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Cuenta la leyenda... que en cierta isla, ubicada hacia el sur del océano, existen unas ruinas que albergan en sus interiores, aquello que podría servirte para conseguir la eterna juventud.

Tal isla es fácil de encontrar, pero debido a que tiene grandes extensiones de tierra y múltiples cuevas, es muy difícil dar con la entrada que lleva exactamente hacia el lugar en donde yace escondido... el Lirio de la Araña Azul; una flor que crece sólo durante el día, y que en el caso de ser consumida... es capaz de otorgar la inmortalidad.

No obstante, existen ciertos requisitos aparte, que necesitan ser cumplidos si se quiere obtener el beneficio de dicha flor; y estos son: usar uno de los cálices de plata del antiguo rey Kagaya Ubuyashiki, como contenedor para beber de él; agua del manantial que existe dentro de la cueva, en donde crece el lirio; las corolas de dicha flor; y lo más complicado de conseguir... la lágrima de una sirena.
Se dice, que estos seres mitológicos, mitad pez mitad humano, viven en las oscuras profundidades de las aguas alrededor de dicha isla para custodiarla, e impedir que el poder de la flor caiga en manos equivocadas.

Aunque esto solo se trate de uno de los tantos mitos que los padres les cuentan a sus hijos, para el capitán Kibutsuji Muzan, líder de una de las más grandes embarcaciones en toda la villa de Kimetsu, que lleva años sucumbiendo ante una enfermedad, y que ha probado toda clase de medicinas y remedios para intentar alargar su vida, pero que ha fallado estrepitosamente en ello... se ha convertido en su única esperanza.

   —¿Cree que realmente exista esa flor, señor Muzan?... Muchos marineros y piratas por igual, han intentado buscarla por décadas sin tener éxito— le preguntó el hombre que llevaba por nombre Kokushibo, a su capitán, mientras veían juntos hacia el horizonte desde la proa de su barco.
   —Yo no pienso rendirme tan fácil, primer mando. Si lo único que puedo hacer, es aferrarme a una maldita leyenda para tratar de no sucumbir ante la muerte... entonces lo haré con uñas y dientes—
   —¿Aunque el camino que tiene que recorrer sea el mismo en donde más cerca ronda la muerte?—
   —Si voy a morir... que al menos sea durante el intento de salvar mi vida—
Aquellas palabras no las decía por decir, pues había algo que atemorizaba sus planes...

La leyenda es conocida, gracias a que las personas en los navíos que lograron salir de la isla fueron quienes la contaron... Sin embargo, hubo algunos otros que nunca volvieron de sus expediciones... y esto, por culpa de las sirenas.

Si bien tales seres existen para salvaguardar la isla, estos no tienen necesidad de aparecer, pues ellos se encargaron de esconder la flor, de manera que nunca pueda ser encontrada.

Pero... quienes deciden llamarlos, para intentar conseguir aunque sea una gota de sus lágrimas, es porque están preparados para ver el final de su existencia.

Contrario a lo que se puede llegar a pensar por la inigualable belleza que irradian, y por lo melodioso que es su canto, las sirenas no son seres apacibles ni condescendientes como fingen ser. Estas dos virtudes, en realidad son sus armas; armas... que utilizan como grandes hechizos contra los marineros, para atraerlos y engañarlos... hasta ahogarlos, matarlos... o incluso devorarlos.

Y aún sabiendo todo eso, el capitán Kibutsuji con su inadvertida tripulación, navegaron durante días por el inmenso océano... hasta dar con aquella isla.

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Ahí estaban... varados a unas decenas de metros de la costa, en su bote, mientras el silencio dominaba en el ambiente, a veces siendo interrumpido con el sonido generado por las pequeñas olas del agua chocando contra la madera, y bajo un cielo nocturno, en donde la única iluminación provenía del gran faro el cual habían encendido.

Un pequeño grupo de marineros, acatando las órdenes de su capitán, yacían esperando en su flota... a que aparecieran.

  —Estamos perdidos...— dijo un pirata con aspecto algo escuálido —...La luz hecha por el hombre les atrae—
   —¿T-Tiburones?— preguntó otro, algo temeroso.
   —Peor que eso... En muy poco tiempo, nos rodearan... las sirenas— aquello último lo mencionó con aires de misterio...
  —¡¡Jiii!!— y terminó por asustar aún más a su joven compañero tripulante.
   —Cállate, Gyutaro, esas criaturas ni siquiera existen— espetó otro que estaba con ellos en la pequeña balsa.
Él era una persona que no se dejaba influenciar demasiado por historias que hablaban puras fantasías.
   —Ya verás si no es cierto, Akaza... Nosotros, somos la carnada. En cuanto aparezcan... nos comerán vivos—
   —...¿Has visto si quiera alguna en tu vida?—
   —...— no respondió.
   —Me lo imaginé—
   —¿Akaza-dono, y tú porque aceptaste venir entonces?— le cuestionó alguien que estaba a su lado, y que le parecía muy fastidioso.
   —Plata— respondió en tono seco.
   —Oh...—

En busca de la INMORTALIDAD [Kny]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora