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Para Seina era obvio que su dilema moral, emocional y drama poco convencional era tonto. Tanto que le causaba migraña recordar la situación en la que se encontraba.  

Había pasado todas las vacaciones evitando a su amado primo, aunque no habían muchas razones que la motivaran a hacerlo. En realidad solo sentía miedo de enfrentarse a las consecuencias de sus actos, consecuencias que, para bien o para mal, se salían de su control.

Seina había pasado toda su vida siendo rechazada por su familia, y, aunque Hajime Iwaizumi no era como los demás, nada le aseguraba que todo seguiría igual. Especialmente por la confusa situación; a lo lejos podía escuchar la abrumadora voz de sus primas cuestionando su ridículamente inesperado ingreso a la Shiratorizawa y con ellas, podía oír la voz de la desilusión por parte de Hajime. 

Por eso mismo había rechazando cada una de sus llamadas durante las vacaciones y siempre que podía, evitaba encuentros vergonzosos donde debía darle una explicación.

Pero, ¿Realmente le debía una explicación? Era algo que aún no estaba claro en su cabeza. 

Chidori había pasado muchas noches en vela pensando en ello. Una parte de ella se sentía mal, sí, ¿Pero era tan malo? Era un dilema sacado de un manga mal contado, y hasta cierto punto, le daba gracia la situación. Nadie se ponía a pensar en su situación o si la hacían sentir mal al invitarla adredemente a reuniones donde claramente no era bienvenida. Mucho menos su primo se daba cuenta de la manera en como la opacaba.

Y quizás, Seina solo buscaba un lugar donde brillar, sin ser abrumadoramente tapada por otro sol más brillante.

Mentalmente suspiraba ante sus exasperantes analogías.

Y después de mucha deliberación nocturna y una gran dosis de sinceridad mental, dejó la situación en manos del destino. Si se tenía que enfrentar a algo peor que el rechazo, lo iba a aceptar de frente.

Para su buena o mala suerte, por fin había llegado el primer día del periodo escolar, lo que significaba que Chidori Seina estaba a nada de empezar una vida repleta de incertidumbre y enigmas, especialmente uno de categoría zurda.

Pero ya tendría tiempo de hacer eso.

A lo lejos, se podía ver cómo el brillo del alba se asomaba para iluminar la prefectura de Miyagi, dando inicio a un nuevo día.

La castaña de ojos como la menta veía a lo lejos el ascender del sol, sintiendo la claridad como una nueva forma de inspiración y de mala gana, suspiró. Cómo deseaba tener una cámara en esos momentos para captar, una vez más, las maravillas que el ojo humano podía visualizar.  Lastima que la había guardado en sus otras maletas.

Y sin quererlo, deseó que aquel silencio nunca se terminara.

—¡Onee-chan! —Llamó Nikamura Eiiji, su hermano menor de seis años— ¡Ya es hora! ¡Se hará tarde!

Sintonía, Armonía y Anhelo. [Ushijima Wakatoshi]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora