Capítulo 23

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Me desperté más temprano de lo habitual. Ni el ruido de los coches ni el sol habían hecho su parte todavía. Pero ahí estaba yo, en la cocina, con la taza de café en la mano y la mente desordenada. Otra vez.

Algo en mí pedía movimiento. Así que me vestí sin muchas vueltas y bajé a ver a Matt. No habíamos hablado desde la cena y, aunque no lo diría en voz alta, me preocupaba.

Toc-toc.

—Estás madrugadora hoy —dijo Matt al abrir la puerta, en pijama y con el pelo en modo "no me importa".

—Traje café. Creo que eso me da derecho a molestar.

—Entras con café, entras con todo el derecho del mundo.

Me dejó pasar, y mientras yo ponía las tazas en la mesa, él fue a la cocina en busca de algo para acompañar. Un par de galletas rotas. Servían.

La casa olía a madera y a hogar. Me fijé, como siempre, en los pequeños detalles: el marco torcido de una foto, la bufanda colgada en la silla, las virutas de madera que delataban que había estado trabajando en su taller.

Fue entonces cuando, de reojo, vi algo.

La puerta del taller estaba entreabierta, y desde mi ángulo, alcancé a distinguir una figura alta cubierta con una sábana blanca. No distinguía qué era exactamente, pero su forma imponía. Me acerqué, casi sin pensarlo.

— ¿Qué es eso? —pregunté, girándome hacia él.

Matt levantó la vista desde su taza.

—Un proyecto que empecé hace un tiempo.

— ¿Puedo verlo?

Negó con suavidad, pero sin dureza.

—Las grandes obras solo pueden ser vistas cuando están terminadas. Si las miras antes, no las entiendes... o peor, las juzgas.

Lo dijo con esa mezcla de sabiduría y misterio que solo los viejos testarudos pueden permitirse.

No insistí. Pero algo en su tono me dejó pensando.

-

En la cafetería, Lily ya estaba sacando las sillas a la terraza. La saludé con un gesto. Ella asintió sin decir nada. Entre nosotras no había distancia, pero hoy tampoco había palabras.

—Mira quién aparece —soltó Zahara desde detrás del mostrador, sin levantar la vista del móvil—. La estrella de la galería.

Me obligué a sonreír con la boca, no con los ojos.

—Buenos días, Zahara.

Desde lo de la discoteca, las cosas entre nosotras habían quedado tensas. Lily tampoco le hablaba más de lo justo. Zahara, en cambio, parecía vivir en su propio mundo, indiferente a cualquier incomodidad.

— ¿Vienes a trabajar o a mirar cómo lo hacemos nosotras? —agregó con sorna.

Lily la miró de reojo.

—Zahara, ya.

— ¿Qué? Sólo digo que si va a estar en barra, al menos que no estorbe.

Tomé aire por la nariz y no respondí. No porque no tuviera palabras, sino porque sabía que no valía la pena.

Me puse el delantal y empecé a organizar tazas. Aunque cada movimiento mío era seguido por esos ojos negros llenos de arrogancia.

Lily se acercó a mí cuando Zahara fue al almacén.

—Déjala. Si no puede con su propio ego, peor para ella.

Asentí, aunque me pesaba más de lo que quería admitir. No me gustaban los conflictos, pero menos aún las puñaladas disfrazadas de sonrisas.

-

La jornada fue intensa. Clientes entrando sin parar, una máquina de café que empezó a gotear sin razón, y Zahara soltando comentarios pasivo-agresivos cada vez que tenía oportunidad. Aun así, trabajé. Hice mi parte. No necesitaba caerle bien a nadie para hacer bien mi trabajo.

Durante la pausa, Lily y yo nos sentamos un rato en la parte trasera del local. Estábamos agotadas, pero agradecidas por el respiro.

—Gracias por no explotar —me dijo, mientras bebía agua.

—Estoy aprendiendo a elegir mis batallas.

—Buena elección. Esa no vale la pena.

Nos miramos. Fue uno de esos momentos silenciosos donde el respeto se reconstruye sin decirlo en voz alta.

-

Cuando salí del trabajo, el sol empezaba a esconderse detrás de los edificios. Las sombras alargadas llenaban las aceras y el aire tenía ese olor a pan recién horneado que salía de alguna panadería cercana.

Caminé sin rumbo. No quería volver a casa todavía. Pasé por el parque, saludé a Clara desde lejos —la chica de la lavandería— y me detuve un rato en un banco.

Pensé en Matt. En su escultura cubierta. En cómo hablaba de las obras inacabadas como si fueran personas.
Pensé en mí.

¿Estoy también cubierta con una sábana esperando a terminarme?
¿Y si nunca me termino? ¿Si nadie puede entenderme sin ver todas mis partes?

Cerré los ojos. Me dejé llevar por el ruido de la ciudad. Por un momento no fui nada, ni alguien con alas, ni una chica perdida. Solo fui parte del paisaje.

-

Cuando regresé al apartamento, el aire olía a calma. Me quité los zapatos, dejé las llaves sobre la encimera y me preparé una cena rápida. Mientras cenaba, escribí en el cuaderno:

"Hoy no pasó nada grave. Ni nada mágico.
Solo sobreviví a otro día.
Y a veces, eso también es un logro."

Apagué las luces. Me acosté sin ruido.

Donde los Pájaros no VuelanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora