𝐈𝐈𝐈

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El tiempo es receloso, juega con tu mente tanto que puede parecer más duradero, o, muy breve en los mejores momentos.

Por esas y mil razones más, Kōyō estaba enojada con aquella fuerza que nadie podía controlar, ver a Chūya crecer era como un regalo y una bella maldición.

Su hijo se convirtió en poco tiempo en un joven fuerte e inigualable, verlo convertirse en la deidad que algún día supo que sería la emocionaba en sobremanera. Sin embargo, no podía frustrarse al notar como su pequeño capullo florecía, pronto sería la flor más hermosa del jardín.

Las mañanas iniciaban desde temprano para comenzar las labores de agricultura, su primogénito era hábil y dedicado en cuanto a esas labores; sentía el tiempo resbalarse entre sus dedos como arena.

Aquellas tardes caminando por las praderas eran maravillosas, admirar como un ser más el magnífico trabajo al que tanto le dedicaban; o bien, recoger los resultados del arduo trabajo, su hijo disfrutaba de hacer malabares con las naranjas.

No supo de donde había aprendido a lograrlo, de niño le costaba trabajo y terminaba por golpearse con ellas, mayormente caían en su cabeza. Aunque, no podía evitar reír por las ocurrencias del ojiazul.

Las noches no eran tan distintas, de vez en cuando, se sentaban entre la hierba a contemplar el manto nocturno, alagaban a Higuchi por el espectacular acto que presentaba. Chūya tenía la constante necesidad de preguntarle por las historias que guardan las estrellas.

No le alcanzaría la eternidad para saciar por completo la curiosidad del pelirrojo.

La vegetación crecía y Chūya también.

Ya no era el pequeño infante de mejillas rojas con la inocencia cargando en su espalda, jugueteando entre los valles con la imaginación siendo su acompañante.

Ahora era un adolescente que comenzaba a ser cortejado por mujeres y deidades.

Eso la hundía en miedo.

Las personas eran despiadadas, solo tomaban lo que querían y se iban sin pensar en las consecuencias. No les importaba arrebatarlo a la fuerza.

Cuando los pretendientes tocaron a su puerta, vió de alguna manera a Yosano en su hijo.

Admiraba en varios aspectos a su hermana, una diosa fuerte e independiente que supo sobrellevar sus problemas sin necesidad de un hombre a su lado.

Quería que Chūya siguiera aquel ejemplo. Ella era a la única que necesitaba, ¡no había necesidad de tener a alguien más!

¡Juntos lograban un perfecto equilibrio en el mundo!

¡La vida crecía cuando Chūya estaba a su lado!

𝐒𝐞𝐢̄𝐬 𝐒𝐞𝐦𝐢𝐥𝐥𝐚𝐬 Donde viven las historias. Descúbrelo ahora