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POV: Martin

Hoy es viernes y tan solo tenemos un par de actuaciones seguidas. El día de mañana si que será duro y no solo porque tengamos que hacer la obra cinco veces casi seguidas, sino porque dichas actuaciones serán en Barcelona, por lo que, justo al acabar la segunda actuación de hoy, tendremos que coger un tren para ir hasta allí.

Por suerte, esta noche la pasaremos en un hotel, pero mañana, nada más acabar la quinta y última actuación del día —y del fin de semana—, cogeremos el primer tren a Madrid, sin tener tiempo siquiera a descansar o a hacer un poco de turismo.

Al acabar la primera obra, Paol y yo nos quedamos en el backstage, esperando a que nos toque salir de nuevo. 

No nos podemos comunicar de ningún modo —si hablamos, el público nos podría oír y no hemos traído nada para escribir—, por lo que nos aburrimos bastante y simplemente nos dedicamos a leer mentalmente el guión, para repasarlo —aunque ya lo tengamos más que memorizado—.

***

Saludamos conjuntamente por segunda vez y esperamos a que los aplausos cesen, antes de salir del escenario. Entro a mi camerino, encontrándome a Juanjo de pie, que se ha estado leyendo todas las nuevas cartas, mientras esperaba aquí, sin nada más que hacer. 

Al parecer, los guardaespaldas tienen prohibido estar en el backstage, cosa que no tiene mucho sentido, si me lo preguntan a mi. Digo yo, que si alguien del público quiere atacarnos, tiene más probabilidades de hacerlo cuando estamos en el escenario, que cuando ya hemos llegado al camerino.

– ¿Has estado de pie todo el rato? – pregunto, sorprendido y él asiente con la cabeza – ¿Por qué? Y ni se te ocurra decir “Para eso me han entrenado”. – digo, imitando su voz y sus gestos, de forma exagerada, haciéndole reír levemente.

– No digo nada, pues. – dice, haciendo notorio su acento maño – ¿Cansado?

– Solo un poco. Dos representaciones seguidas no son nada, comparado con el trote que me espera mañana. – digo, sentándome en la butaca, mientras empiezo a ver los dibujos de los fans – ¿Alguna amenaza?

– Noi. Hoy no. – contesta – Todo son palabras bonitas y declaraciones de amor apasionadas. – dice, aguantandose las ganas de reír, sabiendo lo incómodo que me siento con estas segundas cartas.

– Creo que prefiero las amenazas. – bromeo yo, y eso parece ser el detonante de su risa – Deberías hacerlo más.

– ¿El que?

– Reir. Tienes una risa muy bonita. – suelto, sorprendiendole – Y me das esperanzas de que eres realmente humano y no un robot sin sentimientos. – añado, en tono de broma y él pone los ojos en blanco, aunque en el fondo se, que se está aguantando las ganas de reír otra vez.

– Hoy no hay tiempo para leer las cartas en el camerino. – dice Nacho, entrando sin siquiera llamar a la puerta – Venga, Martin, que ya tendríamos que estar de camino a la estación. – dice, poniéndome más prisa aún.

******

Me hubiese encantado sentarme junto a Pablo, para leer las cartas juntos, pero resulta que Juanjo está obligado por contrato, a ir pegado a mi. Así que es él, a quien tengo a mi lado. Pero tampoco me quejo. Quiero decir, que no me molesta. No habla si yo no doy pie a ello y me va pasando las cartas que aun no he leído y guardando las que sí, ayudándome a mantener el orden de nuestra zona.

El viaje de Madrid a Barcelona no llegan a ser ni tres horas. Es bastante rápido, sobre todo si lo comparas con las más de seis horas que tardas yendo en coche, o casi ocho, si vas en bus. Poco después de leer la última carta, llegamos a la estación.

Todos dejamos del vagón y seguimos a Nacho hasta el hotel, que está casi al lado. Observo a todo el grupo que somos. Tal y como me había imaginado, Juanjo es el único guardaespaldas que no va de traje. De verdad, sigo sin entender como puede ser cómodo proteger a una persona, llevando traje.

– Esta es la “llave” de vuestra habitación. – dice Nacho, entregándonos una tarjeta a Pablo, a Juanjo y a mi – Es la 444. Quarto piso, habitación 44. – y pasa a las siguientes personas.

Nosotros tres nos miramos, hablándonos sin decir nada y asentimos con la cabeza, antes de entrar al ascensor. Salimos en nuestro piso y vamos directos a la habitación anteriormente mencionada, que tiene un baño, una tele, una pequeña mesa/escritorio con su silla, un pequeño balcón y dos camas: una individual y una de matrimonio.

– ¿Cómo nos repartimos las camas? – pregunta Paul.

– Tu y yo en la de matrimonio y que Juanjo se quede en la individual. – le contesto.

– No me quejo, pero el contrato…

– Me la pela el contrato. Nacho no va a pasar la noche aquí, para asegurarse de que estés pegado a mi. – digo – Además, no será la primera ni la última vez que a Pablo y a mí nos toque dormir juntos. – añado.

– Pues si todos estamos de acuerdo con las camas… ¡Pido ducharme primero! – dice, corriendo al baño, sin dejarnos tiempo a rechistar, haciéndonos reír a ambos.

– Este Paul… Vaya uno que está hecho. – digo, aun riendo – En fin, voy al balcón un rato, para tomar el aire.

– Voy contigo. – dice Juanjo, siguiéndome.

El aire nocturno de Barcelona no es frío, en esta época del año. Es más bien sofocante. Aunque, siendo verano, no me extraña. El aire es sofocante en cualquier lugar y más con el calentamiento global de los cojones. Miro al cielo y no se ve ni una estrella. Puta contaminación lumínica. O bueno, a lo mejor me he acostumbrado demasiado a las vistas que tenemos en casa que, al estar en mitad de la nada, las estrellas se ven sin problema y el bosque que nos rodea hace que el aire sea un poco más fresquito.

Bajo mi mirada a Juanjo, que está mirando al horizonte.

– Se puede ver el mar, desde aquí. – dice el.

– Si a eso le puedes llamar mar… – digo yo – Cuando acabemos la “gira” de esta obra, antes de empezar a trabajar en la siguiente, te llevaré conmigo al País Vasco, a que veas lo que son las playas norteñas.

– Tampoco es que tenga otra opción. 

– Oye, que no te obligare a venir, si no quieres. Tienes tanto derecho como yo, a tener vacaciones. Digo yo que tu contrato te las permite tener, ¿no?

– Tengo unos treinta días a repartir por todo el año. Como todo el mundo, vaya. – dice el.

– Bueno, eso de como todo el mundo… Nosotros solo tenemos dos semanas de descanso, cuando acabamos una obra. Luego nos ponemos a ensayar para la siguiente.

– La vida del artista. – comenta él, haciéndome reír.

– Que no me quejo, eh. Prefiero mil veces esto, a una oficina o cualquier trabajo convencional y típico.

– ¡Ya estoy! – dice Pablo, saliendo de la ducha, con tan solo una toalla enrollada en la cintura.

– Me toca. – le digo a Juanjo, antes de meterme al baño.


*********************************

Y aquí tenéis el tercer capítulo!!!

Si puedo, hoy publicaré otro, que además estará grabado desde el punto de vista de Juanjo.

Y ya voy avisando que mañana no podré subir ningún capítulo, que es Sant Jordi y estaré todo el día fuera de casa, yendo de una feria del libro a otra.

Espero que os guste y gracias por el apoyo que les dais a todas mis historias. 💕

El guardaespaldasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora