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7.

Jennie parecía llena de energía bajo el cielo nocturno, más animada de lo que yo había visto nunca. Con una sonrisa tan suave como el rocío de la mañana, Jennie bromeó:

 ―¿Te quedarás con el retrato que se parece a mí? El de mi antepasada, la condesa Enneji?

Sentí el primer brote de ardor en mis mejillas. ―Lleva el rostro de alguien muy querido para mí, ‒ dije, y ella tiró de mí hacia delante, estrechándome entre sus brazos y poniendo sus manos en mi cintura.

La ternura de aquel gesto tan íntimo atravesó el muro que había construido apresuradamente alrededor de mi corazón. ―¿Y la vas a mantener junto a tu cama?‒ dijo con un brillo de picardía en los ojos.

―Allí es más seguro, ‒ respondí, y entonces surgió en mí algo antinatural, un fuego que no tenía palabras para nombrar. No podía expresar lo que me producía su mirada, sólo que me provocaba vergüenza, una ofensa que escupía en la cara de mi educación. No podía apartarme. Me debilitaba a cada momento que pasaba.

En cambio, el toque de Jennie dejó la curva de mi cintura. Ella sonreía. Echaba de menos la presencia de su mano en mi cintura. ―Mi linaje familiar es antiguo. Lo tengo registrado desde hace mil años.

―¿Pero no me dirás nada más?‒ pregunté, pero inmediatamente me arrepentí de mis palabras. Jennie frunció el ceño como ya había visto antes, siempre que le pedía detalles de su vida y de la expedición de su madre. Sin embargo, la desesperación por saber más de aquella misteriosa joven me empujó a actuar; podría haberme bañado en cada pedazo de ella, pero me quedé sedienta.

―He hecho un voto, mi querida Lisa‒, dijo con cierto pesar. ―Pero te juro que, con el tiempo, lo sabrás todo‒. Volvió a sonreír. Me agarró de la mano y tiró de mí, adentrándose en el conjunto de árboles y arbustos.

Se movía con la fluidez de un gato y con la misma extraña coquetería. Siempre nos tocábamos; siempre me acariciaba la mano, la cintura, la cara; los suspiros que salían de su boca recordaban a un ronroneo. Hubiera jurado que era un caballero disfrazado por la forma en que me miraba, con adoración en los ojos.

Y me pregunté, si así fuera, si éste sería un encuentro diferente.Me pregunté si la querría igual.

Fueran cuales fueran las pasiones amorosas que impulsaban su tacto y su sonrisa, hablaban de alguien en una bruma de enredo romántico. Ya lo había pensado antes, y, con el impulso extrañamente desesperado de saber... contesté:―Quizá pueda adivinarlo.

Ella se giró, manteniendo mi mano cautiva, el tímido torcer de su labio nada menos que el de una niña. No era un caballero disfrazado, no con la feminidad de su risa. Oh, Jennie, ¡tan suave y brillante bajo la luz filtrada de la luna! 

―Vamos, ‒dijo, con un desafío en su voz.―Adelante háblame de mí, mi querida Lisa. Me encanta escucharte hablar.

―Vienes de una tierra muy lejana, ― le dije, pero ella se rió y negó con la cabeza. ―¿No?

―No, ‒ susurró, y se acercó bastante,lo suficiente para que pudiera contar cada pestaña de sus inquietos ojos.

Por un momento me quedé sin palabras, tan cautivadora era su mirada. Su cercanía me revolvía el estómago, pero algo dentro de mí me pedía más.

―No tan lejos, entonces. Vienes de dinero.

Hizo un leve gesto asintiendo con la cabeza, y la picardía de su sonrisa se desvaneció en algo inexplicablemente suave.

La indescriptible hinchazón de mi pecho amenazaba con estallar y, sin embargo,mi corazón seguía dando cabida a toda sensación extraña y maravillosa. Seguía sintiendo repulsión y a la vez atracción, sin saber lo que me atrevía a pedir.

Dark Desires ┃ JENLISADonde viven las historias. Descúbrelo ahora