Los golpes en la puerta, seguido del sonido del timbre, sobresaltaron a Emma que tomaba una siesta en el sofá. La noche anterior, después que Regina la dejó en la entrada del complejo de estudiantes, ella dedicó algunas horas a terminar el trabajo que tenía pendiente y por el que Ruby le reclamó. Temprano, en cuanto las oficinas del recinto abrieron sus puertas, fue a la biblioteca para imprimir las hojas que le faltaban y que debía entregar en conjunto con su compañera.
Caminó despacio, estrujándose la cara, peinándose el cabello con los dedos.
-¿Sí, diga? -cuestionó antes de atreverse a abrir la puerta; siempre era así de precavida.
-¿Señorita Emma Swan? -fue la voz de un hombre joven quien le contestó con otra interrogante.
La estudiante frunció el entrecejo. No esperaba a nadie, ni mucho menos. Mantuvo la mano en el picaporte.
-¿Quién la busca? -quiso saber.
-Repartidor -respondió quien la solicitaba-. Traigo un encargo para ella -anunció.
Después de asegurarse quien era, la rubia quitó la cadena de la puerta y asomó medio cuerpo. Se topó de frente con el repartidor, que vestía el uniforme de una reconocida compañía de entregas. El joven levantó una ceja con un gesto de evidente aprobación cuando vio a la hermosa estudiante vestida con unos pantalones muy cortos y una camisilla de Mickey Mouse, sin usar sostén.
-¿Es usted? -cuestionó el repartidor tras la inspección visual.
Emma, sin embargo, fijó la vista en la caja de tamaño medio, y luego en otra un poco más delgada, que yacían en el piso del pasillo.
-Sí, pero... ¿De qué se trata? No he ordenado nada -aclaró. Sus ojos verdes iban de las cajas puestas en el suelo a los del repartidor, que la miraba con una sonrisa entre curiosa y atónita.
-No sé de qué se trata, evidentemente -respondió con un tono sugestivo. Él estaba ligándola, pero ella sólo tenía ojos para las dos cajas. Debía ser un error-. Recogí el paquete y lo traje a la dirección de envío -explicó-. Debe firmar la entrega -le dijo, tendiéndole la tableta y un bolígrafo.
La joven entornó los ojos y ladeó la cabeza.
-¿Tengo que pagar algo? -preguntó.
Ella al fin levantó los ojos. El repartidor tragó al chocar con la mirada esmeralda.
-No, señorita. Todo está cubierto -respondió con una sonrisa. Aun así, la estudiante dudó unos segundos.
-Bueno -aceptó. Chocó las manos en sus muslos y le pidió la tableta para firmar-. Gracias.
-¿Desea que le ayude? La caja es algo pesada. Puedo llevarlas adentro.
-No, no. Tranquilo. Yo lo hago -le dijo, y le sonrió.
El repartir asintió, le dedicó una última sonrisa y se alejó por el pasillo. Ella esperó a no verlo más para moverse; abrió la puerta del todo y la sostuvo con su cuerpo mientras halaba la caja más grande hasta introducirla en el apartamento. Sobre esa estaba la pequeña. Una vez dentro, empujó los paquetes hasta la sala y comenzó a inspeccionarla. No había pedido nada. No era la fecha cuando recibía el colmado que les enviaba sus padres. No tenía ni idea qué podía ser aquello. Sin embargo, en su corazón se instaló una sospecha. Algo que, sin confirmar, le causaba una especie de desasosiego.
Dio la vuelta a las cajas, buscando alguna etiqueta que le diera algo de luz. Leyó donde aparecía su dirección y un poco más arriba, en destinatarios. Mills Consulting Enginners.
De pronto, todo cobró sentido. Ella se sentó en el sofá, llevándose las manos a la boca por la sorpresa. Sus ojos no se apartaban de las cajas. La sonrisa de la mujer con la que salió la noche anterior se dibujaba en su mente con claridad. Ella también sonrió como si la tuviera en frente, hasta que un bullicio de risas femeninas interrumpió sus pensamientos.
Eran sus amigas, Ruby, Bella y Nancy, que hicieron una escandalosa entrada al apartamento entre bromas y risas. Ella se puso en pie con los nervios a flor de piel, tal como si la hubiesen atrapado en un acto ilegal. Las recibió con una sonrisa fingida; se acercó para mover las cajas hacia su habitación, pero sus compañeras, después de abrazarla con afecto, vieron los paquetes. Todas se alzaron las cejas con un gesto de sorpresa mezclado con curiosidad.
-¿Y eso? ¿Qué pediste? -le preguntó Bella con un tono suspicaz.
-No, nada. No he pedido nada -respondió con nerviosismo-. Eso... acaba de llegar. No tengo idea de quien lo envió -mintió.
Ruby la miró con el ceño fruncido y una pizca de perspicacia. Notó el nerviosismo en su voz; apartó su atención de Emma y se acercó a las cajas en busca del remitente. Sus ojos volvieron a su compañera, que la miraba de una manera extraña. Había miedo, temor en sus ojos, algo que la castaña no lograba identificar.
Sin embargo, a Emma no le preocupaba tanto el interés de Ruby en las cajas, sino la manera como Bella observaba lo que sucedía. Se notaba que tenía curiosidad, aunque no había hablado hasta ese momento. Sus ojos estaban clavados en ella, como si quisiera descubrir por sí misma la razón de su nerviosismo.
-Bueno, pues vamos a abrirlo, así salimos de dudas -comentó Nancy con una sonrisa, frotándose las manos como una niña traviesa; era la más curiosa de las tres.
Emma, Ruby y Nancy, se conocían desde la secundaria. Al contrario de Bella, que era una chica de cabellos castaños claros, alegre y muy popular, que se unió al grupo en el primer semestre de la carrera. Las cuatro se hospedaron juntas durante un año, el mismo tiempo en el que Emma se dejó arrastrar por las salidas y comportamiento irresponsable de sus amigas. Ella siempre fue una buena chica, pero la libertad que muchas veces ofrece la vida universitaria, la desbocó en la situación que ahora sufría. El retiro del apoyo económico de sus padres.
-No, tranquilas. Lo abro luego -dijo quitándole importancia a la cara de curiosidad de las tres-. ¿De qué se reían? -preguntó. Comenzó a empujar las cajas hacia su dormitorio para no dejarlas en medio de la sala, donde seguirían siendo el blanco de la curiosidad de sus compañeras.
-¿En serio no tienes idea de lo que hay ahí y, aun así, no tienes curiosidad? -Bella, de brazos cruzados y una ceja arqueada, ejerció presión.
Emma la miró, no muy contenta; luego vio a Nancy, que casi rogaba por saber lo que contenía las cajas.
-Vamos, Emma, abrámoslo.
Ella cruzó mirada con su amiga; Ruby le hizo seña con las cejas. Al final, suspiró hondo, claudicando; luego buscó un cuchillo para abrir las cajas.
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ME ENAMORE DE MI SUGAR (Adaptación SWANQUEEN)
FanfictionCuando a Regina Mills, su nuera le sugirió que colocara un aviso buscando compañía en una aplicación de citas, ella y su hijo la tacharon de desquiciada; porque la sola idea, era una locura difícil de asimilar. Por otro lado, Emma Swan, estudiante...