2. Promesa de flores

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Todo aquel que llegue a esta puerta, debe abandonar toda esperanza.

Ya son varios años en los que me ha tocado caminar por este valle oscuro, lleno de vientos negros, suelo bañado por lava incandescente y con nauseabundo olor.

A dónde quiera que vayas... te voy a encontrar...

¿Quién me está llamando? Mi cuerpo se mueve atraído por una extraña energía de la que siempre he querido escapar, pero por alguna razón, nunca he podido, pues es más fuerte que yo y me absorbe como si se tratara de un agujero negro.

A pesar del miedo que me invade, sigo caminando sin meditar por qué o para dónde voy; solo continuó por el averno que ha fulminado mi voluntad.

Nunca podrás escapar de mí...

Mis pasos se detienen cuando me doy cuenta de que he llegado a un templo, cuyo techo se encuentra decorado con un ángel caído blandiendo una espada maldita. La ansiedad en mi pecho me envenena, pero aun así me adentró a esta cueva de la muerte.

Frente a mí se encuentra un trono con alas de gárgola, y su huésped no es otro más que mi reflejo.

Soy yo... bañado en la oscuridad.

Del cuerpo que me imita sale un alma negra y maldita, la que me mira con malicia, y al mismo tiempo, satisfacción. Mi cuerpo se paraliza, mis piernas no responden ante el temor que me produce aquel monstruo, cuyos ojos son tan enigmáticos como un hondo y abismal lago.

¿Cómo es posible que tanta podredumbre se esconda en una mirada tan pura?

- El día de nuestra fusión está cerca. - dijo el engendro, levitando frente a mí. - Pronto seremos uno solo... tal y como se ha repetido en todas nuestras vidas.

- ¿Quién eres? - pregunté.

- Soy el rey de la muerte, el maestro de la oscuridad que gobernará sobre la vida. - respondió frío. - Y tú eres el recipiente que tendrá el honor de resguardar mi alma.

- Mi cuerpo es solo mío... No te pertenece.

- Tu vida y la mía siempre han estado enlazadas, y nada ni nadie podrá romper ese lazo. Resistirse es inútil.

- No... No te acerques.

Mi cuerpo se ha paralizado ante el dios de la muerte, mientras siento como mi espíritu se minimiza con su presencia.

¿Es mi destino ser el anfitrión de un dios maligno? ¿Tengo que aceptar su voluntad? ¿Nada puedo hacer para revertir esta condena?

Siento una energía brotando desde mi interior, un universo que quiere explotar para repeler a este enemigo, pero mi parálisis me ha bloqueado, aterrorizado y anulado. No soy más que un cobarde a punto de ser devorado por su depredador.

Debo... aceptar... mi sentencia...

- Los humanos tenemos la capacidad de cambiar nuestro destino...

Aquella voz que suena detrás de mí, libera mi perturbada alma, causando que el dios de la muerte gruña con furia, odio y rencor.

- ¡No estorbes, imbécil! ¡Nadie puede ir en contra de mi voluntad!

Esa voz tan reconfortante... la que me vio nacer, crecer y sufrir... la voz de la misma sangre que corre por mis venas.

- Te lo dije antes y te lo volveré a decir... Yo siempre te protegeré, hermano.

Saint Seiya: Cadenas malditasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora