10. Sola

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Pedro regresó casi un mes después de haberse ido, Esra se enteró porque Grace había estado actuando raro todo el día y mientras cenaban en el área común, miraba hacia todos lados como si temiera que algo pasara. 

Sospechó de qué se trataba.

La castaña creyó que habían logrado completar el día sin encontrarse con él, pero estaban saliendo del comedor cuando Pedro y Nico atravesaron las puertas. Grace se maldijo por haberles enseñado la costumbre de cenar tarde para no toparse con el recinto lleno.

Esra casi se había convencido de que no volvería a verlo y sintió el pulso en los oídos cuando se lo topó de frente. Parecía feliz, parecía que no la había extrañado hasta que la vio.

Sus ojos dieron con los de ella inmediatamente, ¿desde cuando estaba allí? ¿por qué no la había buscado más temprano? ¿por qué Nico no había dicho nada si cenaba con ellas seguido?

La tensión podía cortarse con tijeras. Nico tiró de Grace hacia un lado, pero ella se sujetó del brazo de Esra antes de que se la llevara.

–Esra... –murmuró tironeando con él. Pedro parecía ensimismado, ni siquiera había notado la furia de la castaña que forcejeaba con su hermano. Esra miró a su amiga y después a Pedro otra vez y tragó saliva.

–No sabía que estabas aquí. –murmuró.

–No le avisé a Nico que regresaría. –Pedro tenía la voz rasposa. –No estaba seguro.

–¿Por qué volviste?

Él pensó en muchas cosas, en la Tierra, en sus hermanas, en el fin del mundo, en Nico, en el futuro... y en Esra. Trató de encontrar algunas palabras, no esperaba verla así de repente, planeaba visitarla después de volver a instalarse en equipamiento, hablar.

No sabía muy bien qué decirle o cómo iba a disculparse.

Esra parpadeó al verlo dudoso, después frunció el ceño y pasó por su lado para irse a su habitación. Caminó varios pasos dando grandes zancadas, el ruido del comedor comenzaba hacerse lejano cuando él la llamó desde atrás, sus pasos se acercaron, pero no se detenía.

–Esra.

Cuando alcanzó a tomar su mano, ella la retiró de un tirón y se volteó. Tenía las mejillas rojas por el enojo.

–Hablemos. –Pedro recuperó el aliento. –Por favor.

–Ni siquiera te despediste.

–Lo sé. Fui un tonto.

–Sí. –Esra bufó, no quería que él notara lo mucho que le había afectado su partida, pero le temblaban las manos, no sabía si por la rabia u otra cosa.

–Me acobardé. –admitió. Esra se cruzó de brazos frente a él, todas las noches prometía no perdonarlo cuando regresara, y ahora estaba allí, escuchándolo. –Creí que si te despertaba esa mañana... no podría irme.

–Nadie te obligaba a hacerlo. –masculló ella conteniendo el aliento. Pedro reparó en sus labios rosados apretándose y volviéndose más rojos por la rabia. Pensó en sus besos, le recordaban al sol abrigándole el rostro en la Tierra por las mañanas.

–Lo sé, pero tenía que ir.

Esra asintió, no muy convencida. No iba a pedirle explicaciones ni nada por el estilo.

–He pensado mucho en ti. –Pedro se acercó cauteloso. Cuando vio que Esra no se alejaba levantó una mano y rozó su mejilla con sus nudillos. Se sentía extraño, porque cuando había decidido irse a la Luna jamás pensó que habría tiempo, o espacio, para pensar en esas cosas allí, más allá de lo carnal.

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⏰ Última actualización: Oct 22 ⏰

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