Prefacio

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Era una mañana fría y repleta de neblina, el cielo libre de alguna vaga nube. Allí estaba yo en la preparatoria, caminaba por las orillas de el taller de carpintería el cual estaba casi a las afueras.

Este era mi primer día aquí,  como el de la mayoría. Era el primer día de clases. Caminaba sobre la hierba seca que rodeaba el taller. Casi llegando a mi limite como estudiante, decidí regresar.

De reojo mire que había un grupo de chicos enfrente de mí, estaban armando un escandalo con sus gritos, y opté no tomarle mucha importancia.

Al llegar hasta ellos miré con el rabillo de mis ojos que no era un abuso cualquiera. Estaba una chica enjaulada por el cuerpo de el chico mas alto de este dicho grupo, de pronto la chica grito, y un golpe se escuchó. Giré mi mirada rápidamente, la habian empujado contra un árbol.

Sin dar aviso alguno o decir una palabra o por lo menos pensarlo siquiera,  golpee en el rostro al más alto de ellos, sabía que él había sido quien la empujó, su risa lo delato.

Después de golpearlo el cayó con dificultad contra el suelo. Sus compañeros me miraron con sus ojos tan abiertos como platos.  Tomé a la chica de la mano y la levante del suelo, y comenzamos a correr lo más rápido que podía.

Traté de guiarla lo más lejos de allí. Mientras corríamos, escuchaba mi corazon latir y mis pulmones agrandarse con cada respiro, me estaba quedando exhausto.

Mi condición física nunca fué la mejor, de eso estaba consiente. Al llegar hasta la parte trasera de unos salones, me detuve.

—  ¿estás bien?—pregunté cansinamente. Dejé de sujetar su mano, ella se encogio en sus hombros y bajo su mirada hacia la punta de sus zapatos.

—  Gracias. —Su flequillo cubria  sus ojos completamente pero no la mayor parte de sus mejillas teñidas  de rojo.

A pesar de que ese chico que golpee no se quedaría de brazos cruzados, estaba conforme. Su tranquilidad me conformaba.

—   ¿Qué ocurre?—pregunté indeciso. Ella se había quedado en silencio, quizá estaba aún asustada por lo ocurrido.

—  Me siento apenada—Confesó.

—  No tienes porque, apenado yo, notaste mi cobardía.—No queria que se sintiera triste, queria hacerla reír, aunque si estaba un poco apenado por mi huida.

Mi huida con ella.

El silencio incomodo volvió. Ella levanto su mirada y sonrió. Su sonrisa fue capaz de hacer que dejara de ser incomodo el silencio y estaba seguro que su sonrisa podía lograr aún más que eso.

Su sonrisa, mi perdición.

Amie & BeauDonde viven las historias. Descúbrelo ahora