Melissa, la hermana menor de Meliodas, Zeldris y Estarossa. Como la hija más joven del Rey Demonio, Melissa es tratada como una preciosa joya, protegida del campo de batalla y criada como una princesa demonio. Su cabello dorado, sus ojos verdes y su...
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Diez años habían pasado desde la gran batalla. Meliodas había sido coronado como el rey de Liones, con Elizabeth a su lado como su reina. Zeldris, por su parte, gobernaba el reino demoníaco junto a su amada Gelda, restaurando el orden en su territorio.
Los demás Pecados habían encontrado su propio camino: King y Diane vivían en el Bosque del Rey Hada, junto con Ban y Elaine, quienes disfrutaban de su vida en paz. Gowther se dedicaba a ayudar a los demonios que deseaban abandonar la lucha, guiándolos en su camino hacia una nueva vida.
Mientras tanto, Melissa había optado por quedarse en Liones, permaneciendo al lado de su hermano y ayudando a criar al pequeño Tristán, el hijo de Meliodas y Elizabeth. Tristán era la viva imagen de sus padres, aunque su carácter travieso y terco lo hacía aún más parecido a Meliodas. Con su cabello largo y plateado como el de su madre y sus ojos de heterocromía—uno azul y otro verde—Tristán era una mezcla perfecta de ambos.
Melissa encontraba divertida la forma en que Tristán discutía constantemente con Meliodas por las cosas más insignificantes, o cómo la molestaba con sus interminables preguntas. Aunque le encantaba ser su tía, admitía que el niño podía ser un fastidio, como cualquier pequeño de su edad.
Esa tarde, Melissa estaba sentada junto a la ventana de su habitación, dibujando en su libreta el rostro de Arthur Pendragon. Sus delicados trazos capturaban la imagen del joven rey que aún ocupaba su corazón. No importaban los años que pasaran, su amor por él seguía intacto.
De repente, Tristán apareció detrás de ella y, sin previo aviso, jaló su vestido para llamar su atención.
—¿Qué dibujas, tía Mel? —preguntó con curiosidad, inclinando la cabeza para intentar ver.
Melissa sintió un leve tic en la ceja por la interrupción y, con una expresión irritada, cerró su libreta rápidamente antes de mirarlo con el ceño fruncido.
—Nada, Meliodas 2... —respondió, usando su apodo burlón para él.
Tristán infló las mejillas, cruzándose de brazos.
—¡No me llames así! —protestó—. Yo no me parezco a mi papá, yo soy más guapo.
Melissa soltó una carcajada, revolviéndole el cabello.
—Sí, sí, claro, guapísimo. Ahora ve a ver si la marrana
—¡Buena idea! —exclamó antes de salir corriendo.
Melissa lo vio alejarse, negando con la cabeza y sonriendo. Ese niño tenía demasiada energía, pero en el fondo, agradecía esos pequeños momentos, pues la distraían de la nostalgia que aún sentía por Arthur.
Suspirando, volvió a abrir su libreta, pasando sus dedos por el dibujo de aquel joven rey que aún habitaba sus pensamientos y su corazón.
Melissa pensó que finalmente se había librado de Tristán y que podría seguir dibujando en paz. Pero su tranquilidad duró poco.