El viento frío del otoño empezaba a arrastrar las hojas secas por las calles. El ruido del tráfico era un constante zumbido de fondo que siempre me acompañaba cuando caminaba desde la cafetería hacia casa. Las horas en el trabajo, aunque rutinarias, se sentían cada vez más largas y pesadas. Lily seguía siendo el único alivio en medio de todo, con su entusiasmo contagioso que parecía no agotarse jamás, y por supuesto, Matt, quien, sin decir mucho, estaba siempre ahí para mí. Pero, aunque mi vida seguía con una normalidad fingida, algo dentro de mí cambiaba.
Aquel día, después de un turno particularmente largo, decidí dar un paseo por el parque. Era uno de esos lugares donde podía pensar en silencio, donde el murmullo de los árboles y la calma del paisaje me permitían despejar mi mente. Últimamente, me encontraba deseando volar más de lo normal. Sentía mis alas como una presión constante bajo la piel, como si pidieran salir y liberarse. Sin embargo, me contuve, como siempre lo hacía. Ser diferente en una ciudad llena de gente era un riesgo que no estaba dispuesta a correr.
Me senté en un banco, observando cómo el sol comenzaba a ponerse en el horizonte, tiñendo el cielo de tonos naranjas y violetas. El parque estaba casi vacío a esa hora, con solo unos pocos transeúntes cruzando por los senderos, envueltos en sus propios pensamientos. Era un buen momento para estar sola, pero mi tranquilidad se vio interrumpida cuando oí un susurro a mi lado.
—¿Aquí es donde te escondes?
Mi corazón dio un vuelco. Al girar la cabeza, vi a Zahara parada a pocos metros de mí, con su típica sonrisa burlona en el rostro. Llevaba un abrigo elegante, el tipo de prenda que jamás verías en alguien caminando por el parque a esa hora. Era tan fuera de lugar como ella misma en mi vida.
—No me estoy escondiendo —contesté, tratando de sonar indiferente.
—Claro que no —dijo ella, acercándose con pasos lentos y medidos—. Solo que... te veo siempre tan seria, tan metida en tu propio mundo, que me da curiosidad. ¿Qué pasa por esa cabecita tuya?
Sabía que Zahara no me estaba buscando para entablar una amistad ni nada por el estilo. No había sido amable conmigo desde el primer día en que llegó a la cafetería. Era más bien una especie de competencia silenciosa, como si quisiera demostrar que, por ser la prima de Lily, tenía más derecho que yo a estar allí. Sin embargo, lo que más me molestaba no era su actitud arrogante, sino el hecho de que últimamente parecía prestarme más atención de la habitual. Y eso no me gustaba.
—Solo quería tomar un poco de aire fresco —le respondí, fingiendo desinterés—. Nada más.
—¿Ah, sí? —dijo ella, sentándose a mi lado sin pedir permiso—. Me sorprende. Siempre estás corriendo de un lado a otro. Pareces tan ocupada que casi da la impresión de que estás huyendo de algo.
Sus palabras me atravesaron como una daga, aunque traté de no mostrarlo. Zahara siempre tenía una manera de llegar al fondo de las cosas con sus comentarios venenosos.
—No estoy huyendo de nada —mentí, mirando hacia el cielo, evitando su mirada inquisitiva.
—Si tú lo dices... —Zahara se encogió de hombros y se puso en pie, sin perder la sonrisa. Pero antes de irse, lanzó una última frase—: Sabes, Nisha, todos tenemos nuestros pequeños secretos. Solo espero que el tuyo no sea algo... peligroso.
La observé marcharse, sintiendo cómo la tensión en mi pecho crecía. No estaba segura de si había sido una simple provocación o si realmente sospechaba algo. Fuera lo que fuese, tenía que ser más cuidadosa. Sabía que Zahara no era de las que soltaban palabras al azar.
Tras su partida, intenté relajarme, pero el momento de calma ya se había esfumado. Me levanté del banco, sentí mis músculos tensos y mi mente no dejaba de reproducir una y otra vez las palabras de Zahara. Caminé sin rumbo durante varios minutos, dejándome guiar por el ritmo constante de mis pasos, hasta que llegué al borde de la colina, un lugar apartado que siempre había sido mi refugio.
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Entre dos Mundos
Novela JuvenilNisha es una joven huérfana con un secreto extraordinario. Posee unas alas que puede desplegar y guardar a voluntad propia. Vive una vida errante en una bulliciosa ciudad, sin hogar ni familia que la reclame. A sus 16 años, ha aprendido a mantener s...