•Blindfolded

52 12 4
                                    

La noche y el frío golpearon con fuerza y las ventanas se azotaban aquí y allá. Hoseok se ajustó el abrigo y miró al cielo.

—Que no llueva, por favor. No todavía.

Corrió las dos calles que lo separaban de su destino y cuando puso un pie en el escalón de entrada, se largó la tormenta. Miró hacia la calle y resopló cansado. Se frotó los ojos y miró su reloj. Eran las tres de la mañana y recién llegaba a su casa. Se sacudió las botas sobre la alfombra de la recepción del complejo de apartamentos y subió las escaleras deseando llegar a su casa cuanto antes.

Una vez dentro, el olor penetrante a jazmines lo hizo reprimir una arcada.

—Maldita enferma —dijo entre dientes al tiempo que encendía las luces de la sala. Todo estaba patas para arriba. Había ropa por doquier, sus discos estaban esparcidos por el piso y los sillones. Pateó algunas cajas de pizza para abrirse paso al pasillo y abrió la puerta de su habitación de un golpe. La silueta desnuda de su novia yacía en la cama. Un pequeño hilo de humo se levantaba del brazo que colgaba sobre el borde de la cama.

—¡Despierta, maldita seas! —gritó dando un manotazo al pie que sobresalía bajo las sábanas—. ¿Acaso quieres matarnos? —le quitó el cigarro de la mano y lo aplastó en el cenicero que estaba sobre la mesa de luz.

La muchacha apenas se movió, apartándose el largo cabello de la cara.

—¿Mmhh? —murmuró—. Llegaste…

Hoseok la miró enojado.

—Levántate. ¿Qué diablos hiciste en la sala? ¡No puedes revolver todo así cada vez que te quedas sin pastillas!

La muchacha movió la mano y la cruzó sobre sus ojos.

—¡Cierra la boca, maldita sea! —respondió ella con la voz ronca por el cigarrillo—. Eres un maldito dolor de trasero.

—Quiero que te vayas de mi casa.

Una risa burlona llenó la habitación.

—Deja de decir estupideces…

—Hablo en serio esta vez. Quiero que tomes tus cosas y te largues de aquí.

Ahora la muchacha se sentó en la cama y se refregó la cara con las manos. Hoseok la miró con desprecio. Aún no entendía por qué seguía con ella. Había caído por su belleza, como todos los anteriores a él. Sólo que debió haber hecho caso a lo que todo el mundo le decía. Jin Ah estaba loca. La había conocido en una fiesta y quedó prendado de la belleza oscura de la muchacha.

—Yo que tú pondría los ojos en otra parte —le dijo uno de sus amigos al ver que Hoseok no podía mirar hacia otro lado—. Está loca de atar.

Dos años después y aún seguía pateándose mentalmente por haber cedido al capricho. Jin Ah no solo estaba loca sino que además tenía una fuerte adicción a los antidepresivos. A decir verdad tenía una adicción a toda pastilla que cayera en sus manos.

—Vete a la casa de la loca de tu madre y déjame en paz —le dijo antes de levantarse de la cama. Ella lo agarró por la muñeca.

—¿A dónde crees que vas? Tú no puedes hablarme así, idiota. Tú eres mío y yo soy tuya. No podemos separarnos. Además no tengo dinero.

Hoseok se soltó de un tirón y sacó un bolso de su armario para empezar a llenarlo con las cosas de ella. Jin Ah no se inmutó, solo se estiró hacia un costado y agarró una caja de cigarrillos del cajón.

—Yah, ven aquí y cógeme. Hace mucho que no lo haces…

Hoseok se giró indignado para ver cómo su ‘novia’ abría las piernas y se mordía un dedo de manera insinuante.

Hello, strangerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora