Capítulo 4

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¿Es muy pronto para tener un personaje favorito?

Porque yo ya tengo el mío y estoy amándolo horrores.

Estoy muy entusiasmada con la historia, espero poder terminarla para inscribirla a los Wattys de este año.

Y espero contar con su apoyo y de corazón espero también que a ustedes les esté gustando.

¡A leer!

~~~

Gio llegó a la dos de madrugada, con la cara pintada de blanco y tambaleándose como los muñecos de las gasolineras.

Supe que era él cuando apareció en mi habitación, con una botella de ron en la mano a medio terminar y la cara contraída en una mueca de dolor que confirmó que se había dado varios golpes por el camino.

Desde luego que se había confundido de habitación; la suya quedaba a dos de la mía y había decidido compartirla con Gabe porque ninguno de los dos necesitaba tanta privacidad.

Yo estaba en la cama, dibujando, no como siempre lo había hecho: inspirada, con emociones vibrantes a rebosar y las ganas de inmortalizar todas las ideas que pasaban por mi cabeza. En esa ocasión, en cambio, dibujaba desconsolada como una flor de loto era arrancada de su hábitat y plantada en un lugar donde, tiempo después, se marchitaba.

Mi mejilla palpitaba, mis ojos estaban enrojecidos e hinchados y sólo habían residuos de sollozos de un llanto desconsolado que agotó todas las lágrimas que pudo. Seguía sin poder asimilar que Leanndra Larson me hubiera abofeteado por un simple dibujo.

Me obligué a salir del ensimismamiento cuando un golpe sordo seguido de un quejido lastimero, rompió con mi burbuja; Gio estaba tendido en el suelo, con la botella abrazada al pecho y una expresión de dolor enmarcable.

—Maldita sea —se quejó—. Soy una mierda esta noche.

—Es de madrugada.

—¿Solo existes para corregir a la gente o tienes una función más divertida en este viaje?

—Soportar tus ofensas puede considerarse, aunque es muy agotador.

—¿En qué momento te he ofendido? —trató de levantarse a duras penas, sin embargo, parte del contenido de la botella se había esparcido por el piso de madera, volviéndolo inestable y resbaladizo; en vano fueron los intentos que hizo para apoyarse con las manos. Desistió al cabo de un rato—. ¿Me ayudas? Dejo de ofenderte por un día.

Me lo pensé.

—No. Gracias. Te ves más inofensivo ebrio y tirado en el suelo.

—No estoy ebrio —rebatió, en vano—. Solo estoy... contento. Eso es muy diferente.

—Tienes la cara pintada de blanco, y eres negro, Gio.

—Soy moreno oscuro, ¿qué te pasa?

—Tras de idiota, eres racista contigo mismo.

—¡Tú me has llamado negro!

—Y tú has negado que lo eres.

Se quedó callado, sopesando mis palabras.

Hubo un instante en el que creí que se levantaría por fin del suelo y saldría de la habitación para dejarme seguir con mis cosas, pero se me quedó mirando... fijamente, y notó lo que la mayoría de gente notaría si tuvieras la mitad de rostro enrojecido con motas moradas.

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