Capitulo 8: Llamarada.

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En un día lluvioso, el cielo gris se desbordaba en torrentes de agua que llenaban las calles de las ruinas de una ciudad. Es en este escenario devastado que dos figuras corrían desesperadas, el sonido de sus pasos se mezclaba con el de la lluvia.

Uno de ellos, un hombre, avanzaba con dificultad. Sus ropas militares estaban rasgadas y ensangrentadas, una herida en su costado le dificultaba la respiración y le hacía tambalear. La otra persona, una mujer que cargaba con una mochila, miraba con pánico el como su compañero ya no era capas de seguirle el paso.

Mujer: ¡Fergus!.  ¡Fergus, no te quedes atrás! ¡Levántate, por favor! ¡Tenemos que irnos ahora!

Fergus, con la determinación grabada en su rostro a pesar del dolor, respondió con voz entrecortada.

Fergus: No, Turna, corre. Yo... yo los detendré.

Turna, con sus lágrimas mezclándose con la lluvia, intentó detenerlo, sus ojos fijos en la figura de Fergus, quien estaba claramente al borde del colapso.

Turna: ¡No, no me iré sin ti! ¡prometiste que me llevarías a salvo!

Fergus: No... no hay tiempo. Tienes que irte. Yo no puedo seguir, pero tú sí. Sal de aquí tienes que llegar a Arcadya.

El hombre puso su mano sobre la mochila que cargaba la mujer.

Fergus: Tienes que llegar a Arcadya, debes entregar esa cosa... sino el sacrificio de los demás abra sido en vano. corre... ¡corre! ¡corre!.

Turna, aunque aterrorizada y llena de tristeza, entendió la urgencia de la situación. Con una última mirada angustiada, giró sobre sus talones y comenzó a correr, sus pasos se alejaban con el eco de la tormenta.

Fergus se quedó atrás, tomando su Arma listo para enfrentar la amenaza que se acercaba. La lluvia seguía golpeando su cuerpo, mezclando su sangre con el agua que caía sin piedad. Sabía que moriría, pero tenía que darle a Turna una oportunidad de escapar.

Las aguas de la tormenta apenas lograban ocultar las figuras que surgían de entre las sombras. Un gran número de individuos robustos, envueltos en armaduras improvisadas hechas de chatarra, avanzaban con determinación. Sus armamentos variaban desde rudimentarios rifles hasta cuchillos afilados, cada uno listo para enfrentar cualquier amenaza que se les presentara.

Delante de todas esas figuras destacaba una figura más pequeña, envuelta en un manto que ondulaba con la tormenta. A pesar del caos que la rodeaba, avanzaba con una calma inquietante.

Al ver la situación, Fergus se armó de valor, su rostro endurecido por la determinación. Con las manos temblorosas pero firmes, se preparó para usar su escopeta. Un grito resonó en la tormenta, desafiando a los enemigos que se acercaban:

Fergus: ¡¡Venid a por mí, malditos cobardes!! ¡¡No me rendiré sin luchar!!

Con un estruendo ensordecedor, la ventana al lado de Fergus se rompió. El vidrio se esparció por el suelo mientras una figura emergía de las sombras, moviéndose con una velocidad sorprendente. Antes de que Fergus pudiera reaccionar, el hombre, con una mirada decidida y una navaja en mano, lo apuñaló en la espalda.

El impacto hizo que Fergus soltara un grito de dolor, su cuerpo tembló y su escopeta cayó al suelo. El hombre, de cabello desordenado y ojos fríos, aprovechó el momento para mantenerse detrás de Fergus, sus respiraciones eran rápidas y entrecortadas.

Las figuras emergentes se movieron con más intensidad al ver la distracción. Una mujer de cabello rojo y un hombre de piel oscura se apresuraron a atacar, mientras los demás hombres se posicionaron para bloquear cualquier posible escape de Fergus. 

The Loud House: La Travesía de Lincoln loudDonde viven las historias. Descúbrelo ahora