1- Ojos grises

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Caiden Remilton


Soy el chico de oro del béisbol en los Dover, los contratos me llueven así como las mujeres. Mi nombre es clamado en las revistas. Tengo lo que se necesita tanto en el campo como afuera, y para nada me quejo de mi físico de atleta, moreno y mi gran polla que pone a gozar a las nenas que tienen el honor de cabalgarme.

Me dan igual rubias, morenas, trigueñas. Siempre que sepan que es solo una noche, ni si quiera tengo que esforzarme mucho, ya que todas me reconocen y en la cuenta regresiva de cinco ya las tengo de rodillas.

Por eso es una sorpresa total cuando conozco a esa pelirroja hace tres años en uno de mis tantos viajes con el equipo a las Vegas. Lo que más me llamo la atención a parte de sus curvas en el escotado vestido verde a juego con sus ojos, fue sin duda alguna su inocencia o la manera que me hizo trabajar más que cualquier otra.

Ni si quiera me reconoció y eso para mí fue más que un shok, al principio no sabía si sentirme ofendido o pensar que estaba fingiendo; pero la sed mía de cazador acostumbrado a que no le digan que No se despertó, lo cual me llevó a inventar un nombre falso, bailar, reír, conversar. Pasamos más de cinco minutos, mucho más y aunque el alcohol estaba en nuestro sistema, la atracción y el fuego entre ambos fue a más cuando inserte mi mano debajo de su vestido y comprobé cuanto me deseaba.

Una cosa llevo a la otra. Una suite, besos, muchos besos, y el sexo crudo. Todavía recuerdo su sangre manchando mi polla haciendo que un animal territorial se apoderara de mí y la follara aún más fuerte. Era mía, tenía que llenarla, era una necesidad imperiosa. Y eso que nunca en la vida había follado sin condón, pero aquello era otro nivel. Cuando esos ojos se entornaron llegando al climax. Todos los cambios en sus iris eran fascinantes.

La dejé para limpiarme una vez termine llenandola de mi semilla con el corazón entre satisfecho y asustado tratando de convencerme que era una más. Solo una más, aunque en el fondo sabía que nunca podría olvidar a mi pelirroja virgen.

Luego me vestí y me fui en plena madrugada dejándola en una de las suite más caras de las Vegas. Sin una nota, sin nada, me negué a mirar  atrás, simplemente pasé página como si nada. Camino a mi entrenamiento, una nueva ciudad , un nuevo partido. Mientras mis recuerdos se quedaron prendados de esa noche.  No pensé volverla a ver jamás.

Pero tres años más tarde, estoy encadenado a Lelila Stuart como una estrategia de marqueting de la relaciones públicas del equipo. Según mi entrenador era fingir estar sentando cabeza o olvidarme de los Dover. Según él ya a mis 29 años, debería ser un hombre responsable con familia, y no uno que le da dolores de cabeza en las revistas.

Leila por otra parte es una tenista reconocida, es linda la chica. Rubia, delgada, no tantas curvas, ojos marrones. Una clasificación C en mi lista de mujeres. Pensé que se negaría a esta payasada. Pero como todas las demás mujeres, cayó rendida ante mi físico y cree que podrá domarme con sus polvos vainillas, por seis meses que es lo que dura este contrato, nos casamos dentro de  un mes, vamos a eventos sociales juntos, sonreímos, toda esa mierda de hombre de familia y no lobo solitario como le llamaría mi entrenador. Y luego cinco meses de sacrificio para tener de nuevo mi libertad. Aunque muy en el fondo Garret, mi entrenador guarde la esperanza que me enamore de Leila.

Cómo si fuera posible que yo me enamore, no quiero ir ahí.

Pero bueno en fin, hoy conocería a la familia de Leila, por lo de la cena del compromiso. Voy tarde después que despido a una morena y me atasco en el tráfico de la ciudad cuando al fin parqueo en la casa estilo victoriana de dos plantas con un jardín y un columpio.

Según lo que escuche por ella tiene una media hermana, un sobrino y sus padres. Pero ni si quiera me dedique a investigar mucho. Me da igual quienes sean.

Tomó el regalo que traje por cortesía para mí prometida y familia; y me acercó al timbre de la casa, presionandolo y esperando.

A dentro se escucha un caos que me deja confundido mientras arreglo mi traje esperando que abran.

Estoy algo irritado por la demora cuando al fin se abre la cerradura y mis ojos se amplían al reconocer ese cabello fuego que nunca olvidaría; al igual que esos ojos verdes que también se dilatan al tenerme de frente.

Más curvas, vestida de verde nuevamente, con un niño en su cadera que a penas noto hasta que balbucea llamando su atención y la mía con un carro que lanza hacia mí.

- Mamama

Y eso no es todo porque el niño tiene mis jodidos ojos.

¿Qué demonios?

"Mi cuñado es el papá de mi hijo"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora