Capítulo 8

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Actualización después de siglos.

Disfruten del capi y no olviden comentar (agreguen a sus personajes favoritos de una).

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—¿Qué significa esto?

Levanté la mirada del dibujo, con el corazón atascado en la garganta, y perdí la respiración unos instantes cuando mis ojos se encontraron con los suyos por novena vez en la tarde. Venía, como tomaron por costumbre dos de esos tres días de Carnaval, de un senderismo asiduo que le tenía la piel del rostro derretida en sudor.

Traía una extraña combinación de cansancio y vitalidad.

Traté de recomponerme.

—Eres silencioso.

—Y tú te distraes con facilidad —apoyó la palma de la mano en el espacio que quedaba de mi sofá y trató de sentarse; desistió al recordar que estaba más mojado que una planta recién regada—. Ups, casi lo olvido. Iré a ducharme y regresaré para que me cuentes la historia de ese jarrón.

Oculté la sonrisa tímida.

—No es un simple jarrón.

—Para eso quiero que me la cuentes —sonrió y seguí el trayecto de una gota de sudor; todas nacían en su frente, acumuladas como un racimo de uvas, y caían en picada hacia su cuello, serpenteando como víboras peligrosas—. Sé que ninguno de tus dibujos son simples.

Seguí sus pasos rumbo al pasillo, donde su cuerpo desapareció mientras se agitaba el pelo con las manos.

Me inquieté en el puesto porque distinguí esa sensación; la pérdida de respiración al contenerla por una sorpresa satisfactoria. Me había sucedido tanto en el pasado que, la mera idea de que estuviera ocurriendo de nuevo, me asustó tanto como erizó mi piel de los nervios.

Me había tomando la última tarde en Crownderville para repasar mis dibujos antiguos. Había terminado la flor de loto en la madrugada, después de haber sacado a Giovanny de mi habitación bajo la promesa que escucharía todo lo que me dijera —y confiaría cada palabra— cuando no tuviera la inspiración acariciándome el cuello. Había sido muy cínica, lo admitía, y él también había sido muy iluso.

No tenía pensado escucharlo a menos de que eso último que me dijera, hiciera que me dejara en paz el resto del viaje. Lo cual, cuando entró a la cabaña hablando con Gabrielle —esa mañana pareció muy animado en acompañarlos—, me hizo el recordatorio visual de que teníamos algo pendiente.

No había forma de escaparme de él.

Escuché voces reverbando en el pasillo. Cerré el cuaderno y me puse de pie con intenciones de ocultarme en mi habitación las últimas horas que nos quedaban ahí, pero mi primo apareció con el teléfono pegado a la oreja e impidió que me marchara.

—Quédate, tía Venus quiere hablar contigo.

—¿Mi mamá?

Asintió y me lo tendió.

—¿Tienes otra?

—¿Para qué?

¿Acaso no puedo hablar con mi hija?

Abrí mucho los ojos y Nash contuvo una sonrisa, zarandeando el teléfono para que lo tomara. De todo el tiempo que llevaba con mi primo era la primera vez que me llamaba. Se había mantenido enterada de lo que pasaba conmigo porque Nash le informaba a ella de vez en cuando.

—¿Sí? —me lo llevé con desconfianza al oído —. ¿Mamá?

Ares, cariño.

Su voz se escuchaba muy extraña.

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