4. No me ayudes por favor

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Pasó el resto del día sin moverse de la habitación de su hermano. Sentado en el borde de la cama le veía dormitar a ratos. De repente abría los ojos y le miraba con miedo en ellos como si no le reconociera, hasta que le cogía la mano con fuerza y le prometía que nunca más se iba a ir de su lado. Solo entonces cerraba los ojos de nuevo y caía en un errático sueño, agitándose en él, sollozando por lo bajo sin querer.

No paraba de ponerle la mano en la frente, comprobando cada dos por tres que no tenía fiebre. Estaba muy preocupado y no sabía que podía hacer por él.

Sintió que la puerta se abría despacio y se levantó con cuidado de no despertarle. Salió al pasillo y allí habló de nuevo con sus amigos.

—Tom, tu padre está abajo—anunció Gustav preocupado.

—¿Papá? ¿Qué es lo que quiere?—preguntó Tom extrañado.

—Veros a los dos. Pero...no está solo—advirtió Georg.

—¿Está con ella?—preguntó Tom sin creérselo.

—No, con un chico joven, debe ser del que nos hablaste—explicó Gustav—El caso es que su cara me suena de algo.

—Yo solo sé que es un imbécil—murmuró Tom pasando a su lado.

Echó a correr escaleras abajo seguido por sus amigos, parándose en al puerta del salón. Su padre estaba de pie mirando por la ventana con una expresión de enfado en la cara, mientras que Ryan estaba cómodamente sentado en el amplio sofá con los brazos cruzados y una gran sonrisa de satisfacción en los labios.

—Papá—llamó Tom sin atreverse a entrar.

Jörg se giró despacio y con la mirada buscó al menor de sus hijos, frunciendo el ceño al no verle, preguntándose donde demonios se podía haber metido.

—Está descansando arriba—informó Tom, como si le hubiera leído el pensamiento—No se sentía bien esta mañana cuando se levantó y...

—A eso se le llama resaca—le cortó Jörg enfadado—No sé que educación os ha dado vuestra madre, cuando accedió a dejaros vivir solos pensé que tendríais dos dedos de frente y podríais cuidaros vosotros solitos, pero veo que sin la presencia de un adulto hacéis lo que os da la gana sin tener en cuenta las consecuencias.

—Mamá no tienen nada que ver, y nos sabemos cuidar muy bien—se defendió Tom enfadado.

—Si, no hay más que veros—rió Jörg—Todavía sois menores, si las cosas siguen así conseguiré vuestra custodia y os vendréis a vivir a casa conmigo y Carol....y Ryan, claro...

Las palabras de su padre le cayeron como una patada en el estómago. ¿Vivir con él cuando nunca se había preocupado por ellos? ¿Compartir el mismo techo con ese bastardo que  desnudaba con la mirada a su hermano?

Nunca, antes se fugaba de casa y se llevaba con él a Bill.

—Señor Kaulitz, las cosas se han salido de quicio...—comenzó a decir Gustav con miedo.

—Chicos, esto no es asunto vuestro—cortó Jörg bruscamente—Y Ryan no tiene la culpa tampoco, ¿por qué no os lo lleváis y le enseñáis la casa? Así podré seguir hablando a solas con mi hijo.

Ryan le obedeció de inmediato, pasando al lado del guitarrista dirigiéndole una fea sonrisa. Gustav intercambió una mirada con su compañero, le llevarían a la cocina, nada de enseñarle el piso de arriba.

Esperaron a estar a solas y entonces Jörg continuó con lo que estaba diciendo.

—Me voy a casar con Carol y queremos formar una nueva familia—le explicó a su hijo—Compraremos una casa más grande y os vendréis a vivir con nosotros y vuestro nuevo hermano. Ryan es un buen muchacho, se ofreció a acompañarme porque sabía que lo estaba pasando muy mal por el disgusto que tu hermano me acababa de dar.

Caprichos del destinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora