Reminiscencias de la Infancia 🍂

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En los dorados días de la niñez,
cuando el tiempo era un río desbordante de risas,
corríamos descalzos por prados de esmeralda,
y cada amanecer era un capítulo nuevo
en el cuento de hadas de nuestra existencia.

El sol jugaba a escondidas entre las nubes,
y nosotros, con coronas de dientes de león,
éramos reyes y reinas de un reino sin fronteras,
donde la única ley era la alegría
y la única sentencia, más juego.

El cielo nos regalaba sus acuarelas al atardecer,
y nosotros, pintores inocentes,
mezclábamos los colores en paletas de sueños,
sin saber que los matices de la infancia
se desvanecerían en el lienzo del tiempo.

Ahora, en la maduración de los años,
esos campos de juego se han tornado silenciosos,
y la soledad nos envuelve como una neblina espesa,
donde cada paso resuena con el eco
de aquellos días que ya no volverán.

La madurez nos trajo la sabiduría de la soledad,
un conocimiento que pesa sobre los hombros
como una capa tejida con hilos de melancolía,
y nos encontramos añorando aquellos tiempos
donde la felicidad era tan simple como un columpio en vuelo.

Las risas infantiles se han convertido en suspiros,
y los amigos de antaño, en recuerdos difusos,
mientras caminamos por senderos de introspección,
descubriendo que la compañía más constante
es la de nuestro propio ser, reflexivo y taciturno.

Sin embargo, en la quietud de la soledad madura,
a veces, un destello de aquellos días dorados
brilla a través de la bruma del ahora,
recordándonos que en el corazón de quien fuimos,
yace la semilla de todo lo que todavía podemos ser.

La soledad no es un vacío, sino un espacio lleno
de los ecos de la alegría pasada,
una cámara de resonancia donde los ecos
de nuestras risas infantiles aún se escuchan,
en un susurro de esperanza que nunca nos abandona.

ᴀʟᴍᴀ ᴇɴ ᴇʟ ᴠᴀᴄíᴏDonde viven las historias. Descúbrelo ahora