Melissa, la hermana menor de Meliodas, Zeldris y Estarossa. Como la hija más joven del Rey Demonio, Melissa es tratada como una preciosa joya, protegida del campo de batalla y criada como una princesa demonio. Su cabello dorado, sus ojos verdes y su...
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Meliodas avanzó rápidamente por los pasillos del castillo de Liones, sosteniendo con firmeza el cuerpo inconsciente de Melissa.
Su respiración era pesada, su rostro estaba pálido y cubierto de heridas, pero seguía viva. Eso era lo único que le importaba en ese momento.
Al llegar a su habitación, con cuidado la depositó sobre la cama, cubriéndola con una manta. Se quedó un momento mirándola, su expresión seria y llena de preocupación.
—Idiota... ¿por qué siempre tienes que meterte en problemas? —murmuró en voz baja, aunque en el fondo sabía bien la respuesta.
Melissa nunca había dejado de amar a Arthur.
Mientras tanto, en otra parte del castillo, Percival y sus amigos (Anne, Nasiens y Donny) estaban en su habitación, intentando relajarse después del intenso encuentro con Arthur.
Percival, como siempre lleno de energía, comenzó a saltar en la cama que le habían dado.
—¡Espero que la tía de Tristán esté bien! —exclamó mientras seguía rebotando de un lado a otro.
Anne, que estaba sentada en una silla, cruzó los brazos y lo miró con el ceño fruncido.
—Deberías dejar de saltar. Estamos en el castillo de Liones, no en una posada cualquiera.
Percival se detuvo un momento y sonrió, pero luego su expresión se tornó pensativa.
—Aunque... sigo sin entender por qué se arriesgó tanto con el Rey Arthur. —comentó, sentándose en la cama con los brazos cruzados.
Nasiens, que estaba mezclando algunas hierbas medicinales en un frasco, levantó la vista.
—Bueno... está claro que lo conoce desde hace mucho tiempo. Se notaba en la forma en que hablaban.
Donny, recostado en una esquina con las manos detrás de la cabeza, suspiró.
—Sí, pero hay algo más. No era solo que lo conocía... parecía que le importaba demasiado.
Anne bajó la mirada, recordando la escena donde Melissa, aún herida, se negaba a atacarlo con todo su poder.
—Tal vez... en el pasado, significó mucho para ella.
Hubo un breve silencio en la habitación.
Percival frunció el ceño y preguntó en voz baja:
—¿Creen que ella lo ama... a pesar de todo lo que ha hecho?
Nadie respondió de inmediato.
Era una pregunta difícil.
Pero en el fondo, todos lo sospechaban.
Mientras en la habitación de Melissa, Elizabeth abrió la puerta con suavidad y entró en silencio.
Sus ojos celestes se posaron de inmediato en su esposo, Meliodas, quien estaba sentado al lado de la cama, con el ceño fruncido y los brazos cruzados, observando a su pequeña hermana inconsciente.