Capítulo Tres: ¿Dónde estás?

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Me froto los ojos con el dorso de la mano, seguramente estoy soñando, ahora abriré los ojos y Abel aparecerá a mi lado

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Me froto los ojos con el dorso de la mano, seguramente estoy soñando, ahora abriré los ojos y Abel aparecerá a mi lado.

No, nada, ese lado de la cama está completamente vacío.

Levanto las sábanas con timidez, tal vez me esté jugando una broma... me levanto de la cama y reviso cada rincón de la habitación. Bajo la cama, detrás de las cortinas, en el armario, en el baño.

Mas no hay nada... ni siquiera la esencia de su perfume, pareciera como si se hubiese marchado hace un buen tiempo.

Paso la mano por mi cabello, desesperado, ¿en dónde podría estar?

Una voz suave y tranquilizadora se reproduce mi mente.

"Es mejor ver las cosas por el lado positivo por más mal que esté la situación".

¡Debo calmarme! Si Abel me viera así como un maldito psicópata estoy seguro que no querría verme nunca más.

Voy a buscar mi ropa para cambiarme e ir a buscar a dicho chico. Seguro que quería un poco de aire fresco... o estaba desayunando y nos encontraríamos en las escaleras. Sip, definitivamente eso era, no tenía que meterme ideas locas a la cabeza.

Respiro hondo y salgo finalmente de la habitación para encontrarme con ese ser tan precioso. Pero conforme voy bajando me doy cuenta que el pasillo y las gradas están completamente abandonados, muerdo mi labio y evito con todas mis fuerzas los pensamientos intrusivos.

Ayer, donde lo ví por primera vez, era al frente de la cocina. La verdad es que ni me acuerdo bien el camino, pero tengo fe de que él estará allí, esperándome con una de sus sonrisas encantadoras.

—Abel...

Me asomo por la barra que tiene la cocina, sonrío de manera tímida y mi corazón se acelera de solo pensar en volverlo a ver, esta vez sobrio.

Mi sonrisa desaparece de inmediato al encontrar el comedor vacío.

Siento una presión en el pecho, decepción, ahora sí que me estaba preocupando de la ubicación del moreno.

Hago lo mismo que en la habitación, busco por todas las alacenas, muebles bastante grandes e incluso debajo de la mesa. Pero el resultado es el mismo: no hay nada.

Frustrado me siento en el comedor. Adiós esperanzas. Seguro que sólo fui cosa de una noche para él, tonto Rigel, ¿para que más se acercaría a ti?

No, de seguro tenía prisa y tuvo que irse pronto. Es imposible que me haya visto como un juguete, el recuerdo del brillo de sus ojos me dice lo contrario. Tal vez en este momento estaba pensando en mí, el porqué no me dejó su número para poder habl...

¡Oh mierda! Ni siquiera fui capaz de pedirle su número de teléfono...

Por si me quedaba dudas. Aquí podemos ver al ser humano más pendejo de la historia. Continuemos viendo como se desarrolla su miserable vida.

Una Noche Para AmarteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora