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Narra Lucy:

Los siguientes días, James no se presentó a trabajar.

Eso me generó un ligero sentimiento de culpa y también una gran dosis de curiosidad.

Pero.

¿A mí qué demonios me importaba ese estúpido hombre engreído?

Maldita sea.

¿Por qué no podía sacarlo de mi mente?

Cada vez que miraba hacia su puesto vacío, un extraño nudo se formaba en mi estómago.

Quería convencerme a mí misma de que no me afectaba en lo más mínimo su ausencia, pero era una mentira que no lograba creerme del todo.

¿Por qué me sentía así?

¿Acaso me estaba preocupando por ese idiota?

No, por supuesto que no.

Él era un grandisimo estúpido insoportable al cual no me aguantaba ni un poco, no puedo permitirme tener esa clase de sentimientos.

Apreté los puños con frustración, lanzando una mirada fulminante hacia el escritorio vacío.

Él se lo buscó.

¿No?

Si no puede enfrentar las consecuencias de sus actos, es su maldito problema, no el mío.

Traté de enfocarme en mi trabajo, pero mi mente no paraba de divagar hacia lo ocurrido esa noche.

Maldije internamente a mi propio subconsciente por no dejarme en paz.

¿Por qué tenía que recordar cada uno de esos deliciosos y placenteros momentos?

Cada uno de sus gemidos, cada una de sus ocurrencias, el sabor de su piel...

Demonios.

¿Por qué mi cuerpo reaccionaba de esa manera al solo pensar en ello?

No, no, no.

Tengo que dejar de perder el tiempo pensando en Smith.

Eso no volverá a pasar, me aseguraré de ello.

Con determinación, me concentré en mis deberes, decidida a borrar todo rastro de ese ridículo de mi mente.

Después de todo, lo que sucedió entre nosotros no significó nada.

¿Verdad?

Narra James:

Joder...

Estaba tan herido.

Me dolía el corazón, me quemaba el mismísimo fuego del averno.

Me tomé una semana de descanso, aprovechando que tenía algunos días hábiles acumulados.

Necesitaba ese tiempo a solas para intentar sanar, para tratar de procesar todo lo que había sucedido entre Lucy y yo.

Pero sabía que tarde o temprano tendría que enfrentarla.

Teníamos un importante proyecto en común y, por más que me doliera, no podía permitirme renunciar a ese trabajo.

No podía dejar que mi vida personal afectara mi desempeño profesional.

Suspiré con pesar, pasando una mano temblorosa por mi cabello.

¿Cómo iba a hacer para verla a la cara después de lo que pasó?

¿Cómo se supone que actuaría con naturalidad y como si nada hubiera ocurrido?

El recuerdo de su rechazo y su huída aún dolía como si fuera una herida recién abierta.

Ella tiene el controlDonde viven las historias. Descúbrelo ahora