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Aemond se despertó en una cama que no era suya, pero no le extrañó nada de lo que le rodeaba dentro de aquella habitación oscura, porque llevaba cuatro días durmiendo en ella.

Cuando llegó a casa de Daemon, realmente llegó a creer que moriría antes de poder tocar su timbre. Ni siquiera pudo responder cuando habló por el telefonillo, pero justo cuando iba a desvanecerse, él abrió la puerta y lo salvó.

Lo habían apuñalado. Esos hijos de puta que lo intentaron apalizar en un callejón días antes, a los cuales pudo vencerlos sin ningún problema, volvieron a acorralarlo, pero esta vez con armas blancas de por medio.

Daemon curó sus heridas y le obligó a descansar en su propia cama. No sabía dónde había dormido él y, sinceramente, tampoco le importaba demasiado.

Se intentó levantar cuando una punzada lo atravesó, haciendo que de su boca saliera un gemido lastimero, el cual el mayor escuchó, haciendo que entrara en la habitación.

Sus ojos se encontraron unos segundos, entonces Daemon se sentó en el filo de la cama y echó un vistazo al vendaje limpio que cubría la herida, mientras su mano acariciaba la piel junto a este.

–No parece que se te haya infectado, así que debería curarse bien. Has tenido suerte de que la herida no fuera muy profunda.

–Pues cualquiera lo diría con lo que dolía, joder.

–Pues claro, eso no te lo quita nadie. Piensa que yo ya me muero de dolor solo con cortarme con un papel –soltó una risa, la cual Aemond se negó a corresponder–. Te avisé de que esta zona era peligrosa, pero no me esperaba que fueran a apuñalarte. No hay muchos casos como el tuyo la verdad.

La cara de Aemond era un completo poema; ojos entrecerrados, ceño fruncido, labios apretados, y muy, muy mala leche. Daemon lo miró e incluso llegó a preguntarse si había sido él mismo quien lo había apuñalado debido a aquella mirada furibunda.

–Me has dicho que duermes en un motel, ¿no? –preguntó el mayor, intentando que esa expresión desapareciera de su bonito rostro–. ¿Tienes que avisarles o no hace falta?

–No te preocupes –respondió, con el rostro algo más relajado–. Me iré enseguida.

–¿Qué? Oye, que no te lo decía por eso. A mí no me importa que estés aquí –añadió con una sonrisa–. ¿Pero por qué un motel? ¿Es que eres un delincuente buscado o algo así? ¿Sales en las noticias? –bromeó.

Aemond apretó los dientes antes de responder.

–Voy adonde sea que haya trabajo y doy muchas vueltas. Punto.

LLUVIA DE MEDIANOCHE | daemondDonde viven las historias. Descúbrelo ahora