Capítulo 4

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Atraído por el brillante cabello negro y las regordetas piernas del chico que estaba mirando el escaparate, Max pisó el freno de golpe y detuvo bruscamente el coche.
Ignorando las cabezas que repentinamente se giraron, se quedó mirando fijamente al chico. ¿Sería él? ¿Lo habría encontrado por fin, o sólo se estaba haciendo ilusiones? Parecía distinto. Preguntándose si no habría cometido un error.
Max entornó los ojos y se imaginó a aquel hombre con el cabello negro y los brazos y los hombros cubiertos debido al inteligente corte de su traje de alta costura. Y entonces sus ojos se encontraron con los suyos, y toda duda desapareció. Incluso a aquella distancia, el rubio captó aquel destello whisky, el mismo color inusual que había atraído su atención la fatídica noche del baile. Aquellos ojos eran inolvidables.
Por fin lo había encontrado. ¿Y dónde sino comprando en unos de los barrios más caros de París?
Aquél era el primer sitio en el que debió decirle a su equipo de seguridad que buscará, pensó Max con cinismo, preguntándose quién sería el pobre engañado que le habría proporcionado el dinero que sin duda estaba a punto de gastar.
El hecho de haberse visto obligado a buscarlo hizo que en su interior se desatara una explosión de ira. Apagó el motor y salió del coche, mostrando la misma indiferencia por los carteles de <<no aparcar>> que por la boquiabierta audiencia de hombres jóvenes que observaban sus movimientos con lujuriosos interés. En aquel preciso instante, Max no estaba interesado en ningún chico excepto en el que lo estaba mirando fijamente, y casi se rio al ver el asombro en sus ojos.
No le sorprendía que le asombrará volver a verlo, teniendo en cuenta en modo en que se habían despedido. Él también estaba asombrado.
En circunstancias normales, seguía su camino evitando a hombres como él. Si alguien le hubiera dicho un mes atrás que iba a utilizar todos sus contactos para seguir la pista de alguien cuyo comportamiento le asqueaba, Se habría reído. Pero allí estaba, a punto de darle todo lo que el pelinegro había soñado y todavía más. Mientras se acercaba con decisión, Max se consoló con la certeza de que, aunque él había ganado la primera ronda, la segunda, la tercera y la cuarta serían suyas.
Aquel chico estaba también a punto de descubrir la verdad que se escondía tras el famoso dicho: <<ten mucho cuidado con lo que deseas…>>>. El ojimarron había dejado perfectamente claros cuáles eran sus deseos, pero Max estaba convencido de que para cuando hubiera terminado con él, desearía haber escogido un hombre menos capacitado para defenderse.
Max apretó los dientes, se sentía furioso y frustrado por la posición en la que ahora se encontraba. Sin duda se trataba de la clase de hombre joven que se dedicaba su vida a chuparles la sangre a los que eran mejor que él. Un chico sin escrúpulos ni moral. Lo más bajo de lo más bajo, y la certeza de saber que le habían manipulado por primera vez en su vida, no contribuyó a calmar su furia. Si había una palabra con la que no se definiría, ésa era <<crédulo>>.
Lo miró directamente, y se sintió poseído al instante por un espasmo de deseo tan poderoso que su cerebro dejó momentáneamente de funcionar. Era todo un hombre hermoso. Desde los cabellos negros hasta la generosa potencia de sus nalgas y la suave curva de su estrecha cintura, era auténtico e indiscutiblemente femenino.
Durante las dos últimas semanas había estado tan enfadado con él que había olvidado lo increíblemente hermoso que era. Sus atributos no habrían sido valorados en ninguna revista, sus formas eran demasiado femeninas, pero era un chico con el que cualquier hombre con sangre en las venas soñaría con llevarse a la cama.
Horrorizado consigo mismo, Max apartó la mirada de él y trató de concentrarse de nuevo. Habían transcurrido dos largas semanas, se recordó mientras buscaba una explicación lógica para aquella inapropiada reacción. Dos semanas interminables. Una vez vio la culpa reflejada en sus ojos y tuvo que recordarse que la culpa estaba relacionada con la conciencia, y ese tipo no estaba familiarizado con ninguno de los dos.
—Lando, — Max se veía incapaz de ocultar el desprecio de su tono de voz, y durante un instante el pelinegro se le quedó mirando fijamente con los ojos abiertos de par en par y la expresión desconcertada.
Entonces él habló con voz aguda y dulce.
—¿Quién es Lando?
Era predecible que lo negara, pero Max no pudo evitar sentir una explosión de ira.
—Ya no estamos jugando a adivinar identidades.
—Pero yo no…
—¡No!, — Max, que había llegado al límite de su capacidad de control, le espetó aquella advertencia y él retrocedió un par de pasos. — Entra al coche, —estaba demasiado enfadado como para molestarse en galanterías, y vio en sus ojos marrones una chispa de pánico.
—Está claro que me confunde con otra persona.
Max rebuscó en su bolsillo y sacó la prueba.
—No hay ningún error. La próxima vez que quieras pasar de incógnito, no pierdas la entrada.
Sergio se quedó mirando el tique que Max tenía en la mano, y quedó claro que no supo qué decir.
—Ahora comprendo por qué eras tan reacio a presentarte. —el rubio observó los distintos estados de ánimo por los que pasaron sus ojos, Consternación. Confusión. Miedo. — Así que, ya que hemos aclarado el asunto de la identidad, podemos irnos.
Él seguía mirando la entrada.
—¿ir a donde?
—Conmigo. Hoy es tu día de suerte. –Max se preguntó si sería posible que las palabras pudieran asfixiar a un hombre. – Te ha tocado la lotería
El joven subió la vista desde la entrada hasta su rostro.
—Sinceramente, no sé de qué estás hablando
Así que no sólo había ganado aquella ronda, sino que encima pretendía hacerle sufrir restregándose por la cara. Estaba tan furioso que, si hubiera sido un león, lo habría devorado allí mismo y habría dejado sus restos para las hienas.
El deseo de marcharse de allí era tan poderoso que Max dio un paso atrás. Pero entonces le vino a la cabeza la imagen de su padre y recordó la razón por la que estaba en aquel momento allí.
Maldiciendo entre dientes, se pasó la mano por la nuca, preguntándose si habría alguna mejoría en su estado. Entonces se recordó que cuanto antes solucionara aquello, antes regresaría a Grecia y podría seguir persona los progresos de su padre.
—Sube al coche, — repitió apretando la mandíbula.
—Tengo que decirte algo importante, — sonaba joven y un tanto desesperado, pero el rubio estaba demasiado furioso para sentir simpatía por él.
Sabía por experiencia personal que juventud y codicia podían convivir felizmente.
—No me interesa nada de lo que puedas decirme. Esta vez soy yo quien va a hablar, y no quiero público.
El moreno no se movió, y cada vez había más gente rodeándolo.
—No sé de qué tenemos que hablar.
—Lo averiguarás enseguida. A diferencia de ti, yo prefiero que mis asuntos sean privados. Vamos. Mi hotel no está muy lejos de aquí.
—¿Tu hotel?, — se quedó petrificado, como si le hubiera soltado el peor de los insultos,— Escoge a otro. Yo no soy de los chicos que quieren intimar con un hombre en una habitación de hotel. Y, menos si ese hombre es un extraño.
Aquella reacción tan digna chocaba de tal modo con lo que Max sabía de él, que no supo si reírse o darle un golpe a algo.
—¿Un extraño?, - No se molestó en disimular el desdén. – Soy el mismo extraño con el que bailaste, y los dos sabemos dónde nos habría llevado ese baile. Si no hubieras mostrado tu verdadero yo aquella noche, habíamos terminado desnudos en mi habitación de hotel.
Él abrió los labios para negarlo, pero, aunque su boca trató de articular unas palabras, la química que había entre ellos seguía echando chispas. Mientras se debatía contra el poderoso deseo de romperle el cuello, Max se distrajo sin querer con la suave y dorada perfección de su piel y con el modo en que sus generosas nalgas se le apretaban contra la parte trasera de su pantalón. Con razón no había estado concentrado la noche del baile.
Aquel chico era espectacular. Desesperado consigo mismo, se forzó a volver a mirarlo a los ojos. — Aunque no tuviera al tanto de tu reputación, Lando, tu actuación en el baile habría bastado para convencerme de que, además de ser tipo de chico, de hecho, tu especialidad es entrar en las habitaciones de hotel de los hombres.
—¿Mi reputación?, - parecía asombrado, pero Max lo miró con gesto de advertencia.
—Ahora que sé quién eres, entiendo por qué te esforzaste tanto en no presentarse. La próxima vez que quieras atrapar a un millonario, cámbiate el nombre.
