Capítulo I: La mano

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La extensa maleza era equivalente a su pecado.

La noche semejante en cuanto a su arrepentimiento.

Solamente la lúgubre mirada que destilaba la luna desde el cielo alto y omnipotente era su redención. Una pena total que esta ahora descansase en los brazos de su amado Helio, dejando como únicas luciérnagas del cielo a las estrellas. Emily fue abandonada por su gran amiga cuando más la necesitaba.

- Hey, tranquila, todo está bien-

Pronunció el mayor de los cinco hermanos, Kieran. En plenos 18, empezando el curso de ingeniería como el estudiante más inteligente de su generación. Con una mirada segura y orgullosa, como si con solo mover el dedo índice de la mano derecha pudiese ordenar a los lirios del campo que lo vistieran con sus ropas y las rosas se volvieran un corona que lo enaltecía. Las hebras cortas tan oscuras como el corazón putrefacto del villano del libro. Sus ojos grises, aneblados y nebulosos. Como ver la niebla de la madrugada, pero esa niebla tal densa que incluso dudabas si la persona que la miraba, eras tú. Que la persona que pensaba, actuaba y analizaba eras tú. Que te hacía incluso dudar de a quien le tomabas la mano '¿Conocía verdaderamente a la persona que me tomaba de la mano?' Te preguntarías y muchas veces la respuesta no te gustaría.

Abrazó con fuerza a Emily, tratando de evitar que el temblor que la recorría fuese mayor. Los largos dedos del hermano colocaron los audífonos, y antes de volver a sumirse en la canción, escuchó a su madre, Lincy, decir algo.

- Te dije que teníamos que hacer el viaje de día-

Reclamó. Arsen, el padre de los muchachos, solamente suspiró, sabiendo que en cuanto llegaran a la casa recibiría un regaño de su amada, querida y deseada señora.

-¡¡¡Cuidado!!!! -

Exclamó el mediano, Raymond. De la tétrica penumbra de los alrededores salió un venado. De sus astas imponentes se colgaba un murciélago y un cuervo se prepara para elevarse en un vuelo salvaje en busca de otro lugar seguro. El peligro se ceñía a las pezuñas del animal. La vida, lo más efímero que ha existido, se arrastraba buscando escapar del cuerpo, pero el animal lo negaba. Se agarraba a algo efímero que con solo una acción, podría perderlo. Echó a correr apenas segundo después de divisar el carro con sus ojos, pero Arsen se había adelantado.

Arsen giró el carro haciendo que las ruedas chillaran y gritaran de la agonía indescriptible que sentían . Dejaron su marca en la carretera fría y abandonada desde hace 7 años. Aquella carretera que no encontraría ningún cuerpo policial, daba igual, nunca podrían encontrar el pueblo si él no se mostraba. Manzanilla, el lindo gato persa de un esponjoso pelaje amarillo cenizo, maulló exclamando a su forma el miedo y pánico que provocaban ese tipo de sucesos. Hundía con fuerza, sin sentir la más mínima piedad, sus garras en el brazo musculado de Charlie.

El espanto y el horror se volvieron los reyes del carro. Crearon un reino fugaz pero que los atormentó durante horas. Emily, con su mirada llorosa, parecía a punto de perder las cuerdas vocales de los chillidos que estas clamaban. Era frágil como una muñeca de porcelana e incluso era parecida. El rostro pálido como la porcelana, los ojos de un azul océano que parecían pintados, los cabellos negros que hacía pensar que la noche había sido usada para hilar las hebras. Era eso. Una linda muñeca de porcelana.

El carro quedó al borde del camino. Ese lugar que era el puente de lo natural y lo humano. De lo que la vida creó y lo que el humano destruyó. Las miradas rápidamente fueron dirigidas a Emily, que estaba en la tercera fila. Se encontraba perdida en el pecho de su hermano mayor, él cual la apretujaba sin piedad mientras trataba de regular su respiración, abrazando a Manzanilla mientras la gata todavía arañaba el brazo de Charlie. La sangre recordaba a las lycoris radiatas, esas flores carmesís que eran tan elegantes y preciosas.

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