Mamá

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Martin no podía hacer eso, se estaría aprovechando. El chico que lo besaba estaba en un momento crítico, y puede que (muy a su pesar) solo estuviese confundiendo sentimientos o buscando algo con lo que distraerse, aunque no se diera cuenta.
Por lo cual, decidió hacer lo más sensato que pudo: separarse.

- Yo, lo siento, oye... También quiero, pero no creo que sea el momento.

- Querías que fuera auténtico y es lo más real que he hecho en todo el día.

Martin trató de cogerle la mano, pero Juanjo apenas resistió unos pocos segundos antes de levantarse y ponerse frente a él, claramente sobrepasado.

- Juanjo, te están pasando muchísimas cosas. Pero no puedes fingir que nada te afecta, y ahora mismo lo estás haciendo.

- ¿Y que quieres que haga? ¿Que diga que estoy totalmente destrozado? ¿Que ya la echo de menos? ¿Que este es el peor día de mi vida aparte de el que sé que está por llegar?

- Si necesitas hablar con alguien, yo siempre voy a estar.

- Puede que no me apetezca hablarlo con un chico que he conocido en un avión.

Aquello había sonado mucho peor de lo que Juanjo tenía planeado y aunque Martin veía algo de arrepentimiento en los ojos contrarios, no pudo evitar sentir un pequeño dolor en el pecho.
No hacían más que mirarse a los ojos, tratando de entenderse mutuamente a la vez que pidiéndose perdón. Hasta que Javier apareció.

- ¡Juanjo! La gente ya se va, si quieres decir tu discurso, va siendo hora.

- Si, ya voy.

- Deberías entrar, ha sido una estupidez venir.

- Martin... No quise decir eso.

- No pasa nada, tranquilo. Yo también debo volver. Diles a tus padres que son geniales.

Y así, Martin dirigió una última mirada al mayor antes de echarse a caminar por las frías callejuelas de Madrid.
Juanjo por su parte pretendía volver a dentro con su hermano, pero un conocido de su madre le paró.

- ¡Eh Juanjo! Te dejas la mochila.

- Oh, no es mi... Eh, si, gracias.

Martin. Era la mochila de Martin. Y Juanjo no supo porqué, pero la cogió y se aferró a ella como si fuera una pequeña llama de esperanza. Una que algún día le llevaría de nuevo con el chico del bigote.

Ahora tenía un amuleto para dar su discurso, así que colocó la pequeña mochila marrón tierra cerca del micrófono, se acomodó el cuello de la camisa, y pidió silencio.

- Hola. No he tenido la oportunidad de hablar hasta este momento, así que allá voy. 37... es el número de obras que Shakespeare escribió a lo largo de su vida. Pero también son las veces que mi madre nos las leyó a mi hermano y a mí.
1900... Es el número de día que nos llevó al colegio antes de que yo condujera. Y 2 veces me hizo bizcocho de mermelada de fresa, cuando alguien me rompió el corazón.
El caso es que, yo he intentado medir la vida en números, tanto la mia como la suya, es lo que se hacer...
Mamá , tu ya me conoces, es lo que hago con todo. Supongo que me ayuda a darle sentido al mundo.
La cosa es que mi madre no es un número, no es ni las obras que interpretó ni las comidas que hizo.
Cómo ya he dicho... Ella es mi madre.
Mamá... te voy a echar de menos.

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Hola. Este capítulo es cortito pero me he emocionado escribiéndolo, sobre todo después de haber escuchado "Mis tías".

Voy a intentar empezar otra historia ya que, como hay días que se me complica escribir, que al menos cuando lo haga podáis leer bastante.

Cómo siempre, si comentáis en ayudáis mucho y así sé si os gusta.

Bueno, me despido. ¡Gracias por leer!

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