6. Arrepentido

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Pedro Pascal llevaba casi cuatro años en la Luna, había llegado cuando el complejo 329A recién estaba terminado, un esfuerzo internacional para distribuir de mejor manera los implementos que llegaban desde la Tierra semanalmente. Los escuadrones tenían la tarea de escoltar al tren hacia los otros complejos, trasladar lo más delicado y acudir en caso de alguna emergencia en el camino, como un bólido estrellándose en las vías o los imprevistos de la gravedad sobre la carga.

A él le gustaba su trabajo. Habí­a pasado por la Estación Espacial Internacional en algunas misiones antes de la Luna y tenía la suficiente experiencia para comandar un escuadrón completo y preparar a los nuevos astronautas que llegaban, por lo que tenía una posición importante en la jerarquí­a de roles.

Aunque después del accidente, no estaba seguro de lo que ocurriría con su puesto... y con su mente.

Conocer a Esra habí­a sido la calma entre la tormenta. Cuando vio sus ojos por primera vez asomándose en la puerta, dudosos, tuvo una sensación familiar extraña que lo hizo sentir cómodo. Hizo que, por unos momentos, su mente dejara de reproducir los últimos segundos que recordaba del accidente, cuando una explosión repentina destruyó parte del vehículo espacial, haciendo que sus compañeros salieran disparados, muertos casi al instante.

Esra era capaz de alejar todo eso de él con solo mirarlo.

En la Tierra, Pedro habí­a conocido a muchas mujeres, pero cuando se supo que los daños ya eran irreversibles y que, poco a poco, todo comenzaría a acabar, desistió del amor y se limitó a encuentros sexuales pasajeros que después igualmente dejó, para no complicarse la vida. En la Luna en cambio, era más difícil, casi nadie estaba abierto al amor o pensaba mucho en él. Pedro había oído por ahí sobre algunas parejas en el complejo, pero no le interesaba mucho tener una conexión como esa en ese lugar.

Ni siquiera lo habí­a pensado hasta que conoció a Esra, que al parecer, cargaba con un peso enorme sobre sus hombros que la mantení­a en vela, igual como estaba él.

Con el tiempo y más recuperado, físicamente, las excusas para verla se habí­an agotado, no hubo más controles médicos y no tenía razones para acercarse a esa zona y topársela en los pasillos. Pedro casi nunca cenaba en el comedor común, Nicolás no le quitaba los ojos de encima y tenía que cenar todas las noches con él en equipamiento espacial. Su hermano intentaba protegerlo, asegurarse de que no se hundiera después de lo que le había pasado, pero Pedro comenzaba a ahogarse y ya no podía ocultar más su mal humor.

—¿Cuándo crees que me reincorporen? —le preguntó una noche mientras comían solos en una de las mesas pequeñas del fondo.

—No lo sé. Probablemente te hagan alguna prueba física antes de evaluarlo.

A Pedro no le preocupaba no pasar esa prueba, le preocupaba más que lo culparan por el accidente. Había recibido algunas miradas recriminatorias desde que había salido del hospital. Sabía que algunos estaban resentidos con él, se preguntaban qué habí­a hecho mal, pero no eran capaces de decirle nada. Muchos conocidos ni siquiera se habían acercado a preguntarle cómo estaba.

—Ya se están tardando. —murmuró desganado. Pedro fijó su vista en los tomates cherrys sobre su plato, cultivados en los invernaderos lunares, perfectamente redondos y perfectamente rojos. Estaba cansado de que todo allí fuera tan insípido. A veces extrañaba la Tierra y sus matices. Dejó el tenedor a un lado y recargó su espalda en el respaldo de la silla, no estaba satisfecho, pero no soportaba ni un bocado más.

—Si no te alimentas bien, no estarás listo cuando te llamen.

—Tengo náuseas. —mintió.

Nico suspiró, su hermano no era una persona difícil, generalmente era él el que levantaba los ánimos cuando algo estaba ocurriendo, pero ahora, allí­ cabizbajo frente a él, culpándose por una tragedia, dudaba de si volvería a ser el mismo. Había días mejores, pero ese en particular habí­a sido malo. Pedro se había rehusado a ir a entrenar por la mañana y se habí­a quedado encerrado en su habitación todo el día, haciendo quién sabe que.

L E J O S [Pedro Pascal]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora