Martin y Juanjo

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Mientras Juanjo se tomaba un descanso del (no)funeral, Martin, viajaba a su encuentro.

Cuando el bus por fin paró, Martin cogió aire para prepararse mentalmente, tomo su maleta, y bajó sin ningún otro plan más que encontrar al chico del avión.

Las calles estaban mojadas y la gente que caminaba por ellas acompañada de paraguas o chubasqueros, mientras que el aún llevaba el característico traje de boda, el cuál le hacía parecer, cuanto menos, un príncipe de cuento.

- Disculpe señorita, ¿Me podría ayudar?

- Claro chico, ¿que necesitas?

- Es que no tengo batería y necesito llegar a un sitio.

Martin le explicó la retorcida situación y la señora le ayudó con las direcciones y algún que otro atajo para que pudiera seguir su camino. Y aunque el chico era terrible orientándose, se esforzaría por llegar lo antes posible.

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Por otro lado, estaba Juanjo, que se había retirado a otra sala cercana, sintiendo el asfixiante agobio apoderarse de su cuerpo, más rápido de lo que él nunca hubiese podido imaginar.
De un momento a otro, su madre apareció, con su característica sonrisa, aquella que era capaz de calmarle hasta en las peores situaciones.

- Juanjo. ¿Que te pasa hijo? Cuéntame.

- No es nada mamá, ve a sentarte anda, que al final te perderás tu fiesta.

- Juanjo, habla conmigo.

- Es que... No lo entiendo. No entiendo porqué no te estás tratando. He visto los informes, se qué si empezaras con la quimio y los antiinflamatorios tendrías seguros otros 6 meses, capaz 12, o podrían lelgar a 18.

Aunque de la mente de Juanjo estaban escapando un millón de pensamientos y demonios diferentes, la expresión de su madre decía todo lo contrario, seguía siendo dulce, calmada, y feliz.

- Hijo, ¿Pará que? Te lo digo de verdad.
¿Para estar hecha polvo todo el tiempo?

- Estarías aquí.

Sin darse cuenta, ya estaba llorando, las lágrimas saladas inundaban su mejillas y las emociones que sentía se habían vuelto incontrolables, tenía a su madre justo en frente, y aún así no podía evitar sentirla lejos.
Para colmo, su madre también lloraba, llena de angustia por ver mal a su hijo.

- Lo sé hijo, y lo siento. Pero un par de meses no cambiarían nada. Voy a morir igualmente... Hasta entonces quiero seguir siento yo, aquí, contigo, con tu hermano y tu padre. Me gustaría vivir antes de irme.

- Mamá...

- Te quiero, muchísimo hijo. Venga, vayamos dentro, disfruta conmigo, lo necesitas tú casi más que yo.

Juanjo asintió, no sin antes pedirle a su madre un momento para respirar después de aquella escena tan emotiva.

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Martin estaba ya muy cerca de su destino, tan solo unas calles más.
Torció la esquina, y a decir verdad, le descolocó totalmente el hecho de ver tanta gente vestida de... ¿Personajes de cuentos tal vez? Tampoco es que lo entendiese muy bien.
Aún así, se tomó la libertad de acercarse a un grupo de personas y preguntar si efectivamente aquel era el lugar del funeral, recibiendo una respuesta afirmativa por su parte.

- Perdón, otra pregunta. ¿Por curiosidad saben si Juanjo está dentro?

- Hace un rato que no lo vemos, pero, allí está Javi, puedes preguntarle a él.

Martin se giro y lo vio, se parecían mucho, aunque se distinguía perfectamente que Javier era más pequeño, tanto por la altura, como por su cara y postura corporal.
Leer a la gente era algo que siempre se le había dado extrañamente bien.

- Ahm, ¿Javier?

- ¿Si? Hola.

- Eres el hermano pequeño de Juanjo, ¿Verdad?

- Si si, soy yo. Perdona pero, ¿Quién eres? No me suena haberte visto en todo el día.

- Soy un amigo de tu hermano... ¿Sabes si está dentro?

- Ni idea, pero ven, tengo que dejar esto dentro, aprovechamos y lo buscamos.

Aquello era extremadamente grande, repleto de todo tipo de decoraciones extravagantes, y plagado de personas, cada una vestida de manera más curiosa que la anterior.

- Mamá, papá, ¿Habéis visto a Juanjo?

- Hace un rato que no.

- Lo está buscando, es un amigo suyo.

- Encantado, me llamo Martin.

Tras las presentaciones, una preciosa melodía comenzó a sonar, y la pareja se levantó a bailar.
El padre de Juanjo sostenía a su esposa como si la quisiera proteger para siempre, mientras la mecía al ritmo de la música y la giraba levemente de una manera tan sutil, que le hacía parecer un ángel.

Martin, que siempre había visto la danza como una expresión del cuerpo que permitía ver más allá de las personas, estaba completamente ensimismado, contemplando aquel baile que emanaba el amor más puro jamás visto.
Dirigió su mirada levemente hacia la derecha, y de repente lo vio, apoyado en la puerta del lado contrario de la sala.
Todo a su alrededor se paró, y en ese momento solo existían Juanjo y Martin, Martin y Juanjo, los (ya no) desconocidos del avión.

La probabilidad del amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora