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"Me acuerdo tanto del día que nos conocimos por primera vez. Siento que estamos a años luz de ese momento." Mencionó Juanjo, apareciendo por mi espalda.

Estabamos reventados después de andar sin parar todo el día por Londres. Me había hecho una ruta muy extensa, casi toda andando, y tenía razón. Londres era espectacular. Me presentó algunos amigos suyos, con los que nos fuimos a un pub a tomar algo y me vi perfectamente teniendo esta rutina. Casi hasta me dolía la cara de sonreír.

Nada más llegar, lo primero que había hecho había sido sacar un par de cervezas de la nevera y unos pistachos y abrir su pequeño balcón para sentarmos fuera. Era muy acogedor. Extendimos una manta en el suelo con cojines y tan sólo unos pequeños farolillos que habíamos comprado en el mercadillo de Camden, por petición mía, alumbraban el lugar. Era suficiente, pues se juntaba a las luces de las farolas, que casi parecían luciérnagas. De fondo, para rematar, se quería hacer ver el Támesis, iluminado. Ventajas de vivir en un piso alto, suponía.

"Nunca en mi vida creí que fuese a encontrar a alguien como tú de manera tan repentina. Cuando te conocí sentí que Madrid me ahorcaba." Le respondí con sinceridad. Lo que no le dije es que Madrid me seguía ahorcando incluso más ahora que lo había tenido y ya no estaba. La experiencia era incluso más gris que antes, y me costaba encontrar algo, "una luz" de la que agarrarme.

Me miró durante un rato.

"¿Y qué te parecería venirte a Londres?" Volvió a proponer.

"Juanjo."

"Martin"

"No me puedo permitir un alquiler aquí." Sabía que no le iba a convencer tan rápidamente como la otra vez, principalmente porque iba en sus cabales, estaba sobrio.

"En Madrid el alquiler también está caro." Contraargumentó.

"Sí, pero vivo en una casa que se cae a pedazos Juanjo, sabes que esto no es realista."

"Siempre que te propongo planes los echas por barro. Cuando te dije de venir a la gira hiciste exactamente lo mismo. Bueno y cuando te propuse venirte conmigo por primera vez, claro."

"Siempre sueñas demasiado a lo grande." Le acusé.

"No entiendo el punto de soñar si es racional, por esa regla de tres. Si fuese accesible lo haría directamente y ya. Sonará mal, pero tengo el dinero y los recursos para hacer prácticamente cualquiera de mis sueños realidad, sin embargo me he quedado sin ideas de cómo hacer que vengas aquí. Ni el dinero ni la fama me salvarán esta vez." Sacó un paquete de cigarros del bolsillo, encendió uno y me preguntó en silencio si quería compartir a lo que asentí.

" ¿Qué tal va tu música?" Pregunté, claramente queriendo cambiar de tema.

" Pues va." Me respondió.

"A veces eres demasiado escueto para tu propio bien." Le regañé.

"Estamos probando nuevos sonidos, me estoy juntando con nuevos productores también."

"O sea, que vas a hacer un cambio radical a tu música de Madrid. Si te estudiasen los libros de música serían tus dos etapas."

"Bueno tampoco tan radical, no te creas. La temática sigue siendo la misma." Dijo en voz más alta, para luego añadir en bajito "Y la musa."

Decidí ignorarlo, por mi propia estabilidad mental. Llevaba todo el día mandándome señales súper contradictorias, y para ser feliz durante mi estancia, había decidido ignorarlas todas. Ojos que no ven, corazón que no siente. Lo que no podía hacer es estar todo el rato balanceándome entre el 'sí' y el 'no'.

"Siempre acabamos igual. Sentados en un balcón, fumando." Mencioné, como dato curioso.

"Sólo nos falta la parte en la que nos liamos, que llevas ignorándola desde que pisaste Londres." Dijo repentinamente. Intentó decirlo con gracia pero no le salió, le salió más bien con un deje amargo.

Me quedé parado, sin saber cómo reaccionar. Los límites estaban claramente desdibujados y desde que se fue, no me quedó claro en qué punto estábamos. Y por lo que veía a él tampoco. Las desventajas de la no comunicación.

"Juanjo estás conociendo a alguien." Le dije, ligeramente irritado. No era fácil hacer frente a esa información, pero menos aún que me estuviese haciendo estas proposiciones. Me parecía un poco irrespetuoso.

"Ya pero aún no somos exclusivos." Insistió, mirándome persuasivamente.

Nos quedamos en silencio durante mucho rato. Me costaba procesar lo que me había dicho y aún más entender su insistencia.

"Por favor." Susurró en voz muy baja mirándome intensamente, como un perro.

Y entonces yo, enamorado, pensando que esta era mi única manera de tenerle por muy efímera que fuese, me acerqué a su boca y le besé con frenesí.

Mi concepción de la intimidad con Juanjo era extremadamente cursi. Me sentía casi como una colegiala de pensarlo.

"Eres precioso" Susurró, enredándo sus dedos en mi pelo.

"Tú también." Susurré de vuelta, avergonzandome de exteriorizarlo.

El tacto frío sobre mi columna volviéndose un incendio sin control tras su paso, como una antítesis.

La punta de sus dedos rozando mis pecas como si del creador del firmamento se tratase, juntandolas en constelaciones.

Si una noche era todo a lo que podía aspirar, pensaba aprovecharla al máximo. Al día siguiente ya afrontaría las consecuencias. Si el corazón no ganase a la razón de vez en cuando, todo sería demasiado monótono.

Cuándo me desperté por la mañana, llegué a la conclusión de que hacía tiempo que no había dormido tan genuinamente bien, por muy cliché que sonase. Me había despertado con el primer rayo de sol de la mañana. Yo, que siempre dormía con las persianas cerradas a cal y canto, no soportaba la falta de estas en las viviendas londinenses.

Me quedé absorto mirando a Juanjo, con sus facciones completamente relajadas. Era tan fácil fingir. Tan fácil fingir que esa era nuestra vida, durante unos míseros segundos. En el fondo sabía que la fe de que eso ocurriese era una vela bastante complicada de apagar, pero cada vez que mi mente se iba unos instantes a esos pensamientos caía en la cuenta de que estaba conociendo a otra persona y no debía meterme.

Lo idóneo sería tener una conversación.

Pero tenía muchísimo miedo porque verlo con otra persona era más soportable que no verlo nunca más.

Le rocé el pómulo con la caricia más honesta que salió de mi cuerpo y de nuevo me llenaron la cabeza pensamientos que hacían que me ruborizase de la vergüenza. ¿Estará soñando conmigo? Qué tontería. A veces sentía que en mi cabeza sólo había paja de las novelas Shakespearianas.

El aire de Londres, seguro que era eso.

(Cómo el aire de Madrid, que me había hecho besarle. El aire siempre tenía la culpa, no yo, claramente.)

delicateDonde viven las historias. Descúbrelo ahora