Capítulo 5

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¿Qué quería de él?
El salón de la suite del ático era más grande que su apartamento entero, y tenía unas vistas maravillosas de París. Eran unas vistas de las que sólo podían disfrutar unos pocos privilegiados, y en cualquier otra situación, Sergio hubiera estado encantado. Pero en aquel momento no.
Tenía el cuerpo tirante por el estado de excitación inevitable que siguió a aquel beso arrasador. Si bailar con el rubio le había resultado erótico, besarlo había sido… No encontraba palabras para definirlo. Le seguían temblando las piernas.
Miró a su alrededor en busca de algo sólido para apoyarse por si acaso volvía a besarlo. Pero eso no iba a ocurrir. Max ni siquiera lo miraba. Observaba en silencio concentrado las calles que estaba abajo.
Sergio se llevó disimuladamente los dedos al labio inferior, todavía algo hinchados por la arrebatadora fuerza de su beso. Era muy consciente de que el rubio había utilizado el beso como excusa para distraer a la gente, pero aquella certeza no disminuye la química que había hecho explosión entre ellos. ¿Será esa química la responsable de la furia que percibía en Max? Lo cierto era que el moreno no sabía qué estaba ocurriendo.
La noche del baile atribuyó su enfado al hecho de que hubiera descubierto de alguna manera que no estaba invitado.
La primera vez que blandió delante del pecoso la entrada arrugada, dio por sentado que le estaba arrojando a la cara la prueba. Y luego lo había llamado <<Lando>>, y entonces Sergio se dio cuenta de que creía que era el dueño de la entrada. Y lo más curioso era que él ni siquiera conocía al tal <<Lando>>.
Estaba claro que Max todavía no sabía que se había colado en la fiesta. Lamentando profundamente el impulso que lo había llevado a utilizar una entrada que no era suya, Sergio miró a su alrededor disimuladamente, medio esperando que alguien de uniforme le pusiera una mano en el hombre y lo arrestara.
¿Podían arrestarlo por suplantación de identidad?, Pero en realidad no se había tratado de eso. Más bien, había tomado prestado el nombre de alguien durante un breve espacio de tiempo sólo para comprobar si el tiempo y la madurez le habían proporcionado algo de confianza en sí mismo para mezclarse con la gente con la que solía sentirse insignificante.
¿Y ahora qué?
Desde que lo había recogido en la calle, Max no había pronunciado ni una palabra. Le puso el cinturón de seguridad con violencia contenida y conduce con pericia entre el tráfico parisino antes de detenerse finalmente frente al hotel más caro de la ciudad.
Sólo entonces lo miró. En un tono frío como el hielo, dijo sólo una palabra.
—Sal
El brillo de odio que reflejaba sus ojos azules hizo, que se estremeciera por dentro, pero al recordar las semanas que había pasado trabajando en aquel hotel cuando llegó a París, no quiso llamar la atención discutiendo con él en la cera. Así que Sergio se limitó a bajar la cabeza y seguirle hasta el ascensor que llevaba directamente a la suite del ático. En cuanto la puerta se cerró tras ellos, lamentó haberle seguido. Ahora que estaba a solas con él, sintió un nudo en el estómago. Trató de mostrarse relajado, como si aquel beso no le hubiera vuelto los instintos del revés.
—Vale, ya estoy aquí. ¿Qué querías decirme?
¿Por qué no habla? El pecoso deseó que le dijera algo, cualquier cosa, en lugar de estar allí dándole la espalda con los hombros en tensión.
—Tal vez debería marcharme…
Max se giró. Las facciones de su hermoso rostro expresaban dureza.
—Si te marchas, te obligare a volver, — sonó tan intimidatorio que el pecoso se quedó paralizado en el sitio, confundido por el conflicto que notaba en Max.
Lo había besado, pero estaba claro que eso no le había puesto contento.
—Vamos a dejar una cosa clara desde el principio, - murmuró Sergio, decidiendo que había dejar muy clara su posición. – No voy a acostarme contigo, así que, si se trata de eso, más te vale dejarme marcha atrás.
Un silencio sepulcral siguió a su impulsiva declaración. Sergio vuelve a intentarlo.
—Lo que digo es que, aunque estoy seguro de que todos los chicos que conoces están deseando… Quiero decir, eres un tipo atractivo, pero…, — Su voz se fue extinguiendo ante su total falta de respuesta.
Finalmente, tras lo que pareció una eternidad, Max habló.
—¿Tengo aspecto de ser un hombre que recoge a un chico de la calle cuando quiere sexo?
El pecoso podría haberle dicho que había hombres así de todas las alturas y tamaños, pero prefirió guardarse sus pensamientos para sí mismo.
—No tengo ni idea de qué tipo de hombre eres. Y no quiero averiguarlo.
—¿De verdad?, - Max alzó una ceja oscura en gesto burlón. — ¿Esperas que me lo crea después de tu magnífica actuación de la noche del baile?
Al recordar el erótico que había compartido, el pelinegro sintió que se le acelera el corazón.
—Fue sólo un baile… - se quedó sin voz de nuevo.
Los ojos de Max se clavaron en los suyos. Y allí estaba de nuevo. La misma conexión que los había unido la noche del baile. En los ojos de Max brillaba algo oscuro y peligroso, y él supo tenía la mente en el mismo sitio: En la exquisita agonía de sus cuerpos deslizándose juntos, el calor, la pasión contenida, la deliciosa intimidad… Se quedaron mirándose hasta que la tensión de la habitación se hizo casi palpable. Esa vez fue el rubio quien rompió el silencio.
—Dime algo, - su voz resultaba letalmente suave, — ¿Es así como atrapas a los hombres? ¿Bailando primero con ello? ¿Es ésa tu idea del libre comercio? ¿Los pruebas antes de comprarlos?
Su cinismo chocaba frontalmente con la imagen de él que Sergio había atesorado en el recuerdo. Recordaba dulzura, pero aquel hombre no tenía nada de dulce. Era todo dureza.
—Yo no estoy en venta
—Creo que a la gente que te vio bailar le costaría trabajo creerlo.
Lo más increíble de todo era que Sergio no había sido consciente de nada ni de nadie más que de Max. Estaba tan absorbido por el ritmo de la música y el movimiento del cuerpo de Max que se había perdido en su propio mundo. Había sido un baile especial. Algo increíble que habían creado juntos.
Pero aquello era ridículo, por supuesto. Un claro ejemplo de su desbordante imaginación. Para Max no había sido especial, sino el preludio del sexo. No sólo estaba convirtiendo su baile en algo banal, sino que además lo estaba juzgando. Y aunque no sabía nada de ese tal Lando, sabía lo que era ser juzgado.
El pecoso irguió los hombros.
—Baile porque tú insististe. Me arrastraste a la pista de baile como un toro poseído. Pero en la pista fuimos a la par. Si te digo algo, fue porque tú me lo pediste. Todo lo que hice, lo hiciste, lo hiciste tú antes que yo.
—Manipulaste toda la escena. Con otro hombre, tal vez tu plan hubiera funcionado.
—Yo no tenía ningún plan. Y fuiste tú quien se acercó a mí
—Te paseaste delante de mí con tu traje de diseñado especialmente para atraer la atención de los hombres.
El pelinegro decidió que aquel no era el momento de enorgullecerse de que su trabajo con una tela de cortina hubiera resultado tan convincente.
—No estaba precisamente paseándome.
—Deja que te diga un par de cosas, - a Max bajando las pestañas para ocultar la expresión de los ojos. – Soy neerlandés. Soy neerlandés de los pies a la cabeza. Y en lo que se refiere a los chicos, somos muy tradicionales. A los hombres neerlandeses les gusta elegir la pieza y cazarla.
Sergio frunció el ceño, recordando el artículo que había leído sobre Max el día después del baile.
—Pensé que eras muy moderno. Tienes más chicos en puestos ejecutivos que la mayoría de las empresas.
— Esos son negocios. En mi vida personal soy muy tradicional, — aseguro. — En lo que se refiere a buscar esposo, tú no encajas en mi perfil ideal. La próxima vez, emplea más tiempo investigando.
— ¿Investigando?, — Sergio sacudió la cabeza, confundido. — ¿Crees que eras una especie de proyecto, o algo así?
La ira cruzó las facciones de Max.
—¿De verdad crees que no he oído hablar de ti?
Estaba claro que Lando tenía una buena reputación como buscador de oro. Impacto por la noticia, Sergio se quedó muy quieto mientras su cerebro trataba de encontrar una solución. Parecía obvio que necesitaba intentar decirle una vez más que él no era ese tal Lando, pero hacerlo implicaría admitir un delito todavía mayor.
Era un ladrón y hablando con propiedad, había usurpado la personalidad de otra persona. ¿Podía calificarse eso de fraude si la entrada estaba en la papelera? Tal vez. No lo sabía realmente, pero lo que sí sabía era que Max estaba lo suficientemente enfadado como para buscarle problemas.
Problemas que Sergio no necesitaba.
—Te equivocas conmigo, - aseguró humedeciendo los labios.
—No me equivoco. Ésta claro que fuiste a ese baile con la intención de ir a por mí.
Asombro por la interpretación que hacía de los hechos, Sergio sacudió la cabeza.
—Ni siquiera sabía quién eras hasta que leí un periódico al día siguiente.
—¿Crees que soy idiota?
—Idiota no. Arrogante
—Realista, — replicó. – Y justificadamente cauto. Al parecer no tienes ni idea de la cantidad de chicos que han recorrido el mismo camino antes que tú. Así que te vuelvo a decir que nunca podré sentirme atraído por alguien tan manipulador como tú. La mentira no es algo que yo admire en un chico.
Sergio se quedó paralizado, doblemente aliviado por no haberle dicho la verdad. No lo habría entendido. Aquél era un hombre que tenía el mundo al alcance de la mano, ¿Qué Iba a saber alguien así de su vida? ¿Cómo iba siquiera a empezar a entender qué lo había llevado a hacer algo así?
El oscuro recuerdo de la última vez que alguien había descubierto la verdad sobre él se despertó, y Sergio sintió una punzada de aquel antiguo terror. Pero enseguida se recordó a sí mismo que el pasado estaba oculto y a salvo. Tan profundamente enterrado que nadie podría descubrir la verdad sobre él. Aquella parte de su vida había desaparecido para siempre, y el pecoso estaba a salvo.
Podía ser cualquier persona deseara ser… Y en ese momento podía ser perfectamente Lando.
Sergio sintió una punzada de incomodidad ¿Cómo sería exactamente esa persona? Le sería de gran ayuda saberlo.
Aparte de la obvia deducción de que era el tipo de chico dispuesto a tirar en la papelera de un hotel una codiciada entrada, el pecoso no sabía nada de él. Pero en su mente curiosa e imaginativa había comenzado a tapar agujeros. ¿Qué llevaba a un chico a tirar la entrada a un evento al que sólo tenían acceso unos cuantos privilegiados? ¿Quién era?
A juzgar por la desdeñosa curva de la boca de Max, nadie a quien él quisiera conocer.
Sergio se mordió el labio inferior y trató de ocultar la ironía de las situaciones. Sin duda había tomado prestada la identidad de un chico cuya vida era tan complicada como la suya propia. ¿Y ahora qué? ¿Qué podía hacer? Toda su vida había sido una red de mentiras desde la infancia, pero eran unas mentiras encaminadas a protegerlo, y no le hacían daño a nadie. Aquella era la primera vez que una de sus mentiras lo alcanzaba, y sintió una punzada de nervios en el estómago.
Tras su primer y explosivo encuentro, Sergio se había quedado con la sensación de que Max no querría volver cruzarse jamás en su camino. Todavía seguía sin comprender por qué lo había llevado allí. Al principio dio por hecho que quería sexo, pero el modo en que lo estaba mirando no tenía nada de erótico.
—Entonces, ¿qué quieres de mí?
Max procedía de un mundo muy diferente, un mundo que todavía tenía la habilidad de convertirlo de nuevo en un colegial aterrorizado. Es una víctima. Aquella palabra le dio vueltas por la cabeza, y Sergio le apartó de sí inmediatamente mientras erguía los hombres. No iba a ser la víctima de nadie. Nunca más.
Visiblemente tenso, Max se aflojó el nudo de la corbata y se desabrochó el primer botón de la camisa, que sin duda le apretaba.
—Vas a seguir con la farsa que iniciaste la noche del baile.
—¿Perdón?
Los ojos oscuros de Max reflejaron furia y cortó el aire con la mano en gesto furioso.
—No finjas que no sabes de qué estoy hablando, cuando ambos sabemos que utilizaste el baile para conocerme.
—Ya te he dicho que yo no…
—Prácticamente te pusiste delante de mí. Y desde que nos encontramos, no dejaste de mirarme ni un momento.
—Bueno, para darte cuenta de eso tuviste que estar mirándome tú también, - aseguró al pelinegro con lógica, y él aspiró con fuerza el aire.
—Bailaste como si estuviéramos en la cama en posición horizontal
—Tú también bailaste
Su comentario no hizo nada para aliviar su ira. Max murmuró algo en neerlandés que Sergio intuyó que era mejor no traducir.
—Tengo que felicitarte, - dijo el rubio en un tono que dejaba claro que eso era lo último que tenía en mente. – Creí que ya estaba a salvo de cualquier truco posible, pero tú llevaste la cosa a un nivel nuevo.
—Es obvio que estás muy enfadado, pero…
—Tienes razón, estoy enfadado. A lo largo de los años ha habido chicos que han llegado a extremos increíbles para llamar mi atención. Fingen ser personas de negocios, me piden trabajo, reservan mesa en los restaurantes de mi casa con la esperanza de tropezar conmigo… A veces sencillamente se presentan en mi despacho medio desnudos con la esperanza de llamar mi atención.
—¿De verdad? – Asombroso de que hubiera chicos con la suficiente confianza en sí mismo como para llegar a esos extremos para conocer a alguien, Sergio se quedó boquiabierto. – Cielos. Es increíble
—No es increíble. Es inaceptable
—Debe de ser uno de los inconvenientes de ser multimillonario, supongo. ¿No te lo puedes tomar a broma?
Max le dirigió una mirada de incredulidad e inspiró con fuerza el aire.
—No es divertido. Sobre todo, cuando un chico cae tan bajo como para utilizar a mi padre para llamar mi atención
—Ah, - percibiendo por fin el sentido de aquella conversación, el pecoso se encogió de hombros con incomodidad. – Lo cierto es que las cosas no sucedieron exactamente así
La expresión del hermoso rostro de Max resultaba sombría cuando lo miró.
—Eso fue exactamente lo que pasó. Después de haber bailado conmigo, te lanzaste sobre él como el chico codicioso y depredador que eres.
—No sabía que era tu padre hasta que tú llegaste con las copas. Y fue él quien se acercó a mí.
—Por supuesto que sí. La fatal debilidad de mi padre son los hombres jóvenes y hermosos, algo que tú ya sabias muy bien.
—No sabía nada de tu padre hasta aquella noche. Y me cayó muy bien.
Max le lanzó una mirada aterradora.
—Seguro que sí. Es rico. Y a ti te gustan los hombres ricos. ¿verdad, Lando?
—¿Ah, ¿sí?
—Está claro. De hecho, ya has conseguido que dos te firma cuantiosos acuerdos de divorcio. Uno de ellos es más viejo que mi padre. Has estado tremendamente ocupado para ser un joven de sólo veintiséis años.
Sergio se quedó boquiabierto. ¿Ese tal Lando se había casados dos veces?
Tal vez después de todo no había sido tan buena idea dejarle creer que era él. La situación estaba yendo de mal en peor. Necesitaba marcharse de allí y tratar de dejar toda aquella historia detrás.
Está claro que ahora mismo no soy la persona que mejor te cae del mundo, - se atrevió a decir con cautela. – Entonces, ¿por qué estoy aquí? ¿Por qué has ido a buscarme?
—Por tu culpa de las mentiras que le dijiste a mi padre
—¿Mentiras?, — estremeciéndose al recordar aquella conversación, el pecoso se quedó paralizado donde estaba. No podía explicar nada sin revelar cosas de sí mismo que se habita pasado la vida ocultando.
—Le dijiste que estamos enamorados… que te habías enamorado de mí desde el primer momento que me viste. ¿Empiezas a recordar o tengo que seguir?
Un músculo cruzó la línea de su mandíbula.
—¿Y no le corregiste?— Sergio dejó escapar el aire por la boca.
—Por supuesto que no, - Max utilizó un tono de lo más suave.— Seguramente tus planes estaban saliendo muy bien
—¿Por qué el hecho de hablar con tu padre iba a acercarme más a la posibilidad de casarme contigo?, - Sergio se preguntó por un instante qué le haría ser tan desconfiado con los jóvenes.
—Ya viste su cara. Viste lo contento que se puso cuando pensó que estábamos juntos.
—Está claro que está deseando verte casado, - aseguro suavizando un instante su expresión al pensar en su padre. – Pero estoy seguro de que cuando lo expliques que todo ha sido un malentendido, lo comprenderá.
Max se puso tenso y se dio la vuelta
—Por desgracia, no he podido hacerlo.
—¿Por qué no?
Max volvió a girarse con la mandíbula apretada.
—Mi padre sufrió aquella noche un ataque al corazón. Estuvo hospitalizado aquí en París una semana y luego hice que lo llevarán a Grecia.
—¡No!, - verdaderamente disgustado con aquellas noticias, el menor se llevó la mano a la boca. – Por favor, dime que no es verdad…
Los ojos de Max se oscurecieron.
—¿Crees que bromeaba con algo así?
—¡No! Es que…, - Sergio sentía que algo se derrumbaba en su interior. Se pasó la mano por la frente, tratando desesperadamente de recuperar la calma. ¿Qué le estaba ocurriendo? No era su padre. Resultaba ridículo sentirse así. – Lo siento es que… ¿va a ponerse bien?
—¿Y a ti te importa?
—Me importa, porque me cayó muy bien. ¿Se está recuperando?
—Según los médicos, se está agarrando a la vida porque está decidió a vivir lo suficiente como para verme casado con el maravilloso chico con el que me vio aquella noche en el baile, - su tono resultó ácido. – Al parecer, nuestra <<relación>> le ha dado motivo para vivir.
—Me alegro de que se vaya a poner bien, pero…, - el pecoso se quedó mirándole con creciente desmayo al entender el sentido de sus palabras. – Entonces… no le has contado la verdad, ¿no es cierto?
—¿A ti qué te parece?
He ahí un hombre que quería a su padre, pensó Sergio. La familia era muy importante para los neerlandeses.
—Está claro que no quisiste hacerlo mientras estaba tan grave, y nadie puede culparte por ello, - el menor se aclaró la garganta. – Así que eso significa que él sigue pensando que estamos…
—Enamorados, - lo ayudó Max. – Locos el uno por el otro. Todas las cosas que le dijiste aquella noche. Cuando finalmente recuperó la consciencia, se distraía del estrés del hospital poniéndoles nombres a sus nietos.
—Oh, - Sergio suspiró y se dispuso a pensar a toda prisa. – Entonces estás esperando a encontrar el momento adecuado para explicarle que está equivocado…
—¿Y cuándo crees que le gustaría oír la noticia?, - su tono era mordaz. - ¿Antes o después de su próximo ataque al corazón, una posibilidad que los médicos no descartan?
Sergio estaba horrorizado
—Espero seriamente que estén equivocados.
—Yo también, - aseguró él con seriedad.
—Espero que esté descansando
—Ahora mismo está en mi isla en Grecia
—¿Tu isla?
¿Tenía una isla? Menos mal que no había sabido quién era, pensó el moreno con debilidad, porque nunca hubiera reunido el suficiente valor para hablar con él la primera vez.
—¿Está solo en una isla? ¿Es el mejor lugar para él?
—Hay un equipo de médicos y enfermeros atendiendo y mi intención es reunirse con él.
—Bueno, en ese caso, - Sergio se humedece los labios, - estoy seguro de que una vez que estés allí encontrarás el momento adecuado para decirle que no estamos exactamente juntos.
—No tengo intención decírselo hasta que esté recuperado. Los médicos han aconsejado que esté lo más relajado posible durante las próximas semanas. Sin estrés. Sin preocupaciones. Debe estar rodeado toda la gente a la que quiera y en la que confié.
—Si, bueno, eso tiene lógica, - el rubio se le quedó mirando. – Y… ¿qué tiene que ver eso conmigo?
Max apretó los labios
—Por desgracia para los dos, representantes demasiado bien tu papel la noche del baile. Mi padre disfrutó enormemente de tu compañía. Está deseando que llegues a la isla para conocer mejor a su futuro nuero.

Un cazafortunas ¿virgen?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora