III. EN OTRO MUNDO

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DÍA 3
ENEMIES TO LOVERS, REENCARNACIÓN (616)

Gabrielle y Charles habían peleado frente al auto esa mañana. Incluso ahora que estaban divorciados encontraban las formas de demostrar los resentimientos con palabras, aunque lo que había dicho Gabrielle no era precisamente una mentira y lo que había respondido Charles no había sido nada amable.

Así que cuando el telépata subió al auto, echando su silla en el asiento del copiloto, lo primero que vio en el reflejo del retrovisor fue la cara alargada de David. Sentado en el asiento para niños, su hijo jugueteaba con sus manos nerviosamente y mantenía su mirada enfocada en estas, negándose a mirar hacia arriba.

Había escuchado todo. Charles no necesitaba leer su mente para entenderlo.

—David, cariño. —Charles lo llamó, mirando de reojo cómo Gabrielle caminaba de regreso a la casa—. ¿Qué sucede?

El niño se encogió de hombros.

—Siento que hayas tenido que escuchar eso.

Esta vez, David ni siquiera reaccionó. Charles se giró y estiró hacia atrás, recargando un brazo en el asiento de al lado.

—Hey. —Intentó de nuevo, palmeando la rodilla de su hijo—. Hey, David

Finalmente, este levantó el rostro, sus ojos grandes con angustia. Las facciones de Charles se suavizaron dolorosamente al ver las consecuencias que su discusión con Gabrielle había tenido. Se recordó: era mejor tener esas conversaciones acaloradas lejos de David.

—Dime, ¿estás emocionado? Esta será tu primera vez en la playa desde que eras un bebé.

El niño asintió con la cabeza.

—¿Recuerdas algo de ese entonces?

Ahora, David sacudió su cabeza en negación.

Tal vez era mejor así, pensó Charles. Probablemente ese día Gabrielle y él habían discutido también.

—Nos divertiremos. —Le aseguró—. Por cierto, te compré un regalo.

Al decir eso, Charles señaló la bolsa de papel junto a su hijo. Este de inmediato se abalanzó (tanto como el cinturón de seguridad le permitió) hacia ella y comenzó a desenvolver la caja que contenía. Charles se enderezó y encendió el auto, mirando la sonrisa enorme de David cuando descubrió la pistola de agua.

—¡Gracias, papá! —gritó emocionado.

Era bueno escuchar eso, pues David era un niño de pocas palabras y bastante retraído. Charles sonrió con satisfacción, sus ojos brillantes de amor. Se limitó entonces a encender la radio en la estación favorita de su pequeño y condujo.




Segundo a segundo, la rabia se iba acumulando. Charles había pasado los últimos cinco minutos luchando contra el cinturón de la silla de seguridad, tratando de desabrocharlo. Al principio, David había sido paciente, pero ahora el telépata era capaz de sentir la desesperación de su hijo también.

Nunca había dicho que era el mejor padre del mundo, mas pensaba que podía ser mejor que un padre incapaz de liberar a su hijo de las garras del asiento para niños. Con la punta de su lengua sobresaliendo entre sus labios y el ceño fruncido, Charles siguió intentando que el botón cediese, pero estaba atorado.

David volteó hacia arriba. Charles sintió su mirada y después de otros diez segundos más, levantó sus ojos hacia los de su hijo, dándose cuenta de que este no lo estaba mirando a él, sino a espaldas de Charles. El telépata se hizo hacia atrás en su silla y echó un vistazo sobre su hombro.

UNA SEMANA [CHERIK]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora