Prólogo

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Un golpe es dado en la mejilla del hombre atado a la silla, fuerte, al punto de hacerle voltear la cabeza hacia el lado opuesto y escupir sangre, tanto desde el corte ahora presente en su labio, como el del interior de la boca y la brecha que ya tenía en la mejilla.

Saboreando el hierro en su boca, el atado sabe en su mente que esto iba a ser un problema, no le iba a gustar nada cuando lo viera así...

Agarrándolo con fuerza del cabello, el golpeador lo hace alzar la cabeza hacia la luz que hay sobre su cabeza y lo obliga a mirarlo, sonriendo ante las heridas que le ha provocado.

-Ahora ya no eres tan rudo, ¿no es así? Reducido, golpeado, ¿dónde está el tipo malo que tanto se cree? ¿Dónde quedó el diablo del que todos hablan?

"El Diablo está muy arrepentido de no haberle hecho caso cuando le dijo que se llevara a sus hombres con él, y no porque lo hayan agarrado y golpeado, sino por el desastre que se vendría encima luego".

-¿Qué es lo que quieren? ¿Demostrar que son hombres golpeando a un hombre atado?

-Somos hombres, mucho más que ustedes, lo suficiente como para hacerle frente a la familia Zanini sin miedo alguno.

El maniatado lo observa con una ceja alzada, lo cual parece molestar a su atacante, quien lo agarra de la pechera de la camisa (antes blanca impoluta y ahora rojo escarlata, lo que sería otra razón para que lo "castigaran" cuando todo eso terminara) y lo alza hacia él, enfrentándose cara a cara con el pelinegro, el cual ni siquiera se inmuta ante su arrebato de furia.

-Mira, idiota, yo soy el Diablo, es verdad, pero si no me sueltas pronto, vas a saber qué es lo único a lo que le teme el rey del Infierno.

-¿Le tienes miedo a algo? ¿A qué? ¿A morir?

-No, a morir no, y no es a algo, es alguien, y cuando conozcas a esa persona, te aseguro que tú también le temerás, al punto de hacerte en los pantalones solo por escuchar su nombre, si es que sobrevives, claro está.

-Eso lo dudo mucho, ¿quién podría ser capaz de hacer algo así?

No alcanza a responder, porque justo antes de que siquiera abra nuevamente su boca, una fuerte explosión se escucha y sacude la estancia en penumbras, haciendo que caiga polvillo del techo. Todo el mundo se pone en alerta ante esto, excepto el maniatado, el cual maldice en silencio por el problemón en que estaba metido y que se acercaba por el pasillo. Bueno, ya lo había dicho antes, quizás debió haberle hecho caso...

-¿¡QUÉ DEMONIOS FUE ESO!?

El atacante saca una nueve milímetros y el pelinegro no puede menos que reírse al ver eso, lo que hace que el otro lo mire con mala cara.

-¿De qué carajo te estrás riendo, maldito infeliz?

-De que crees que eso te servirá de algo. Te lo dije, hay una sola cosa a la que el Demonio le teme y ahí viene.

-¿Y quién carajo es?

Con una sonrisa de lado, mientras más disparos se escuchan, tanto espaciados como continuos, lo que indica claramente el uso de ametralladoras, el pelinegro suspira antes de responder.

-Mi mujer.

Las palabras del maniatado a penas alcanzan a ser procesadas por el cerebro del secuestrador, cuando una nueva explosión manda todo al carajo, ésta vez en la puerta misma de la habitación, haciendo que caños del techo revienten y caigan empapando todo el suelo, el fuego y partes de escombros manchen las paredes y el suelo y todos salgan disparados hacia los muros del recinto, matando a algunos (ya sea por el golpe o por las heridas provocadas por los escombros). El secuestrador y el de la silla caen al suelo por la onda expansiva, y aunque logra recuperarse con relativa rapidez y alzar su arma hacia el punto de donde vino el ataque, el polvo no le permite ver nada, lo que lo hace temblar.

La Heredera de la MafiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora