Buen provecho, profesor

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    Will abrió los ojos cuando escuchó el clic de la cerradura.

    Tenía miedo.

    Muchísimo miedo.

    Había estado encerrado todo el día en la habitación mientras su nerviosa cabeza comenzaba a perder los estribos. Enloquecer no era una opción para él, ya que no quería demostrar debilidad y permitir que eso le jugara en contra; pero no podía seguir convenciéndose de que todo estaría bien después.

    Además, estaba ese olor tan horrible que le estaba causando arcadas.

    Le recordaba cuando iba con su familia a pescar los fines de semana, en especial cuando su papá lo guiaba a la sala de destripado de pescados. La pestilencia y la muerte se mezclaban en una danza desagradable de sensaciones vomitivas, que le advertía que en algún momento de su vida él estaría en la posición de los pescados.

    Sin embargo, Will no sabía a qué olía exactamente. No podía descifrar a qué animal pertenecía ese tipo de olor tan nauseabundo.

    Eso le daba más terror.

— Debo irme —Will murmuró muy bajito—. Debo marcharme ahora mismo.

    Will trató de serenar su respiración, no quería que un ataque de pánico lo delatara. Aunque no era tarea fácil.

    Con mucho cuidado, Will se quitó las sábanas y agarró el exceso de las cadenas para que no hicieran ruido. Eran pesadas, y apenas podía sostenerla con las dos manos sin que se les cayeran. Con mucho cuidado, Will caminó por la habitación en busca de algo que pudiera ayudarle en lo que estaba pensando hacer.

    A pesar de que todo estaba oscuro, la ventana dejaba pasar la luz de la luna. Sin embargo, no había tanta fuerza como las noches anteriores. Will observó el jardín a través del vidrio limpio y se disgustó al notar que no había nadie; ni siquiera los jardineros nocturnos que a veces pernoctaban.

    Pero eso era extraño. En los jardines siempre había alguien vigilando.

    Will no necesitó detenerse a pensar en lo que implicaba ese hecho. Había un problema más grande que necesitaba resolver, y el tiempo, por desgracia, no estaba de su lado.

    ¿Cómo podría escapar?

    La ventana no se abrió cuando Will soltó la cadenas con cuidado en el suelo y trató de abrirla. Al parecer, tenía el seguro puesto que solamente podía quitarse con una llave. Y por lo que evaluó, romper el vidrio no era una opción; no si quería pasar desapercibido.

— ¿Qué hago? Dios... ¿Qué hago?

    Will se preguntó con grietas terribles en su autocontrol. No era una persona muy creyente en entes religiosos, pero recordó que en los momentos más obscuros del hombre, tendían a aferrarse a lo que fuera en busca de ayuda y soluciones.

    Pero Will estaba seguro de que nadie iría a ayudarlo en ese momento.

— ¿Puedo... Perderlos? —Will susurró mientras miraba sus pies—. ¿Pero cómo podría?

    Will trató de evocar algún tipo de conocimiento en su cerebro sobre anatomía humana para explicar cómo podría deshacerse de una extremidad sin morir en el intento. Solo que, gracias al nerviosismo y probablemente también por acción divina, nada vino a su mente.

    Entonces, como si ya no tuviera suficiente, Will había escuchado pasos aproximarse por el pasillo que estaba afuera de su habitación.

   Estaba jodido.

   Y no era una pregunta.

— No, Mischa. Te dije que no debes pasar para acá.

   Will escuchó claramente la voz de Hannibal. Tenía un tono con el que nunca había usado cuando hablaba con él o con cualquier ser humano. Era un tono suave, paciente y hasta considerado. Sonaba como una persona normal.

Mylimasis |HanniGram|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora