Capitulo 6: Ellos son ángeles

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Estaba en el colegió, llegando una hora antes. Los pasillos fantasmales y silencio mortuorio eran perfectos para recordar a mis abuelos maternos, pienso mucho en ellos, a veces hubiera deseado pasar un poco más con ellos, al menos en una edad madura, antes de que hayan desaparecido cuando era tan chica. 

Ellos se llamaban así mismos “Ángeles sabios” por ser los guías de la iglesia, dando consejos y promulgando la palabra del señor, y aplicaron esa filosofía conmigo. En momentos sentía su compañía cuando mamá los necesitaba, por eso solían visitarme cuando llegaba el invierno.

Mantenían sus manos llenas de pulseras, aretes, ropa o tres dólares, pero menos mal no traían muñecas, les tengo pavor. Sus ojos y sonrisa, hasta pensarlo da escalofríos, parecen poseídas, estaría loca si las llevara a mi cuarto por la noche, mientras siento su mirada en mí.
De alguna manera, supe que ellos tenían lástima por la familia, el principal personaje: mi papá, y por eso me colmaban de regalos, aunque no era desagradecida, sabía que esto no era exactamente amor o cariño; quizás intentaban compensar sus errores de la crianza que les dieron a sus hijas, tratando de ofrecer lo que Mila y Agros despreciaron, dejando sus restos a su última nieta.

En el viejo sillón, una reliquia para mis papás. Pedro, mi abuelo, solía hacer chistes tontos en el que se reía él solito. Una tarde fría, estaba muy aburrida viendo un periódico de los licores más costosos al lado del balcón. Pedro empezó a contarme un chiste.

—Taylor, ¿cómo queda un mago después de comer? —. Lo observé pensativa, repetí varias veces la pregunta, pero no lograba descifrar eso. Finalmente lo dije. 

—Queda embarazado…

Cuando escuchó mi análisis, Pedro estalló una carcajada que resonó en toda la habitación, hasta los vecinos lo escucharon, «¿Se puso rojo?» Quise saber. No puedo decir perfectamente cómo fue su expresión, porque no veía su rostro; otro círculo borroso en mi vida, pero él intentaba dejar su seriedad para otras personas, y eso me divertía.

—¡¡Vaya qué lógica tan buena!! Pero … fallaste —posa su mano en su frente —¡Queda “magordito”!— concluyó con sus risa ronca por los años, tan chistoso que podía percibir que botaba lágrimas en sus ojos pequeños, tan pegajosa era, que al menos sonreía con mis dientes torcidos.

Lo curioso de mis abuelos es que se tinturaron el cabello de muchos colores, parecía un arcoíris. Rara vez se lo tinturaban de colores oscuros y mucho menos dejarse el cabello de la vejez. Les preguntaba por qué no lo hacían, mi abuela, Susana, me respondía con voz cansada.

—Porque le temo. Por cada cabello blanco que aparezca, para mí son las cargas que lleve en mi pasado y no deseo recordarlas.
Pedro nunca logró responderme, solo se daba la vuelta y se iba. No le insistí más.

Llegó el invierno de 2003, ese año no los vi pasar por la puerta de mi casa, ni el siguiente. Jamás volvieron.  Asomaba mi cabeza en el balcón esperando algo que sabía que nunca iba a llegar.
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Una mañana, estaba en la sala dibujando un elefante y papá se sentó a mi lado.

—Mira papi dibujé un elefante. — Le mostré un círculo ovalado con palos a los lados y era más una araña que un elefante.

—Tesoro — Ignoró el dibujo — es sobre de tus abuelos — pausó, intentando de encontrar palabras correctas para no afectarme. Lo observé con mis ojos cafés

— El dibujo está feo ¿Verdad? Mejoraré —. Dije cambiando el tema, quería ignorar que mis abuelos ya no están. 

—Tus abuelos se han convertido en aviones de papel, en nubes o en palomas, ahora viven en un lugar mejor —. Cogió mis manos en las suyas, haciendo un caparazón. Intentaba saber si estaba triste o feliz, pero cada intento se ponía peor, y más borroso se veía. Sabía lo que quería decirme, y nunca los culpé por ello. Estaba feliz, porque ahora sí podría haber alguien que escuchara sus chistes, y pudieran ver sus locos colores de cabello. Allá no envejecerán, así mi abuela dejaría aquel temor que tanto la atormentaba, y el gran silencio del abuelo, podría salir.

— El elefante está feliz —. Le dije jocosamente. Papá lo entendió, un lenguaje entre él y yo.

Mi padre se levantó y me entregó una hoja blanca con manchas negras; me habían dejado un mensaje, aunque estaba tranquila. Hoy 25 de mayo de 2005 sigue guardada en un sobre en una chaqueta rosada nunca utilizada.

Luego, se fue de mi habitación, la misma acción del abuelo.  No sé si hizo una sonrisa, o de sorprendido, pero sé que no estaba molesto; todavía me faltaba mucho por entender cómo era ese lugar que todos llamaban "cielo".

ALCANZANDO EL LÍMITE  ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora