Capítulo 3

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Sergio sirvió al grupo de turistas que estaban sentados a la mesa y luego se dejó caer en una de las sillas de la mesa del lado, mirando fijamente una taza de café vacía.


No importaba el tiempo que hubiera transcurrido, todavía se sentía fatal, espantosamente avergonzado. Y triste. Muy, muy triste. Como si hubiera perdido algo especial que nunca podría recuperar. ¿Qué le estaba pasando?


Había transcurrido dos semanas desde el baile. Dos semanas desde que se coló en el evento más prestigiosos del año. ¿Por qué no podía olvidarlo y seguir adelante? ¿Por qué no podía olvidarle a él?


Sin pensar, deslizó la mano en el bolsillo del pantalón y tocó el trozo de periódico desgarrado que llevaba consigo desde hacía dos semanas. Había tocado y mirado la foto tantas veces que estaba arrugada y a punto de romperse.

Ahora deseaba haber comprado cien copias del periódico y haberlas guardado, para que cuando fuera viejecito pudiera recordar aquella perfecta noche. Aquel hombre perfecto.


El recuerdo de aquel baile todavía lo hacía estremecerse. La química que había sido la surgido entre ellos había sido la experiencia más asombrosa y excitante de su vida. Incluso ahora, cuando recordaba la seductora e intoxicaste sensación de su cuerpo contra el suyo, le subía el ritmo cardíaco. Pero no había sido la química lo que lo retuvo a su lado mucho tiempo después del momento en el que debía haber escapado. Le había caído bien. Le había gustado sus agudas observaciones, su inteligencia y su mordaz sentido del humor.


Max Verstappen.


Gracias al artículo que tenía en el bolsillo, ahora sabía exactamente quién era. Multimillonario y filántropo neerlandés. Neerlandés, por supuesto. Las pistas había está allí todo el tiempo. Él cabello rubio y brillante y la piel pálida hablaba de una vida vivida bajo los días fríos en el norte de Europa. Se había enamorado de un multimillonario neerlandés conocido tanto por su soltería como por su increíble éxito en los negocios. Y para él, el cuento de hadas acababa allí... Porque no podía haber escogido un hombre menos conveniente ni adrede.


Los ojos se le llenaron de lágrimas y parpadeó rápidamente. Pensó que aquello era una ironía. Cualquier otro chico habría considerado a Max Verstappen el hombre más adecuado del planeta. Cualquier otro chico habría sabido al instante quién era. Pero él no. No tenía ni la más remota idea. Si la hubiera tenido, tal vez se hubiera marchado antes. Y hubiera buscado un hombre distinto del que enamorarse.


Sergio dejó escapar un suspiro impaciente. ¡Nadie se enamoraba con tanta facilidad! Eso nunca basaba. Lo que él sentía no era amor. Era sólo... sólo...


Se pasó la mano por la cara para intentar recomponerse. Lo cierto era que no terminaba de comprender lo que sentía, pero ojalá dejara de sentirlo, porque estaba acabando con él. Y, en cualquier caso, lo que sintiera por el rubio resultaba irrelevante, porque Max había dejado muy claro lo que pensaba de él. Estaba muy, muy enfadado.


De alguna manera, no sabía cómo, estaba claro que había descubierto que no lo había invitado al baile. El moreno cubrió la cara con las manos y sacudió la cabeza para tratar de aliviar aquel vergonzoso recuerdo. Recordar su tono de voz dura y helada provocaba que le diera ganas de desaparecer bajo la tierra.


¿Qué le había llamado? Codicioso, sin escrúpulos y mentiroso. Y tal vez se lo mereciera. Después de todo, había sido deshonesto utilizar una entrada que no era suya.


Llamarlo codicioso y sin escrúpulos había estado un poco fuera de lugar, pero, dado el escandaloso precio de las entradas, entendía lo que debió de pensar de él. Y para empeorar las cosas, llegó ese momento en el que el padre de Max expresó su felicidad porque su hijo tuviera por fin una relación de amor.

Un cazafortunas ¿virgen?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora