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¿Qué dolió más? ¿Idealizar a la persona incorrecta o no aceptar que siempre fue así?

***

Nunca antes, desperté el interés de querer conocer un poco más a mi madre. Obviamente a mis quince años sabía la clase de mujer que es, dedicada y apasionada con su trabajo de escritora, pero sobre todo con su familia. Todo perfecto en ella, con una vida que muchos escritores primerizos soñarían, un matrimonio unido y sobre todo una forma de ser capaz de contagiar ese brillo que lleva en su interior al corazón más sombrío.

Una tarde dos días antes de comenzar el año nuevo esa sonrisa que le caracterizaba y delineaba su rostro de un momento a otro desapareció. Sucedió cuando un hombre de cabello marrón oscuro ondulado, canas blancas en sus patillas, tatuajes en sus brazos y rostro arrugado se cruzó en nuestro camino. El señor no dejaba de mirarla ni un segundo, ni siquiera pudo darse cuenta que lo estaba observando y bueno no lo culpo.

A pesar que mi madre tenga cuarenta y cinco años se mantenía físicamente en forma, su cuerpo todo esbelto moldeado por un mismo escultor de artes plásticas y su rostro se mantenía bien cuidado a diferencia del hombre que la observaba cuyo semblante avejentado resultó muy notorio. Al darse cuenta de mi presencia después de los segundos más largos e incómodos de mi vida, aclaró la garganta.

—Luna. —expresó con una voz gruesa el adulto. —Hacía mucho tiempo no te veía, y tu hijo... es todo un adolescente.

—Hola Connor. —le saludó amable, —Edward recién ha cumplido quince años.

—El tiempo que no supe de ti. —añadió en voz baja. —Mucho gusto, Edward.

Le extendí la mano para saludarlo cortés, notando un pequeño tatuaje en su muñeca. Un pino medio triangular, podría decirse que a simple vista era la marca más pequeña de sus brazos.

—Tiene muchos tatuajes para ser adulto. —añadí asombrado.

—No vayas hacerte uno hasta cuando tengas 18. Mi primer tatuaje lo hice cuando tuve quince y ¡te imaginarás! Me castigaron.

—Claramente Edward ni lo pensaría.

—Sí me gustaría, pero aun dependo de mi querida madre. —quejándome. —Ustedes dos ¿fueron amigos?

Pregunté de repente, se me hacía extraño ya que madre nunca me había hablado del sujeto que teníamos en frente.

—Bueno... —titubea nerviosa para darle un vistazo.

—¿Lo fuimos, Luna?

—Supongo. —le contestó.

—¿De la escuela?

—Un amigo de la adolescencia que vivía cerca de la casa de los abuelos. —conversó mi madre.

—¡Genial! —añado asombrado. Cada vez que iba de visita a la casa de los abuelos, la abuela me contaba que en esa urbanización mi madre había formado amistades increíbles como lo son mis tías Sandra, Melissa e Iana. Que se conocían desde muy pequeñas, también y muy importante al tío Valerio, que cada vez que se reúne en casa con mis papás es una comedia andante. Nunca paramos de reírnos con él. —Aunque, madre nunca te mencionó.

—Tal vez, se le pasó de volada. —con la pena en su voz.

—Es tarde. —mirando su reloj. —Mi esposo llegará en una hora de viaje y debemos ir a recibirlo.

—Edward. —ordenó mi madre. —Anda avanzando llevando las cosas al carro, te daré el alcance.

—Está bien mamá. —obedecí. No sin antes despedirme del medio carismático hombre tatuado y vibras de haber sido un adolescente descarrilado con pinta de ser un rompecorazones.

CÍRCULOWhere stories live. Discover now