2. ¡Sorpresa!

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No podía creer lo que le estaba pasando. Tener una chica guapa entre sus brazos y no hacerla ni caso.

Desde que Bill se fuera, no podía sacárselo de la cabeza. Sabía que le había mentido cuando le dijo que se iba a tomar el aire porque le molestaba la garganta. Vio en sus ojos que había algo más, y que no se lo pensaba contar. ¿Desde cuando no confiaba en él? Siempre se lo contaban todo, no había secretos entre ellos.

Si hasta Georg se burlaba de ellos, diciendo que parecían un matrimonio...

Sacudió la cabeza y estrechó con más fuerza a la chica que entre sus brazos suspiraba, concentrándose en la canción que sonaba en esos momentos y moviéndose a su compás, sin hacerle ver a su acompañante que estaba deseando que terminara para poder irse de su lado.

No podía apartar los ojos de la puerta por la que salió su hermano minutos escasos, tratando de encontrar entre todas las caras la suya regresando al local. Pero nada. No había rastro de él y ya se estaba volviendo a preocupar.

Se disculpó ante la chica, y tras besarla en la mejilla a modo de despedida, caminó hacia el reservado. Tal vez no le había visto entrar y se encontraba en él cómodamente sentado. Necesitaba verlo con sus propios ojos.

Pero solo encontró a un adormilado Georg, recostado en el sofá con los ojos medio cerrados.

—Georg—le llamó con el pie.

El aludido gruñó y abrió los ojos del todo con cansancio. Todo el alcohol ingerido se le había subido a la cabeza y no estaba en condiciones de ser molestado.

—¿Has visto a Bill?—preguntó Tom desesperado.

—¿Aún no ha regresado? A ver si al final ha tenido suerte...—rio Georg cerrando los ojos de nuevo.

Le había entendido perfectamente a la primera, no le hacía falta preguntar a que demonios se refería. Pero sabía con certeza que su hermano no era como él, que nunca aceptaría un rollo de una noche, por mucho que lo estuviera deseando.

—¿Nos vamos ya?—preguntó Gustav acercándose.

—Yo creo que si, Georg se va a quedar dormido en el sofá y Bill ha desaparecido—explicó Tom preocupado.

—Seguro que ya está en casa—le aseguró Gustav.

Tom asintió de acuerdo con él. No era la primera vez que lo hacía, irse en mitad de una fiesta. Cuando ellos volvían al apartamento, le hallaban en su cama profundamente dormido. Pero siempre avisaba que se iba...

Con la ayuda de Gustav consiguieron levantar a su caído compañero y le hicieron caminar hasta la salida, evitando mirar a la gente que los observaban con atención. Cuando salieron del local se dieron cuenta de que había empezado a llover.

El coche en el que vinieron se les acercó de inmediato y se montaron corriendo. Por el camino, no pudo evitar apartar los ojos de las calles por las que pasaban, como si fuera a ver a su hermano caminando bajo la lluvia que en esos momentos caía con más fuerza.

—Mira ese loco—dijo Gustav de repente.

—¿Quién?—preguntó Tom girándose en su dirección.

—Nada, ya lo hemos dejado atrás. Un chico, parado en mitad de la calle, mirando al cielo y riendo a carcajadas—le explicó Gustav encogiéndose de hombros—Que gente más rara...

—Si, es raro—murmuró Tom sin dejar de pensar en su hermano.

Esperaba que la lluvia no le hubiera pillado en el camino. Si no, fijo que al día siguiente estaría resfriado.

Caprichos del destinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora