Capítulo 4: Cuidados para un niño (I)

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- ¿Dónde vamos?

- En dirección a mi casa.

- ¿Porqué?

- No quiero que estés sólo de nuevo.-Detrás de las palabras que decía Rusia se encontraba otro significado, y aunque el pequeño albino no parecía darse cuenta de ello, a Rusia no parecía importarle.

Fueron caminando agarrados de la mano, en las bajas temperaturas de invierno, alejándose de la ciudad. Lentamente el paisaje cambió a uno con mucho nieve.

El pequeño albino miraba todo con curiosidad en su rostro, Rusia no pudo evitar sacar una sonrisa enorme.

Prusia estaba de vuelta, había regresado. No lo recordaba del todo pero ahí estaba, y esta vez no dejaría que nadie se lo quite.

- ¿Porqué me llevas a tu casa? -Un poco dudoso preguntó el albino, fue tierno ver como apartaba la mirada.

- Te lo dije: no quiero verte solo -repitió de nuevo. El pequeño estaba por decir algo pero la vista de una enorme casa distrajo la atención.

Iván también miró su casa.- Ya casi llegamos.

- ¿Esa es tu casa?

- Da.

El pequeño estaba asombrado por esa casa. Era enorme, y considerando que había estado con Seland casi desde que se formó, fue lo más grande que vieron sus ojos.

Rusia tomó entre sus brazos al albino y lo llevó dentro de su casa. No había cerrado su casa con llave; no había necesidad, nadie vendría a verle y dudaba que algún ladrón en su sano juicio quisiera robar algo de la casa sino quería tener una muerte dolorosa.

Empujó la puerta un poco. Apenas entró, el pequeño se retorció en sus brazos. Sin poder aguantar más, dejó al albino en el suelo.

- ¡Wauuu! -Exclamó con felicidad- ¡Eres como un rey! ¡Este lugar es increíble! -miraba cada detalle que aunque estaba cubierto de polvo, pareciera ser algo de lo más asombroso para el pequeño. Correteaba entre las habitaciones de la planta baja, mirando y explorando por todos lados.

Rusia estaba conforme con solo verlo corretear con esa expresión de felicidad. Era como un sueño.

"Creo que tengo que ir a agradecer a Baba Yaga"

Saliendo un poco de sus pensamientos, se dirigió para frenar al albino. Lo atrapó entre sus brazos con un abrazo cuando este correteaba en dirección a la cocina.

- No tienes que corretear tanto, te puedes caer -le reprendió. El pequeño hizo una carita tan tierna de molestia, que Rusia no supo como es que aguanto no abrazarlo hasta la asfixia.

El sonido de un estómago se escuchó segundos después. No era el estómago de Ivan, era un más pequeño. Rusia dirigió su mirada al albino, quién tenía el rostro teñido en rojo de la vergüenza.

- ¿Porqué no me dijiste que tenias hambre? -El albino le miró con sorpresa por las preocupadas palabras del mayor.- Ven, te puedo preparar algo.

El albino se encontraba confundido por como reaccionaba Rusia; desde el tiempo en que se formó ninguna nación había aparecido para ayudarle, solo ese chico Sealand se le acerco.

Rusia lo llevó a la cocina, y trató de hacer algo para que el pequeño pueda comer. Y considerando que no había comprado comestibles desde hace un buen rato, era un trabajo muy difícil tratar de preparar algo que no sea dañino para... Kaliningrado.

Al final, solo hizo un sándwich simple.

- Aquí tienes.

- Gracias. Eh... Rusia.

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