Capítulo 7: Primer Día de Clases

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Atenea

Mi padre me había cambiado de secundaria.

No es algo que le tome importancia, porque nunca he sido de socializar ni tener muchos amigos, así que no me duele dejar esa secundaria por ningún motivo.

Lo que no me gusta es los cambios, la nueva vida a la que me enfrento de un día para otro debido a la muerte de mi madre.

No siento ganas de levantarme y menos estar en un salón de clase con los pensamientos que me invaden.

Estar en clase sería como si quisiera que me acelerara la respiración de golpe, que se me forme el nudo en la garganta mientras tengo los ojos cristalizados y mi mente llena de pensamientos negativos, uno tras otro.

Me cambio el pijama por una camiseta de manga corta y un pantalón deportivo, luego me pongo las zapatillas vans negras. Me peino el cabello negro con mis dedos y agarro mi mochila para proceder a bajar las escaleras.

—¿No desayunarás nada, niña? Tu padre se fue temprano a trabajar pero me ordenó que estuviera tu desayuno preparado antes de irte.

Miro a la mujer que no recuerdo que existiera, luego recuerdo que es la empleada que vive en esta casa como un fantasma casi. Solo siguiendo ordenes sin refutar.

Niego con la cabeza.

—No, no gracias. No tengo hambre, me iré a clases.

Salgo de la casa y enseguida me encuentro con el escolta de mi padre.

—¿Qué?

Le pregunto al hombre serio.

—Me ordenaron que la lleve. Sube a la camioneta, señorita.

Rodeo los ojos antes de subir. De todos modos no tengo opción para contradecir y menos ganas tengo de discutir ahora.

—¿Cuál es tu nombre?

—Kevin, señorita.

Asiento con la cabeza y no le hablo en lo que queda del trayecto. Me dedico a escuchar música con mis auriculares e intentar pensar en otra cosa y no precisamente a donde me dirijo. 

No siento nervios, siento incomodidad por tener cambios en mi vida en contra de mi voluntad.

Solamente porque el destino quiso que terminara con mi padre.

Pasaron días luego de la muerte de mi madre y aún siento que la sufro día tras día, siento que  nunca podré superar su accidente. Menos que lo haya presenciado y no pude hacer nada por detenerlo, siento impotencia solo de recordar.

Solo de pensar en que pude abrazarla o darle un beso en la mejillas todos esos días que estuve deprimida y que ni de mi cama me podía levantar...

Me pone peor emocionalmente.

Me muerdo la lengua y limpio mis ojos para no permitirme llorar.

Detengo la música cuando la camioneta se estaciona.

—Que tenga un buen día. ¿A qué hora la paso a recoger?

Giro mi cabeza para mirar a Kevin con el ceño fruncido.

—¿También me llevarás a la vuelta?

—Me temo que sí.

Asiento la cabeza intentando no rodear los ojos por la sobreprotección de mi padre.

—A las siete está bien.

Pronuncio antes de bajarme del vehículo.

Miro la enorme institución, ni pensé en cómo sabré cuál es mi salón, tendré que averiguar por mi cuenta. De todos modos no me importa si llego tarde, tarde o temprano, lamentablemente igual estaré en clase.

Me siento controlada y protegida en todo momento, a alguien normal le gustaría o no tendría problema con ello, pero a mí me sofoca la conducta de mi padre conmigo. 

Entiendo que me ame, entiendo que tenga miedo y que cualquier cosa podría pasarme en la calle, pero aún así, ya casi cumplo la mayoría de edad y no estoy para aguantar que me regañen o me digan lo que tengo que hacer en todo momento. Me estresa.

—Disculpe, soy nueva, hoy es mi primer día.

Hablo a la señora de adscripción.

—¿Cuál es tu nombre?

—Atenea...

Pienso antes de decirlo, porque no sé si estoy registrada con mi apellido real o con el de mi madre.

—Atenea Harrison. 

La señora teclea en la computadora y luego de unos minutos me habla.

—Salón 9, penúltimo a la derecha, segundo piso.

—Muchas gracias.

Camino en pasos largos hacia mi salón aunque no tenga ganas de estar allí.

Cuando finalmente llego, golpeo con mis nudillos la puerta.

—Adelante.

Me adentro en el salón, atrayendo todas las miradas en el proceso.

—¿Sí?

—Soy nueva, empiezo hoy, este es mi salón.

La profesora alta con lentes alza las cejas y me regala una sonrisa.

—Bienvenida, ¿quieres presentarte?

Me pregunta como si tuviera opción de hacer lo que yo quiero.

—Me llamo Atenea Harrison.

Digo con voz fuerte y firme, para que todos me puedan escuchar y no me vuelvan a preguntar.

La profesora me mira nuevamente.

—Siéntate donde quieras, Atenea.

Eso era lo que iba a hacer.

Camino al último asiento al fondo del salón, estar ahí me permite estar desconectada de este mundo y estar en el mío propio, aunque a veces mi mundo puede ser infernal, a veces puede transmitir calma y seguridad en donde estoy.

En mi mundo no existe gente hipócrita. 

No existe gente que me mienta, no hay quien me haga sufrir física o mentalmente. Cuando pienso que estoy completamente a salvo, a veces mi mundo puede traer cosas oscuras, que me hace auto daño.

A fin de cuentas, ¿quién es peor? 

¿Quién te miente para que estés feliz, o quién te dice la verdad y te hace sufrir?

Esa es la duda que está todos los días, y los personajes principales son mi mente y mi realidad.

Termina la jornada de clases finalmente, aunque pareciera que no terminaría nunca, si lo hizo. Me sorprendo cuando me llega un mensaje de don gruñón, Mason me exigió que lo tuviera en mis contactos, según él, por cualquier emergencia.

"Te espero en la entrada, ha ocurrido algo".

Amor PlatónicoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora