7. Úsame

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En los complejos lunares no había muchas fiestas, pero de vez en cuando se realizaba algún evento recreativo para que los habitantes despejaran la mente. Nunca había alcohol, no es que fuera legal, pero había música, comida extra y la euforia reprimida hacía que de todas maneras la gente se embriagara.

Las fiestas eran un placebo para quienes extrañaban su casa.

Esra no quería estar allí, los eventos sociales de ese tipo no eran su ambiente, pero Grace le había prestado un vestido de noche y se había dejado maquillar a regañadientes.

Se sentó en uno de los taburetes y levantó la vista hacia el inmenso, aunque oscuro, cielo abierto que se veía a través del domo, habían despejado las compuertas metálicas para la ocasión y se preguntó si alguien disfrutaría de ver la inmensa oscuridad tanto como ella.

Pero a su alrededor, nadie parecía muy interesado.

En una esquina, la Tierra brillaba tenue y lejana. Esra se preguntó si alguien estaría mirando la Luna desde allí. Kelly siempre lo hacía.

—¿Bailas?

Una voz familiar le hizo bajar la cabeza inmediatamente. Pedro estaba frente a ella, tenía puesta una camisa rosa pálido y pantalones de vestir oscuros. Esra creyó distinguir unos zapatos italianos en sus pies y sonrió incrédula.

No lo había visto en varias semanas y tampoco había querido buscarlo. El enojo que había comenzado a olvidar –con mucho esfuerzo– reapareció y frunció el ceño en dirección a su mano estirada frente a ella.

—No sé bailar. —masculló. Para empeorar su cólera, una canción lenta comenzó a sonar.

—Cualquiera puede bailar una balada, Esra.

Él insistió.

—¿Quieres que acepte para que luego salgas huyendo?

Hizo un ademán de retirarse, pero Pedro sujetó su mano en el aire y le rodeó la cintura con un brazo antes de que pudiera protestar.

—Me gustaría que hablemos de eso. —le dijo inclinándose un poco para hablarle en el oído por encima de la música. —Ahora que por fin me armé de valor.

—¿Por qué tardaste tanto?

Pedro tiró de ella hacia la pista de baile, donde la obligó a mecerse al ritmo de la música. Esra dejó su mano libre sobre su hombro, pero evitó mirarlo a los ojos.

—Estás muy guapa con este vestido.

—No es mío, es de Grace.

—Y esos zapatos te sientan muy bien.

—Me duelen los pies.

—Mírame, Esra.

—¿Qué quieres de mí?

Comenzaba a inquietarse. Pedro mantuvo su mano grande y tibia sobre su cintura, con tranquilidad.

—Lo que hice no estuvo bien. —dijo acercándose un poco. Esta permaneció tensa, mirando por encima de su hombro. Lista para que le rompieran el corazón.

—¿Cuál parte?

—Besarte así, luego escapar...

—Lo primero no me molestó. —admitió, tratando de que no le temblara la voz. —Lo segundo sí, mucho.

—Ni siquiera te lo pedí. No quería irrumpir así en tu casa, esa noche no estaba bien. No era cien por ciento yo.

Esra se decepcionó un poco. ¿La había besado en un arranque de locura? ¿Ya no quería hacerlo más?

L E J O S [Pedro Pascal]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora