deprimida.
–¡Chau hija, que te vaya bien hoy!
Sonrío y le contesto.
–Gra...
Y ahí mi corazón se detuvo.
El auto de mi madre impactó con un camión que no se fijó que estaba en rojo para la otra calle, me tapé los oídos por instinto y me arrodille en el suelo observando el auto destruido. Después que terminó el estruendo, mis piernas se movieron solas, corriendo hacía ella.
La única que no me había abandonado.
La única que a pesar de que a veces la trato mal sin querer por ser egoísta, hace como si no hubiera pasado nada al otro día, la que me ama sin límite.
–Mamá...
Abrí la puerta del auto y su cabeza estaba apoyada en el volante, la sangre manchaba su ropa y rostro.
–No, no, mamá responde...
Toqué sus mejillas con las manos y toqué con el dedo al lado del cuello.
Hay pulso.
Me toco el bolsillo del pantalón y enseguida saco mi celular, comenzando a llamar a emergencias enseguida.
–¿Cuál es su emergencia?
–Por favor, vengan rápido mi madre tuvo un accidente...tiene pulso por favor, no la puedo perder...
Casi le rogué al celular.
–¿Dónde se encuentra? En unos minutos llega la ambulancia.
Le digo mi dirección de memoria y me afirma la mujer al otro lado de la línea que no tardará. Pero mi desesperación y ansiedad me superan, mis manos tiemblan y de mis ojos no paran de caer lagrimas.
Cuando llega la ambulancia siento alivio, pero angustia cuando miro la cara de las personas que la ponen en la camilla para ponerla adentro de la ambulancia, yo me siento al lado de ella para acompañarla.
–Por favor tienes que despertar...
Le supliqué en susurro.
Llegamos al hospital en poco tiempo, el transito no era problema cuando había una ambulancia en el medio, por ley tienen que hacerse a un lado.
Se abrieron las puertas del hospital automáticamente y llevaron la camilla con mi madre muy rápido, como si se les acabara el tiempo, y eso me provocaba más temor.
Una hora en el hospital, eran las 11 de la mañana, no iré a clases, no soportaré la idea de no saber de mi madre, de todas formas no tenía fuerzas para concentrarme en nada.
–¿Familiares de Luisiana Suarez?
Me levanté enseguida y me acerqué a la mujer que tenía una libreta de metal en la mano y una lapicera en la otra.
–Yo, soy su hija. ¿Cómo está? ¿Salió todo bien, no?
Cuando la mujer me vio a los ojos no me lo pudo ocultar, estaba sintiendo pena por mí.
–Lo lamento mucho, el doctor me dio el aviso que no sobrevivió, el impacto fue muy fuerte y ocasionó grandes daños, por más que trataron, no pudieron salvarla.
Ahí sentí como el mundo se me venía abajo.
Mis piernas no resistieron y cae en el suelo con la cabeza gacha, mi corazón doliendo y sintiendo como el nudo en mi garganta se hacía cada vez más grande. Ahogo un sollozo.
–Hija.
Me sobresalta una voz masculina y seria, levanto la cabeza y lo logro ver después de años sin verlo.
Mi padre.
Jason Harrison.
Y detrás de él está el hombre que me ayudó aquel día de la tormenta.
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Amor Platónico
RomanceEN PROCESO Ella se ve obligada a ir a vivir con su padre y abandonar su hogar. Pero no sabía que él tenía un mejor amigo... Y menos de que era el hombre que la había ayudado una vez y el que estaba obsesionado con ella. Aquel asesino la estaba esper...