37 - Ven a descansar tu cabeza junto a la mía

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El dolor bajo su piel, el desgarro de las articulaciones recién sembradas, le resultaba a Lucifer tan familiar como respirar. Y aunque Amenadiel había metido algunas almohadas bajo el ala parcialmente plegada para aliviar parte de su peso, podía sentir aquella tensión preparada, sólo unos gramos demasiado débiles para arrancarse el ala por completo de la espalda. Era doloroso e incorrecto, el impulso de quitarse simplemente el ala acechaba en el fondo de su mente. La extremidad debía estar unida o no, y este extraño punto intermedio hacía que su mente se estremeciera de repulsión. El cuchillo seguía en su espalda, pendiente de una exploración más profunda. Sería una tarea sencilla empuñarlo una vez más y arrancar el ala por completo de su articulación. Sencilla, aunque extraordinariamente dolorosa, dado que Amenadiel la había vuelto a colocar en su sitio no hacía ni diez minutos. Pero Lucifer estaba diseñado para el dolor. Había nacido de él, lo manejaba y gobernaba con él, y soportaba la carga con una fuerza que había hecho que incluso los demonios más depravados del Infierno se inclinaran en señal de respeto.

Y esto, sólo sería un corte más, un tajo más. Si pudiera tener cicatrices de acero demoníaco y hierro celestial, estaría atravesado por ellas, su cuerpo sería un tapiz de duras batallas y traiciones. Sus articulaciones crujirían y se estremecerían y sus miembros temblarían. Estaría ciego, mudo, quizá también sordo. Le habrían clavado cuchillas en los ojos, las orejas, la nariz. Le faltarían los dedos de las manos y algunos de los pies. ¿Y el corazón? Hacía tiempo que se lo habían cortado en tiras. Si de repente se convirtiera en humano, no dudaba de que se desmoronaría, no sería más que un órgano anudado de tejido cicatricial.

Pero no cogió la espada. Más que nada porque había algo mucho más valioso a su alcance. Con el brazo enrollado alrededor de su cuerpo y la cara hundida en el pliegue de su cuello, inspiró profundamente a Chloe mientras sus manos le sujetaban la cabeza, con dedos suaves que le deshacían los nudos del pelo.

Quería apartarse y verla bien, volver a recordar su rostro ya familiar, pero no podía soportarlo, no podía permitir que hubiera espacio entre ellos después de haber estado a punto de perderla. Puede que ella no hubiera estado a más de diez millas de él en ningún momento, pero le había parecido un millón de millas más. Una distancia infranqueable, incuantificable, como la que existía entre el Infierno y los lejanos rincones del cosmos.

Y ahora ella volvía a estar entre sus brazos y que le condenaran si volvía a soltarla.

El silencio se había instalado pesadamente en la habitación, no como una roca, sino como una gruesa manta. Podía oír cada una de sus respiraciones contra la cálida piel de ella, saboreando la sensación. Cloe le había dado mil recuerdos felices y sabía que éste sería uno más. Así que prestó sagrada atención a los patrones que sus dedos trazaban sobre su cuero cabelludo y memorizó cómo su pulso saltaba débilmente contra su mejilla.

Su cuerpo había empezado a temblar de cansancio, su brazo izquierdo había quedado inutilizado por el daño que le había hecho en la espalda. Pero no la soltó ni siquiera cuando se hundió de nuevo contra el colchón, tirando suavemente de ella hasta que Chloe se echó hacia atrás y sobre la almohada descansaron las cabezas de ambos.

Había estado desesperado por verla, pero ahora vacilaba, apartando la mirada de donde tenía la barbilla apoyada en la almohada mientras ella seguía arrodillada en el suelo. Porque, ¿qué vería en aquellos ojos? ¿Resplandecerían tenuemente con su luz burlona? ¿O el miedo los habría oscurecido hasta convertirlos en un gris tormentoso? ¿Era remordimiento lo que temía? ¿Remordimiento por venir aquí, por tocarle? ¿O era el afecto lo que le asustaba más? ¿Esa forma visible en que ella se preocupaba, con las arrugas de la risa dibujadas en las comisuras de los ojos?

Una mano ahuecó el costado de su cabeza y sus ojos se dirigieron instintivamente hacia arriba para encontrarse con los de ella. Unos ojos rebosantes de una alegría que le hizo contener la respiración y un alivio que le robó la tensión del cuerpo. Unos ojos que, no hacía mucho, se habían desvanecido ante él mientras ella se desangraba en la tierra...

Lucifer - Cristales ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora