Capítulo 10: La Tormenta

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El cielo estaba cubierto de nubes grises cuando Kairo se despertó esa mañana. Una sensación de pesadez se instaló en su pecho, presagiando que el día no sería fácil. Desde el momento en que abrió los ojos, supo que algo estaba mal. Había una tensión palpable en el aire, como si el universo estuviera alineándose en su contra.

Al bajar las escaleras, encontró a su padre en la cocina, ya con una copa de licor en la mano a pesar de la temprana hora. Su madre, con el ceño fruncido y una expresión de cansancio perpetuo, estaba sentada en la mesa, mirando fijamente su taza de café como si fuera la única cosa que la mantenía anclada a la realidad.

—Kairo —dijo su padre, su voz arrastrada y amarga—, ¿cuándo vas a ganar algo de verdad en esas peleas? Todo lo que haces es entrenar y entrenar, pero aún no he visto ni un centavo que valga la pena.

Kairo respiró hondo, intentando mantener la calma. Sabía que discutir no serviría de nada, pero las palabras de su padre lo herían profundamente.

—Estoy haciendo lo mejor que puedo —respondió con voz tensa—. No es un proceso rápido. Necesito tiempo y práctica.

—Tiempo y práctica —repitió su padre con desdén—. Eso no paga las facturas. ¿Sabes lo que paga las facturas? Resultados. Dinero. ¡Éxito!

Su madre permaneció en silencio, pero la decepción en sus ojos hablaba más que cualquier palabra. Kairo sintió un nudo en el estómago, la presión de las expectativas familiares cayendo sobre sus hombros como una carga insoportable.

Decidió salir de la casa antes de que la situación empeorara. Se dirigió al gimnasio, con la esperanza de encontrar algo de consuelo en su entrenamiento. Pero desde el momento en que llegó, todo parecía salir mal. Héctor estaba ocupado con otros boxeadores, y Kairo se sintió perdido, sin la guía y el apoyo habituales.

Durante el sparring, los movimientos de Kairo eran torpes y descoordinados. Luis y Carla intentaban ayudarlo, pero nada parecía funcionar. Cada golpe que lanzaba parecía carecer de fuerza y precisión, y su frustración crecía con cada error.

—Kairo, concéntrate —dijo Héctor al ver su desempeño—. No estás aquí hoy. ¿Qué está pasando?

—Lo siento, Héctor. Es solo que... —Kairo tragó saliva, tratando de encontrar las palabras—. Las cosas en casa están muy mal. Mi padre sigue exigiéndome más y más, y siento que no puedo cumplir con sus expectativas.

Héctor lo miró con comprensión, pero también con severidad.

—Todos tenemos problemas, Kairo. Pero cuando estás en el ring, tienes que dejar todo eso fuera. Necesitas enfocarte. Vamos, toma un descanso y luego volvemos a intentarlo.

Kairo asintió, agradecido por la oportunidad de recomponerse. Se sentó en un rincón del gimnasio, sus pensamientos girando en una espiral de desesperación. No podía evitar sentirse abrumado por la presión y el peso de las expectativas.

Después de unos minutos, volvió al ring, decidido a mejorar. Pero la mala racha continuó. En un intercambio particularmente intenso con Luis, Kairo bajó la guardia por un instante y recibió un golpe fuerte en el rostro, cayendo al suelo con un dolor agudo en la mandíbula.

—¡Kairo! —gritó Héctor, corriendo hacia él—. ¿Estás bien?

Kairo asintió, pero las lágrimas de frustración comenzaron a llenar sus ojos. Se sentía derrotado, incapaz de mantener el control sobre su vida y su carrera. Se levantó con esfuerzo, intentando calmarse, pero la tristeza y la desesperación lo consumían.

—Vamos a parar por hoy —dijo Héctor con voz firme pero comprensiva—. Necesitas descansar y aclarar tu mente.

Kairo asintió, sabiendo que su entrenador tenía razón. Mientras se dirigía a los vestuarios, sintió que todo su mundo se desmoronaba. La tormenta interna que había estado conteniendo finalmente lo había alcanzado, y se sentía perdido en medio de ella.

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⏰ Última actualización: May 31 ⏰

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