Capítulo 7

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Teru:

Mi plan perfecto para terminar la semana laboral un viernes por la noche es: volver a casa, tomar una ducha, preparar algún platillo rápido que incluya pasta y ponerme al día con alguna serie que me tenga empilado y cuyos capítulos no haya podido ver durante la semana. Sin embargo, en repetidas ocasiones mi psicóloga me ha dicho que intente hacer cosas diferentes, romper un poco la rutina, socializar más. Bien, decidí hacerle caso. Bueno, en parte. Salir con mis compañeros no era opción, los escuché hablando durante el almuerzo sobre ir a un bar, algo que para nada me llama la atención. Pero venir por un café a un lugar que está a treinta minutos de la ciudad, cuyo camino es sólo cuesta arriba por estar ubicado en una zona montañosa pero con una vista preciosa, es un buen inicio para cambiar un poco la rutina, ¿verdad?

Bajo del auto luego de aparcar, con solo poner un pie afuera se respira un aire diferente, más fresco y limpio. El parqueo está adoquinado, pero de cada grieta sobresale un poco de césped. Ya sea que es intencional o un capricho de la naturaleza, va muy acorde al tema del sitio.

Me paso las manos por el frente de la camisa para alisarla, sin ni siquiera saber por qué lo hago...

—¿Teru...?

Una voz femenina me saca de mis cavilaciones, volteo hacia atrás y sonrío al encontrarme con una vieja amiga de la universidad.

—¡Hey, Kiyomi! —me acerco para saludarla con un beso en la mejilla— ¿Cómo has estado?

Si por mí fuera sólo le hubiera dado un apretón de mano, pero ella siempre fue muy efusiva y fue el punto medio que encontramos cuando aún estudiábamos juntos.

—Bien, ¿qué hay de ti? —la veo acomodarse el flequillo oscuro sin dejar de sonreír— Cuánto tiempo sin verte...

Me suelta una mirada fugaz de pies a cabeza y yo repito la acción. Lleva un atuendo que esperaría de ella: falda negra por encima de la rodilla y entallada para marcar sus prominentes caderas, junto a una blusa de color claro abotonada a la altura precisa donde deja ver el inicio de su escote sin mostrar demasiado, y los labios de color rojo, nunca se los he visto maquillados de otro color.

—Supongo que desde la universidad, ¿no?

—No podría ser de otra forma, siempre que te he invitado a salir me has dicho que estás ocupado.

Siento que las mejillas me arden de vergüenza y por inercia me rasco la nuca mientras evito verla a los ojos.

—Bueno, es que...

—Oh, no te preocupes —ella sacude las manos de arriba a abajo, como si no fuera la gran cosa, cuando claramente si lo dijo fue por algo—. Ya sé que eres un obsesionado con las rutinas, la próxima vez intentaré agendado una cita contigo al menos con tres meses de anticipación —suelta una risa breve que aligera un poco el ambiente—. Por hoy no te quito mas tu tiempo, supongo que te deben estar esperando. —Me da un par de palmadas en el brazo y asiente como despidiéndose.

—No, de hecho yo... —¿se escuchará muy patético lo que estoy a punto de decir?—... bueno, vengo solo.

—¿¡En serio!? —la veo abrir los ojos de par en par— ¡Qué casualidad! ¡Yo también!

Esta vez es mi turno de abrir los ojos muy grandes. —¿En serio?

Mientras ella parece feliz, yo más bien pregunto perplejo, ella nunca fue de hacer cosas sola.

—Sí, bueno, habíamos quedado con una amiga pero de camino me avisó que se le había presentado una emergencia.

—¿Pero todo bien?

The colors of the soul.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora