Capítulo 15

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Lisa

─Son más que bienvenidos a quedarse otra noche─ dije, moviéndome nerviosamente sobre mis pies, ─sobre todo porque la hora prevista para que la gente pueda acceder de nuevo a las carreteras no es hasta pasada la medianoche. Pero, sí... se acabó. Oficialmente ya no están atrapados en Big Sur.

Hubo una ovación del equipo de cámaras y Ray ya estaba medio en movimiento, como un torbellino. Si tuviéramos servicio móvil aquí él estaría en un bluetooth, coordinando la logística como un controlador de tráfico aéreo. Pero no lo tenía, así que se limitó a ladrar instrucciones a la gente y arrastró a Eunwoo y Jennie a un rincón. No podía oír lo que decía y la cara de Jennie era ilegible: profesional, asintiendo con la cabeza.

Suspiré pesadamente, echando un vistazo al calendario y observando la tienda. Me reuniría con los inversores mañana por la noche -para tomar mi 'decisión final'- y luego tenía que llamar a Edward, confirmar mi fecha de vuelta al trabajo.

De repente, me invadió el terror. Con la luz del sol que entraba por las ventanas, los detalles que no había visto en una semana cobraban vida. Las tarjetas de la sección infantil no eran blancas, sino amarillas y con forma de estrellitas. La nota de amor manuscrita que mi abuela había escrito -quién sabe cuándo- y que mi abuelo había enmarcado junto a un artículo del San Francisco Chronicle que calificaba a The Mad Ones de 'punto de referencia cultural para poetas, niños de la calle y bohemios. Una magnífica muestra de literatura, una meca para los amantes de los libros', y pegada al lado del marco, una nota adhesiva con un mensaje garabateado en tinta azul: 'Y aquí me enamoré. Catorce años de casados esta primavera.'

No se sabe quién lo escribió, sólo un recuerdo que mi abuelo quiso dejar allí, al igual que quiso dejar todos los recuerdos aquí, entretejidos en las paredes, clavados en el techo, metidos al azar en tazas de café y teteras.

Todo el mundo se arremolinaba a mi alrededor, así que nadie se dio cuenta de que cogía el diario de mi abuelo y me colocaba detrás de la caja registradora, sorbiendo mi taza de café ya frío, mi encantadora mañana con Jennie convertida ahora en un recuerdo lejano. Era el diario donde anotaba sus pensamientos más oscuros y angustiosos. Sus remordimientos, sus miedos. Necesitaba que me hablara sobre la pequeña semilla de una idea que se abría paso a la fuerza en mi conciencia.

De mediados de los noventa:

La gente ya no quiere pasarse el día deambulando por una librería, coleccionando novelas, hablando de sus autores favoritos. O simplemente sentarse en una silla y dejar que el día se escape. Nuestra cultura empuja a la gente a estar demasiado ocupada, demasiado atareada, siempre con prisas. No sé si The Mad Ones puede seguir vivo en una cultura así. Es la antítesis misma del deseo americano de estar en constante movimiento.

Y de hace sólo cinco años:

A veces siento que soy el único que queda al que le gusta leer.

Nada más: sólo una línea. Y tampoco me sorprendió. Apenas un año después de salir de la universidad había dejado de leer casi por completo. Demasiado distraída, demasiado cansada, demasiado estresada por el trabajo.

Sin embargo, en cuanto me mudé aquí, era lo único que podía hacer. Llevé la cuenta junto a la cama y en cinco meses y medio había leído 128 libros. Casi uno al día. Fue estimulante, como volver a enamorarse.

Y luego, justo dos años antes de morir:

Vivir aquí es una elección que hice, hace cincuenta años, y no la cambiaría por nada del mundo. Hoy he visitado a mis hijos y hemos tenido una cena encantadora en la que mi hijo, por primera vez en años, no ha intentado que me mude a la ciudad, a un pueblo de jubilados. No hemos discutido sobre mi estilo de vida, y he podido mirar a mi alrededor y felicitarles sinceramente por su nueva casa. No sugerí que fueran zánganos corporativos en un sistema de codicia. Y no me recordaron que el Verano del Amor había muerto hacía décadas. Habíamos llegado a un punto muerto: ambos veían las decisiones vitales del otro como algo que les correspondía a ellos.

Almas Libres - Jenlisa | G!PDonde viven las historias. Descúbrelo ahora