F i n a l

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Los ojos de Aemond se abrieron como platos, incluso el mayor pudo notar cómo parecía que el borde exterior de su iris temblaba.

–¿Qué...? –preguntó confuso, con un hilo de voz–. ¡¿Cómo es que llevas la ropa llena de...?! ¡Dime algo! –gritó, mientras sentía cómo el pánico se apoderaba de él con cada segundo que veía aquella sangre sobre su cuerpo.

Pero al mayor ni siquiera le importó darle una respuesta rápida, porque lo que su cuerpo le estaba pidiendo a gritos era sentir el calor de Aemond sobre él. Por eso se echó hacia delante y lo abrazó con fuerza. A ninguno de los dos les importó que la sangre ahora los manchara a ambos.

–¡¿Eh...?! ¡¡Oye, suéltame y dime algo!!

–Pensaba que ya te habrías ido... –murmuró, evidentemente aliviado. Aemond seguía sin dar crédito a su comportamiento–. Pero no tenía forma de contactar contigo. Cómo me alegro de haber llegado a tiempo.

El pecho del platinado tembló cuando un sentimiento de tristeza y de miedo se implantó en él. Cuando los ojos comenzaron a escocerle intentó que Daemon lo soltara.

–¡Todo eso dímelo después de soltarme y darme una explicación, joder! –pero el mayor se negaba a alejarse de él. Entonces Aemond creyó que estaba realmente herido. Colocando sus manos entre ellos, lo apartó de un empujón–. ¡Que me sueltes! ¡¿Estás sordo o qué?!

–¡Ay! –se quejó Daemon.

–¡Ni "ay" ni leches! Joder Daemon, estás cubierto de sangre y ni siquiera me dices qué coño te pasa.

Con un movimiento rápido, Aemond le levantó la camiseta para ver la espantosa herida que tendría, la cual debería limpiar y curar de inmediato. Pero cuando su torso quedó expuesto ante sus ojos, no vio ninguna herida. Su piel estaba intacta. Entonces su mirada se elevó hacia el rostro de Daemon, este estaba medio sonriendo, como si estuviera avergonzado.

–¿Tu trabajo es en una carnicería o algo por el estilo...? –preguntó, bastante molesto y confundido.

–No, hombre. El caso es que he acabado metido en una pequeña pelea, pero yo casi no me he hecho daño.

Justo después de darle aquella explicación, los nervios de Aemond disminuyeron, porque aunque había participado en una pelea, la peor parte no se la había llevado él.

–Es decir... ¿llegas tarde porque te has peleado con alguien...? ¿Esa es tu excusa?

Antes de responder, Daemon se fijó en la camisa que su novio llevaba puesta. Era la que le había regalado. Casi sonríe sin darse cuenta, pero se contuvo para no enfadarlo más de lo que ya estaba.

LLUVIA DE MEDIANOCHE | daemondDonde viven las historias. Descúbrelo ahora