Capítulo 18

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Shoto había pasado toda su vida siendo el preferido de su padre.

¿Cómo no serlo? Si había sido él quien heredó lo mejor de las capacidades mágicas de sus progenitores. El potente, arrasador fuego de su padre y el defensivo hielo de su madre.

Su padre y su hermano mayor poseían solo la habilidad innata para el fuego, y aunque eran buenos manejándolo, con frecuencia tenían que detenerse una vez las llamas se volvían demasiado para que sus cuerpos las soportaran.

Shoto era diferente. Él tenía la capacidad de regular la temperatura de su cuerpo usando los discretos hechizos de hielo que su madre le había enseñado antes de desaparecer. Esto significaba que podía aguantar hasta el triple de tiempo usando sus llamas y el doble de temperatura que el resto de su familia.

Touya lo detestaba, mientras que Fuyumi y Natsuo apenas lo miraban, pero eso no importaba porque Shoto seguía siendo el más fuerte de todos y el heredero del título de gobernante de Hosu, incluso aunque era el menor de la familia.

Su padre estaba orgulloso de él; siempre presentándolo ante otros nobles, siempre permitiéndole salir a la cabeza de las cacerías; siempre dejándolo hacerse cargo de las amenazas a su gente.

Ya fuera familias de magos con habilidades que rivalizaran con las de los Todoroki, gente que instigara levantamientos, o individuos con poder puro de combate, no podían permitir que nadie amenazara la estabilidad que tanto se habían esforzado en construir.

Por eso, su padre había pasado gran parte de su juventud cazando a una familia de hechiceros con magia de protección que se rebeló contra ellos, al igual que aquel pueblo llamado Kamino, que Touya había quemado hasta los cimientos.

Por esa misma razón, ahora Shoto estaba fuera de casa, rastreando a los causantes de su desgracia.

Y todo había comenzado una noche de luna llena.

Maldito fuera el imbécil que dejó escapar al licántropo. Su error no solo le había costado la vida a los guardias de las torres que intentaron detener a la bestia, sino también a los trabajadores de la celda, que pagaron su equivocación con sus vidas.

Recordaba haber estado sentado en el extremo del enorme comedor de Hosu, cenando en silencio con el resto de su familia, cuando un guardia sudoroso llegó corriendo, pálido y con manos temblorosas. Touya le había gruñido por atreverse a interrumpir antes de que el hombre pudiera espabilarse e informar que un prisionero había escapado.

Y no cualquier prisionero, sino el licántropo que llevaba años en la celda. El trofeo de Touya y sujeto de pruebas favorito de sus soldados y médicos, que seguía vivo solo porque su madre se había enterado que tenía la misma edad que Shoto y, de alguna forma, lo veía como un niño al cual proteger.

Se habían levantado del comedor de golpe y, a petición de su padre, habían salido él y sus hermanos a plantarle cara al atrevido prisionero. Su madre se había quedado atrás, sentada con la mirada clavada en su plato, tan ausente como siempre.

El plan que formaron mientras se apresuraban a las enormes puertas de la muralla fue noquear al licántropo para así poder llevarlo a una celda reforzada y eliminar las posibilidades de que volviera a intentar escapar. Dependiendo del daño que causara decidirían si ejecutarlo o mantenerlo prisionero.

Se plantaron en la muralla forrada de hielo, apenas cubiertos con abrigos de interior y aún con el sabor del fino vino sureño de su madre impregnado en la boca. Enji esperó hasta que la bestia estuvo peligrosamente cerca a su posición para decidir que tenían que intervenir.

Respiro; [Katsudeku]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora