/VI/

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Six: This Is Hard.

Stella enfermó y fue ingresada en un hospital como por una semana, más o menos. Estar prácticamente sola en la escuela no fue de mi agrado, tenía a Saúl pero no era lo mismo. Estaba preocupada por ella de igual forma.

Eventualmente mejoró y el tiempo se fue volando cuando ella regresó.

Ya pasó una semana desde el inicio de julio. Todo estaba bien. Todo estaba muy bien.

Me había enterado de algo malo en la familia. Es cierto que por parte de la estúpida familia de mi padre, siempre hubo problemas. Y siempre los arreglaron, pero, esta vez, ya no hay vuelta atrás.

Mi abuela paterna, por todo el sufrimiento que le causó esta separación de los hermanos, sus hijos, lentamente fue perdiendo la mente y todo eso llevó a que tuviera una fuerte caída en la casa en la que vivía con una pequeña parte de la familia.

Hoy es lunes, me siento pésima. Tengo que ir a la escuela. Sin ganas me preparo. Tiempo después llegué al colegio con ganas de que me tragara la tierra.

Stella me saludó alegremente cuando llegué. También la saludé, sólo que sin su mismo entusiasmo.

Me senté en el piso del espacio de la puerta de nuestra aula. Le conté a Tell que mi abuela estaba muy mal en el hospital. Ella trató de darme ánimos, sin embargo, no lo consiguió.

En algún punto, me tapé la cara con mis manos y apoyé los codos en mis piernas. Tenía ganas de llorar, pero no me salían las lágrimas a pesar de que las contenía en mis ojos.

Escuché como un montón de gente se reunía a mi alrededor para ver si estaba llorando o no.

—Quítenle las manos de la cara, quiero ver si está llorando. —Escuché que dijo Karel entre risitas de burla hacia mí.

Ojalá se muera él.

—Váyanse, váyanse. —Stella intentó alejar a todos de mí—. Ven conmigo, Ilea.

Tomó mis manos con delicadeza y me hizo levantarme. Fui con ella. La gente se fue dispersando. Me llevó un metro más alejada de todos. Nos quedamos debajo de un árbol. Meloh y Sulem aparecieron.

—¿Qué te pasó, Ileana? —preguntó la última.

—Mi abuela está muy mal en el hospital y es posible que no salga de esa. No quiero que muera. —Mi voz tembló.

—No digas eso, Dios está con tu abuela —habló Meloh. Sí, ella es religiosa.

—Ya verás que no le pasará nada —mencionó Sulem.

Tell dejó reposar su mano sobre mi hombro. Ellas me habían relajado bastante.

Pasó una semana después de eso. Una horrible semana en la que mi mamá, mi papá e incluso mi hermana se pasaban el día en el hospital. A veces alguno de ellos tenía que quedarse para cuidar a la abuela.

Había rumores de que podía despertar. Sin embargo, nunca despertaba y yo ya había perdido las esperanzas.

Iba directo a casa riéndome con Stella mientras hablábamos de cualquier cosa sin sentido.

Adoro a esa chica.

Abrí la reja de mi casa, entro y la cierro, y luego entré por la puerta principal. Mi abuela materna estaba en la cocina, haciendo el almuerzo, creo.

Me mira con una cara que no me gusta para nada. Me preocupo al instante.

—Ilea, ¿tu mamá no te avisó? —cuestionó ella.

—¿Avisarme sobre qué? —pregunté.

—Tu mamá me llamó hace un rato diciendo que tu abuela falleció —aclaró con pesar.

Esas palabras me rompieron por dentro.

Acabaron con mi estabilidad en un segundo.

—Eso no puede ser verdad —murmuré, incapaz de creerlo.

Abracé a mi abuela, llorando. Ella me rodeó con sus brazos y acariciaba mi cabello tratando de calmarme.

Cuando logré calmarme, me dirijo a mi habitación. Comienzo a quitarme el uniforme. La tristeza desaparece y sólo queda rencor y desprecio ligado con un profundo odio hacia los culpables de su muerte.

Le di un fuerte puñetazo a la pared. Luego otro y otro... Hasta que me dolió la mano. Ahora lloraba de rabia. Porque llevaba meses sin ver a mi abuela. Porque todo era culpa de sus propios hijos.

Necesitaba desahogarme. Dejar salir la ira golpeando a la pared, haciéndome daño a mí misma, era la mejor manera de desahogarme.

La muerte en sí me dolía, pero me sentía peor sabiendo las circunstancias que llevaron a eso.

∆∆∆

Ver al hombre más fuerte del mundo llorando era algo que simplemente no podía soportar. Ver a mi padre llorando en su cumpleaños terminó de romper mi alma.

Solo ha pasado una semana desde la muerte de la abuela.

El ambiente en casa es horrible. Escucho a mi hermana llorando todas las noches. Yo también lloro, sólo que en silencio, ahogando mi pobre corazón.

He dejado de hablar mucho. Me he metido más en el celular.

Esto es duro.

Yo ni siquiera me creo que mi abuela se haya ido para nunca más volver.

Llegó un punto en el que quería morir. En el que no aguantaba la tristeza. Puede que sea una exagerada, aunque en serio me dolió perder a mi abuela.

Un día me quedé sola en casa. Estaba en mi habitación, con mi celular como siempre. De la nada fue como si otra persona se apoderara de mi cuerpo.

Fui a la cocina. Agarré firmemente uno de los cuchillos y tuve la intención de cortarme las venas.

Pensé en mi familia. En sus sonrisas. Si lo hacía, es posible que nunca más sonrieran.

Pero, sentía tanto dolor...

Pensé en ellos. En el sufrimiento que les causaría si mueriera. No vería sus sonrisas, no los escucharía hablar ni los abrazaría nunca más.

¿Realmente valía la pena dejarlos sólo porque me dolía la muerte de mi abuela? No valía la pena. Ellos me necesitaban con vida, yo los necesitaba. Ellos también estaban sufriendo, aunque no lo demostraban tanto. Y yo tampoco.

Luego pensé en mis amigos. A ellos era probable que no les afectara tanto como a mi familia. Así y todo, les afectaría mi partida. Imaginé sus caras de dolor al saber que había abandonado este mundo. No, no podía hacerles eso. Pensé en Stella, mi mejor amiga que me considera una hermana.

Ella sufriría.

Y yo no quiero que sufra por mi culpa.

No me lo perdonaría.

Antes de hacer una locura como suicidarse, la gente debería pensar en la gente que los rodea. Siempre le va a importar a alguien que te vayas para jamás volver. Es cierto que a veces los caminos se cierran y no ves otra solución, otra escapatoria.

Sin embargo, siempre hay otra opción.

Aunque prefieren irse por la opción más fácil. Suicidarse. Pero, piensen en los que se quedan. Piensen en que, aunque crean que no, los quieren. Sufrirán si se marchan y no regresan.

En mi opinión el suicidio es algo egoísta. Prefieres lo fácil para así no tener que luchar.

Las tormentas siempre acaban, no importa cuánto duren.

Luchar. Eso es lo que todos deberían hacer antes de ahorcarse, tomar demasiadas pastillas o cortarse las venas.

Negué con la cabeza, cerrando los ojos. No tenía el valor suficiente para hacerlo. Y además, todavía me quedaban cosas por hacer en este mundo. Mi momento de partir aún no había llegado.

Dejé el cuchillo en su lugar.

THE LAST KISSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora