¿Quién es el remitente?

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     El trabajo de ser profesor era agotador. 

     Jornadas largas de correcciones de trabajos de muchos estudiantes que no siempre sabían qué estaban haciendo, dolores de cabeza por las respuestas sin sentido y una horrible presión por armar una clase para personas que, en la mayoría de los casos, no estaban interesadas en lo que la materia tendría que ofrecer. A veces, eso significaba tener crisis en donde los cuestionamientos sobre lo que tenía que ofrecer como profesional se tornaban pesados; y como ya era un adulto, no había nadie con quien pudiera desahogarse porque los psicólogos eran caros.

     Las salidas venían esporádicamente, cuando un estudiante sobresaliente demostraba ser esa semilla de esperanza que podía regar en un jardín marchito. O cuando los padres aparecían para darles las gracias por incentivar la chispa del estudio en su hijo. Y, mayormente, venían en forma de comprimidos de 500 miligramos para la migraña.

     Para Beverly Katz, era hermoso y triste ser profesora. Pero sabía que a eso era lo que se enfrentaría cuando decidió irse por el área de la docencia. 

    Al menos podía decir que tenía colegas con los cuales, en ocasiones, podía compartir experiencias y despejar la carga mental. Aunque ya no era tan frecuente hablar con ellos gracias a las vacaciones escolares de los estudiantes; ahí era cuando debía dedicarse a planificar nuevamente las nuevas clases del siguiente curso y las estrategias escolares, junto a los horarios. Trabajaba más cuando no había estudiantes de por medio que cuando estaba en el salón de clases.

    Ese día en específico, cuando estaba tomándose una taza bien cargada de café negro sin azúcar, se encontró mirando por la ventana. Era un día lluvioso, lo cual era raro para ser verano; así que tomó todo con calma. Igualmente, una mente cansada no producía mucho. 

    Sonrió cuando recordó quién le había dicho esa frase.

— ¿Qué será de tu vida, Will? —preguntó Beverly al aire cuando el fugaz recuerdo terminó.

    Hacía semanas que Beverly no sabía de Will. 

    Un poco antes de que hubiera terminado el curso, cuando había quedado en entregar los exámenes finales al departamento de evaluación para traspasar las notas. Él había ido un día como de costumbre, y luego parecía que la tierra se lo había tragado.

    Nadie tuvo señales de vida de Will, y eso enojó a la junta escolar.

    Sin embargo, como Will no hablaba con muchas personas, nadie sabía exactamente que había sido de él. Y eso incluía a Beverly.

    Una verdadera lástima.

*

*

    Unos días después de aquella lluvia, Beverly le escribió un mensaje de texto a Will para saber de él. 

    Por mucho que lo había pensado, no había querido enviarle un mensaje porque muchas veces Will demostró ser desapegado con las redes sociales y los medios de comunicación convencionales. Sin embargo, cuando había escuchado de sus compañeros que Will nunca había entregado las notas y que planeaban despedirlo, Beverly se preocupó.

«Hola, Will. ¿Cómo estás? La gente empieza a creer que te pasó algo» Beverly escribió sin mucha esperanza.

    No quería ser pesada, pero era un poco ridículo la falta de presencia de Will.

     Al ver que su mensaje había sido enviado, pero no había tenido ninguna respuesta inmediata, Beverly suspiró y guardó su teléfono. Descartó cualquier otra acción y siguió con su día. Si al final Will no estaba tan interesado en conservar su trabajo —o su amistad—, ella no era nadie para insistirle.

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⏰ Última actualización: Sep 18 ⏰

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