El ojimarrón abrió los ojos de par en par, y Max olvidó al instante todo lo que quería decir. Tenía los ojos más hermosos que había visto en su vida. Al estar tan cerca, y gracias al sol de primavera que le iluminaba la cara, se dio cuenta de que el color marrón tenía flecos verdosos, como si un artista enamorado hubiera querido hacer lo posible por aumentar el impacto de aquellos ojos. Y en cuanto a su cuerpo…
Max apretó los dientes, consciente de que había sido aquel cuerpo lo que había contribuido a la situación en la que ahora se encontraba.
Su comentario había hecho callar al joven durante un instante, y ahora lo observa con el pecho subiéndole y bajándole bajo la camisa blanca de encaje. Consiste de que la gente que tenían alrededor estaba escuchando atentamente toda la conversación, el rubio le pasó un brazo por la cintura y lo atrajo hacia su cuerpo.
—Te voy a dar un consejo gratis. – le murmuró suavemente con los labios rozándome la oreja. Sus actos eran los de un amante, pero sus palabras eran las de agresor, y sintió la repentina tensión del cuerpo del moreno. – Si quieres que un hombre crea que eres un virtuoso, no te pongas una camisa que transparente tus pezones. No es que me queje, a ver si me entiendas. Si tenemos que hacer esto, más nos vale disfrutarlo.
—¿Hacer qué? ¿De que estas hablando?
—Estoy hablando de nuestra relación, Mijn liefje. Ésa que tú deseas tanto.
—No digas tonterías. Deja que me vaya.
—Nada me gustaría más, créeme. Pero por desgracia no puedo. Gracias a ti, los dos estamos metidos en una situación que no tiene fácil arreglo. Vas a venir ahora conmigo para que podamos analizar nuestras opciones, que están muy limitadas.
Seguían pegados, la suavidad de su cuerpo estaba apretada contra la dureza del suyo, y a Max le estaba resultando cada vez más difícil concentrarse en lo que había que hacer. Lo que había comenzado como una manera de mantener su conversación en privado se había convertido de pronto en algo mucho más íntimo. Era como estar de nuevo en la pista de baile.
El aroma de su piel y de su cabello le invadía los sentidos, y sintió la inmediata reacción de su cuerpo. La consciencia sexual hizo su aparición y él sin duda también lo sintió, porque gimió para negarlo.
—¿Por qué quieres que vaya contigo? Creo recordar que me dijiste que preferías el celibato antes de pasar el resto de tu vida con un chico como yo.
Max se puso tenso. Le había soltado aquellas palabras la noche del baile, y el hecho de que ahora el pelinegro las arrojara a la cara servía para recordarle la realidad de su situación actual.
—No tengo intención de pasar el resto de mi vida contigo. Solo unas cuentas semanas. Creo que eso será más que suficiente para ambos.
—¿Unas cuantas semanas?, - Negó con la cabeza. – Sigo sin tener idea de qué hablas, pero aun así mi respuesta es no
—No te he hecho ninguna pregunta que requiera respuesta. O entras en el coche o te subo yo mismo.
—Hay gente delante que está viendo cómo me acosas. ¿De verdad crees que puedes secuestrarme a plena luz del día?
—No. Tengo intención de ser mucho más sutil, - Max colocó su boca sobre la suya y dirigió toda la rabia y frustración que sentía hacia aquel beso. Pero en el instante en que sus suaves labios se fundieron con los suyos, se le quedó la mente en blanco y perdió el control. Su boca era como una droga perversa y prohibida, y mientras se perdía en aquel beso, Max supo que el sabor de sus labios lo acompañaría para siempre. Eran dulces, seductores y peligrosamente pecadores.
Max levantó bruscamente la cabeza, asombrado ante su propia ferocidad. Se dio cuenta de que el ojimarrón tenía los ojos nublados y las mejillas encendidas. Le había agarrado la tela de la camisa, como si buscara apoyo. Max lo soltó.
—Ningún parisino intervendrá en una pelea de enamorados, ágape mu. Saben que el camino del verdadero amor rara vez es plano.
Sin respuesta, lo tomó del brazo, controlándolo con facilidad con una mano mientras utilizaba la otra para abrir la puerta del coche. Cuando lo sentó en el asiento del acompañante, un joven francés que estaba mirando dejó escapar un suspiro de envidia y se giró hacia su amigo.
—L’amour, — dijo y Max sonrió con hipocresía mientras se colocaba detrás del volante y encendía el motor.
Nada de amor, pensó mientras acelera y enfilaba hacia el hotel.
Lo que tenía en mente era algo bastante menos romántico.
Mijn liefje – Mi amor
L’amour – El amor

Un cazafortunas ¿virgen?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora