Capítulo 2: Recuerdos sublimes

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Han transcurrido 3 meses desde el fatídico accidente…

Me observé en un pequeño espejo, o, mejor dicho, en uno roto (se hizo añicos durante una riña con mi primera compañera de celda y terminé dejándole una decoración de trazos pegados). Arreglé mi cabello negro y desordenado, notando como caía hasta mis hombros; las ojeras eran muy notables por el cansancio de semanas de insomnio. La imágen del accidente sigue siendo aterradora. Cada vez que cierro los ojos, veo el flujo de sangre y recuerdos borrosos: tenis de colores rojo y azul, pisadas y una voz resonando en mi mente.
Sacudí mi cabeza para borrar todo recuerdo; tan temprano no podía agotar mi mente. Dejé de contemplarme con pena y decidí hacer ejercicio para dejar mi cuerpo empapado de sudor. Al menos no soy el tipo de persona sedentaria de quedarse en la cama, envuelta en sábanas arrugadas y pensar que, detrás de estas rejas encuentras aventuras peligrosas e interesantes.

—¡Estoy harta de tener que venir siempre a decirte que la misma mujer te está esperando! —refutó con amargura la oficial tras las rejas de metal. Sorprendiéndome su aparición.

Rodé los ojos, molesta, y continué haciendo abdominales, sintiendo cómo las gotas de sudor resbalaban por mis mejillas acaloradas.

—¿Acaso no escuchaste? —golpeó las rejas con su bastón—. ¡Tienes una visita!
La oficial de ojos puros y negros, desde mi llegada aquí, me ha mirado con desdén y vigila la celda las 24 horas del día, como si fuera capaz de escapar de esta correccional. Pero ya estaba resignada, en tres días tendría un juicio donde presentarían pruebas de que soy una asesina, y eso determinaría cuánto tiempo más debo permanecer en este lugar. Sin embargo, podía sacar provecho de esto…

—¿Qué gano con ello? —pregunté bruscamente.

—Un día fuera de la celda —intentó sonar convincente—. La señora ha venido a visitarte desde tu llegada, siempre a la misma hora. Es más puntual que el reloj; trae comida en el mismo recipiente con adornos de flores, y aunque está prohibido traer comida, ella sigue haciéndolo.

Continué haciendo abdominales; un día fuera de la celda no era un buen negocio para mí. Una vez terminé en el patio trasero, golpeada y a punto de ser vendida como sirvienta a un grupo de mujeres. Conozco lo que me espera en los pasillos; el infierno comienza después de las 3 de la tarde. En cualquier rincón hay enemigos y personas al acecho.

—No me interesa —respondí cortante—. Si le importa tanto la señora, pase tiempo con ella si la ve tan sola.

—Cumplo con las reglas, no me está permitido hablar con desconocidos, pero tengo conciencia. Conocer a alguien tan desinteresado por alguien que le muestra afecto es en verdad una asesina —sus palabras eran cortantes como una hoja afilada.

«Qué tipo de amenaza tan conmovedora para remorder mi moral»

La señora esperandome decía ser mi abuela, pero después del accidente mi memoria quedó en blanco. No sabía quién era mi familia o amigos. La primera vez que la vi detrás del vidrio compactado, con las muñecas presas y un enterizo azul rey, se formaban arrugas alrededor de sus labios cuando sonreía, y su piel cansada por los años, el cabello con hilos metálicos y blancos, 'una combinación exquisita', diría un pintor. Sus ojos no mostraban su vejez, solían tener un brillo especial, esa ternura que una abuela siente por su nieta. Tenía la sensación de que ella había llegado a un límite y ahora se preocupaba por una niña acusada de homicidio, incapaz de considerarse como su nieta.

—Debes darme una ración extra del pastel de tres leches que siempre traes —la miré, levantando una ceja con una leve sonrisa—. Todas las mañanas viene a la celda comiendo pastel, y eso provoca a mi pobre estómago, hace tiempo no come dulce y necesita fuerzas para soportar los días que me queden en esta correccional.

ALCANZANDO EL LÍMITE  ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora