Capitulo 5:

18 9 2
                                    

Puse a mi jefe al tanto de todo, de las fotos que me envíe, y de la reunión que tenían programada sobre lo que harán respecto al almacén. También la hora cuando se iba a ver con Kaesar hoy.

Por suerte el peli-negro aprovechó y puso un rastreador al USB. Según él, cómo sería yo quien se lo diese a Kaesar, él no se le pasaría por la mente que ese aparato estuviera siendo pinchado.

Estamos aparcados al otro lado de la calle, donde hay un restaurante de paredes totalmente de cristal. Donde podemos ver perfectamente a todos los que están ahí cenando, sin más no podemos verlos a ellos.

— De que sirve que me hayas traído aquí si no podemos entrar a ese lugar cómo si nada?— pregunté obvia, encogiéndome en mi sitio.

— Nunca has oído hablar sobre la palabra "espionaje"?— pregunta burlón.

Lo voltee a ver, apoyando mi cabeza en la ventana del auto. Él estaba desabotonando su camisa blanca manga larga. Una vez quitada, me dejó ver ese cuerpo corpulento, tatuado, cicatrizado y totalmente marcado.

Se giró hasta los asientos de atrás, agarrando un suéter color crema, se lo puso sin mucho esfuerzo. Agarró un collar en oro, al igual que un reloj, gafas negras con detalles en oro por igual. Soltó su cabello, peinándolo hacia atrás.

— Se que soy toda una obra de arte para mirar, pero por el amor a Dios, mujer. Muévete tú también. — estiró su brazo para los asientos traseros y me arrojó algo a la cara.

— Imbecil.

— Horrenda. Apresúrate. —

Miré lo que me había arrojado, y era su mismo suéter pero más pequeño.

— Moriré de calor— obvié. Me miró mal, y sacó otra prenda de los asientos traseros. Una falda azul oscuro, casi marino.

Sin decir nada, me comencé a quitar el vestido, a diferencia de mi, él no me estaba mirando. Pero cuando por fin, después de estar luchando en quitarme el vestido en este incómodo asiento, me miró de reojo.

Mi estómago no era tan plano, se podía ver rollitos, mis muslos que a pesar de no ser tan grandes, se veían regordetes, y unos pechos proporcionados e algo salidos del brasier. Los acomodé. Me puse la falda y luego el suéter.

Me pasó un anillo en oro, con un hermoso diamante en medio.

— Por qué me das esto?— pregunté arqueando mis cejas, viendo cómo él también colocaba un anillo en su dedo.

— En estas pocas horas serás mi esposa, Vera —

Sentí caliente mis mejillas y mi corazón latir un poco acelerado.

Quería una propuesta de matrimonio y casarme.

Pero no con este tipo.

— Me harás ponerte el anillo?— interrogó, arqueando sus cejas. Aunque tuviera gafas, podía ver perfectamente que lo hacía. Sin más, me coloqué el anillo donde está supuesto a ir. Y este sin decirme nada, me puso unas gafas, esta vez no me intentó sacar un ojo.
Lo hizo con bastante delicadeza.

Bajó del auto sin decir ni una sola palabra. Imité su acción, ambos cerramos las puertas casi al mismo tiempo. Se pasó a mi lado, y cómo si fuera algo de todos los días, entrelazó nuestros dedos, en un firme agarre de manos, para guiarme a cruzar la calle.

Su mano se sentía caliente y mucho más grande que la mía.

Llegamos hasta la puerta del restaurante, donde el contrario a mi abrió la puerta, dándome el paso a mi primero.

Contrato con cadenasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora